ayer fue la víspera de Santa Águeda y, como tal, los coros volvieron a animar las calles de los pueblos y ciudades del territorio histórico. Ataviados como mandan los cánones -muchos de caseros y caseras y otros muchos, pañuelo en ristre, pero todos con la vara-, cientos de entusiastas de la santa más femenina decidieron obviar las inclemencias meteorológicas para sacar un poco de lustre a la festividad, previa este año a su vez del Carnaval. Con ello, se cumple con una tradición de ésas que lo son de verdad y que, por ende, el tiempo se ha encargado de emborronar su significado originario hasta el punto de obviarlo. Ya se sabe que las tradiciones si no evolucionan desaparecen.

No es sólo en el País Vasco donde se celebra esta festividad, que en cada lugar presenta unas características diferentes, aunque es posible, sin embargo, que posean un fondo común. Águeda era una joven que vivía en Catania (Sicilia) en la época en la que el Imperio Romano dominaba el mundo conocido. Dicta la tradición que un senador llamado Quintianus se fijó en ella e intentó conquistarla. No obstante, ella, que era cristiana, había consagrado su vida a Jesucristo y le rechazó. El tal Quintianus, hombre poderoso a la par que caprichoso, en venganza por el desaire envió a la joven a un lupanar donde, según cuenta la historia, la joven milagrosamente conservó su virginidad.

Ya fuera de sus casillas, Quintianus ordenó que apresaran a la muchacha, que la torturaran y, por si todo ello fuera poco, que le cortaran los pechos. Se dice que Águeda espetó a su torturador: "¿No te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?". Quintianus, que además de tener mala leche, al parecer, era un sinvergüenza, siguió torturándola hasta la muerte. Esto sucedió hacia el año 250 de la era cristiana. Un año después entró en erupción el volcán Etna y la población pidió la ayuda sobrenatural de Águeda, a quien tenían por santa. La lava se detuvo a las puertas de la ciudad y Águeda fue declarada oficialmente santa y patrona de Sicilia, así como protectora de las mujeres, sobre todo en lo referente a los males de los pechos, partos difíciles y problemas con la lactancia. Se le atribuyen dones sanadores en general, por lo que además es la patrona de las enfermeras.

Santa Águeda es en muchos lugares patrona de las mujeres en general, especialmente de las casadas, por eso el día de su festividad en esos pueblos mandan las mujeres. Así sucedía en Castronuevo (en la provincia de Zamora), Zamarramala (Segovia), Uruñuela (Rioja) o Boltaña (Huesca), entre otras localidades en el conjunto del Estado. En muchos de ellos, aún se mantiene esta fiesta. Suelen llamarse fiestas de comadres, que son las mujeres casadas.

En euskal herria En Euskadi antiguamente se celebraba una fiesta similar el segundo jueves de los tres anteriores al Carnaval, que era llamado emakunde o jueves de comadres. La palabra emakumea, en euskara, según el antropólogo Julio Caro Baroja, tendría un significado diferente al de andrea, aunque ambos términos se traducen por mujer. Emakume sería equivalente a la palabra latina matrona, que sería la mujer que tiene hijos legítimos o está en disposición de tenerlos. Curiosamente entre los romanos había una fiesta sólo para las mujeres casadas, que se denominaba matronalia. Paralelamente al emakunde o jueves de comadres, existía un izakunde o jueves de compadres, es decir, los hombres casados, que se celebraba el jueves anterior.

Se supone que la Iglesia católica, en un momento determinado, como ha hecho en muchos otros casos, decidió cristianizar las fiestas de comadres, las matronalias, trasladándolas al día de Santa Águeda, con lo que además de conservar su carácter femenino, no las alejaba mucho en el tiempo del Carnaval. Así se habría mantenido esta fiesta, como hemos visto, en lugares del entorno pirenaico, así como en otros más alejados.

Sin embargo en Euskal Herria la costumbre era, hasta hace poco, que los hombres saliesen en cuadrillas por las calles, cantando unas coplas dedicadas a la santa, que pueden variar de un lugar a otro, aunque la música sea la misma. Acompañan la salida golpeando rítmicamente el suelo con unas varas. Se solía ir por las casas, haciendo petición de alimentos para organizar luego una merienda. Luego se empezó a pedir también dinero, sobre todo, cuando la cuadrilla era de quintos, es decir, de mozos que iban a ir ese año al servicio militar. Este sentido de la fiesta aún se conserva en algunos lugares, como por ejemplo en Alsasua. En los últimos tiempos se han unido también las mujeres a estas cuadrillas o coros de Santa Águeda, perdiéndose en muchos sitios la función de pedir alimentos por las casas aunque todavía ocasionalmente se recoge dinero para diferentes causas.

De esa manera, hoy en día, los componentes de los coros de Santa Águeda son personas de cualquier edad, hombres o mujeres, que después de cantar por las calles, se reúnen para cenar. También se han introducido otros cánticos, que se cantan mientras se va de un sitio a otro, incluso algunos grupos se acompañan de bertsolaris, que improvisan versos sobre temáticas diversas, generalmente de actualidad. Por otra parte, ha adquirido gran auge que salgan también los escolares, chicos y chicas, pero por la mañana o a primera hora de la tarde, con celebraciones en sus centros escolares.

La incógnita es saber por qué entre los vascos, en un momento concreto que se desconoce, las cuadrillas de hombres sustituyeron a las de mujeres en el día de Santa Águeda, cambiando el emakunde por el izakunde, quitándoles el único día al año especialmente dedicado a ellas. Sea como fuere, los vericuetos de la tradición son sabios cuando ésta es auténtica, de manera que de una fiesta de sólo mujeres se pasó a otra de sólo hombres, que se ha transformado ahora en una fiesta de hombres y mujeres.

Tonos y melodías Y con mucho predicamento entre los más pequeños, ya que, de un tiempo a esta parte, la tradición se ha convertido en obligatoria entre los escolares del territorio histórico, que son el mejor aval para asegurar el mantenimiento de la tradición. Ayer sólo hacía falta echar un vistazo a los patios de los colegios y a las calles de pueblos y ciudades para descubrir la incidencia de la santa entre los más pequeños, ataviados para la ocasión con los trajes populares. Muchos ensayaban al mediodía sin obviar los nervios y la letra que entonarían a primera hora de la tarde junto al resto de compañeros de distintos centros escolares. Así, con la garganta a punto, las notas se deslavazaban hasta dejar oír aquello de aintzaldu daigun Agate Deuna...

Y es que, en el hermanamiento que supone la festividad de Santa Águeda, lo menos importante es cantar bien o mal o saberse la letra al dedillo. Porque makila en mano, la tradición se perpetúa y las diferencias entre gente de todas las edades y culturas desaparecen. Así se demostró ayer una edición más. Y es que Vitoria sonaba diferente y se veía diferente. Porque Santa Águeda la dejó provista de voces blancas, melodías familiares y la protegió del frío gélido y los temporales que últimamente han azotado el territorio. Varios coros salieron la víspera de la festividad para cantar sus canciones y recordar a la que es la patrona de las mujeres. Así lo hicieron en los colegios no sólo los más pequeños, sino también coros profesionales que templaron con sus notas la tarde-noche de la capital alavesa. Unos, vestidos de caseros y otros, con el pañuelo tradicional. Pero eso sí, todos con la makila en la mano para poder terminar la canción con determinación y pasar la correspondiente txapela más tarde para recaudar algunas monedas. Ya no son sólo quintos como antes, ni se hace mayoritariamente en los pueblos. La tradición se recupera y se renueva en toda la provincia, pero no por ello pierde fuerza. El legado está en la mano de los más pequeños que siguen disimulando los nervios de una frase perdida para acabar makila en alto con el claro bat, bi, hiru, riau!