NO sabemos lo que comemos y la prueba de ello es que, de nuevo, una gran cantidad de alimentos se encuentran en cuarentena. Desde que en febrero saltó el escándalo de la presencia de carne de caballo en productos alimentarios preparados y hamburguesas, se han detectado en casi todos los países europeos decenas de productos etiquetados fraudulentamente. Apenas una semana después de tener que retirar del mercado albóndigas y salchichas por descubrirse en ellas carne de caballo, Ikea se ha visto salpicada por otro escándalo: las autoridades chinas han hallado en algunos de sus pasteles niveles excesivos de bacterias coliformes, organismos que se encuentran en el tracto intestinal de personas. La desconfianza hacia la compleja industria alimentaria europea se ha disparado.
¿Quién vigila lo que llega a nuestro plato? Por un lado, no basta con garantizar la seguridad alimentaria, sino que son necesarios más análisis para evitar fraudes de etiquetado. Por otro lado, la industrialización masiva provoca que la mayoría de los alimentos que compramos no sean naturales, sino procesados, lo que multiplica los riesgos.
El hallazgo de carne equina o de las bacterias fecales ha dejado en evidencia las lagunas de la cadena alimentaria. A juicio de la OCU, estos sucesos ponen de manifiesto la necesidad de reforzar la vigilancia para que las autoridades sanitarias estén más alerta. "No basta con controlar la seguridad de los alimentos; también hace falta detectar movimientos extraños de mercancías, llegada al mercado de proveedores sospechosos, cambios de precios significativos y no justificados... Y por desgracia, ni siquiera los certificados expedidos por ciertos organismos son suficientes, en muchos de nuestros estudios hemos comprobado que los certificados no siempre coinciden con los datos de un análisis riguroso", afirman desde la organización de consumidores.
Los expertos, sin embargo, confían en que las cosas se están haciendo bien. Ana Isabel Vitas, experta en Microbiología de la Universidad de Navarra, cree que "la tormenta pasará, igual que sucedió con la crisis de las vacas locas en la que hubo mucha gente que no consumió carne de ternera o chuletones durante mucho tiempo". "También se dejó de comer pollo por la gripe aviar, pero poco a poco, todo vuelve a su cauce", indica. Vitas se muestra convencida de que todos los alimentos que consumimos actualmente están sometidos a estrictos controles de producción, comercialización y distribución. "Los parámetros de seguridad alimentaria son muchísimos y se persigue la seguridad en todos los eslabones de la seguridad alimentaria", garantiza.
Sin embargo, en los últimos años, han sido varios los brotes epidémicos y las crisis alimentarias que han disparado la preocupación entre la opinión pública. Aunque los casos de las vacas locas y la gripe aviar fueron los de mayor repercusión, la lista se completa con una gran cantidad de intoxicaciones, tales como las dioxinas en pollos en cerdos belgas y el popular anisakis, una intoxicación que sufrimos en segundo lugar del ranking mundial, solo por detrás de Japón.
Pero la confusión entre los ciudadanos está servida. Se oye hablar de conservantes, de gelificantes y estabilizantes, de emulsionantes, de potenciadores del sabor, de edulcorantes y se tiene la sensación de que ingerimos sustancias no del todo recomendables. De hecho, la OCU acaba de denunciar que un adulto con una dieta normal puede superar hasta cuatro veces la cantidad diaria admisible de algunos aditivos como los sulfitos, lo que pone en riesgo su salud. En un manual se incide en la dificultad de evitar los peligros potenciales que pueden suponer diversos alimentos y, en particular, los aditivos, que resultan dañinos para la salud si se consumen en grandes cantidades.