Vitoria. Cinco testimonios muy diferentes dibujaron ayer el panorama general al que se enfrenta la juventud alavesa a la hora de emprender su propia vida. Era el acto estrella de la jornada Jóvenes y Emancipación, una experiencia organizada por el Ayuntamiento de Vitoria cuyo fin último es saber qué respuestas debe dar la Administración pública a unos chavales cuya trayectoria hacia la autonomía vital muestra siempre dos rasgos comunes: la inasumible carestía de la vivienda -la de alquiler, en comprar ya ni se piensa- y el verse abocados, no ya al trabajo precario, que también, sino a la economía sumergida.

Bilintx Knörr fue el primero en tomar la palabra. Con 29 años ha vuelto al hogar familiar tras un periplo vital que incluyó un año de residencia en Bilbao, otro en Granada, tres años en Edimburgo -"la única vez entre los 21 y los 28 años en que viví emancipado del todo", explica-, y el regreso a Vitoria para fundar una innovadora empresa que hace de todo en torno al mundo de la bicicleta. "Hace cinco meses volví a casa pese a ser autónomo, a que la cosa va bien y a que los números de la empresa son verdes, porque hay mucha incertidumbre", explica el joven gasteiztarra, que no ve "rentable, por el esfuerzo que supone", comprar una casa. "Me es más difícil emanciparme en mi propia ciudad que fuera", añade Bilintx, que sólo en Edimburgo pudo compaginar trabajo y estudios para poder ser independiente económicamente. "Aquí sería imposible, allí tienes 11 horas tutoriales a la semana y el resto del tiempo lo empleas en trabajar; la mayoría lo hacía así", afirma.

"Con una vida austerísima, sin lujos", Bilintx salió adelante, aunque ahora hiberne por un tiempo con la familia a la espera de que el mercado de la vivienda se racionalice. En lo laboral, no tiene dudas. "Veo muy claro que la salida es el autoempleo, es muy difícil encontrar un trabajo que te guste completamente", afirma un joven que tiene claro que hay que adaptarse a lo que hay. "Cada vez vamos a ser más espabilados porque no nos queda otra".

Alimou Mamadou, un joven que con sólo 16 años se marchó de su Guinea Conakry natal en busca de un futuro, terminó en un centro de menores de Vitoria, donde vivió experiencias "muy malas y muy buenas". Alimou tiene ahora 20 años, lleva cuatro en la capital alavesa y tiene un problema añadido al de ser joven, el color de su piel. Después de formarse como peluquero -"no me preguntaron qué quería estudiar, no me gustaba, pero al final me salió muy bien", recuerda- tocaba hacer prácticas. Del primer salón al que fue a aprender, de nombre africano, por cierto, le rechazaron por ser negro, así de sencillo. Más tarde fue el único, en una cena de trabajo, al que no le dejaron entrar a una conocida discoteca del paseo de la Senda, invitándole incluso a llamar a la Policía si no le parecía bien.

"No era mi destino", afirma Alimou con respecto a su primera experiencia como aprendiz de peluquero. Después fue a dar al salón Kabuki, "donde estuve como en mi casa, como con mi padre y mi madre", y donde hace un mes acabó sus prácticas. Ahora, como sus compañeros ayer, busca estabilizarse. "Siempre he intentado hacer algo, no quedarme quieto, aunque ahora las cosas estén un poco flojas", concluye.

Alejandra, de 25 años, empezó a trabajar con 16 los fines de semana, "por iniciativa propia", mientras estudiaba. Luego fue a la Universidad a Donostia, donde se buscó otro trabajo para los días de labor. Volvió a casa, se quedó a vivir en la vivienda de alquiler que dejaron sus padres, y llegó a alternar tres trabajos. Estudiaba Enfermería, trabajaba por la tarde, hacía prácticas de su carrera y trabajaba también por las noches del fin de semana en una discoteca. Llegó un momento en el que no podía con todo, y en la Universidad le recomendaron que se fuera a casa de sus padres. "He tenido suerte, mis jefes me han ayudado mucho, pero en Enfermería me exigían dedicación completa", explica. Ahora se toma las cosas con más calma. "Pasé muchos sacrificios, tuve unos niveles alucinantes de ansiedad, pero no te das cuenta, sólo quería acabar la carrera en tres años para terminar con esa situación", afirma. Al finalizar los estudios le empezó a sobrar tiempo, "y llegó el bajón".

"todo pirata" Juan afirma, medio en broma medio en serio, que ha estado a punto de pasar hambre. Este joven de 29 años trabajó desde muy joven como técnico de teatro por voluntad propia, y en todo este tiempo sólo ha sido capaz de cotizar dos años porque en su campo laboral lo que se lleva es la economía sumergida. "Es todo pirata", denuncia, pero aún así es feliz de trabajar en lo que le gusta, aunque viva muy justo. "A los 23 me fui de casa tras unas prácticas en Gales", afirma el joven, quien cree que la situación de la juventud de hoy en día sería insostenible sin el colchón familiar. Aunque no se eche mano de los padres más que para ir a comer de vez en cuando o para llevarse algunos productos embotados de la huerta, como explica Juan, están ahí, y sólo ese hecho ya evita la sensación de desamparo. En cualquier caso, no es fácil sobrevivir ahí fuera. "Siempre tuve claro que no quería casarme con el banco", afirma el joven, que aún así tiene en el acceso a la vivienda su mayor reto. "Los precios de alquiler son desorbitados", se queja.

A Edurne, de 25 años, le sucede algo parecido. Tras dar muchas vueltas ha conseguido emanciparse compartiendo piso con otras dos amigas, pero el camino no ha sido fácil. "A los 12 años ya me quería ir de casa", afirma la joven gasteiztarra, que fue primero a Irlanda, y luego a Canadá, a aprender inglés, como preparación previa a su licenciatura en Traducción. Ya en Canadá, con 13 años, empezó a trabajar en un Starbucks. Uno de los años de carrera lo pasó en Italia y también tuvo que trabajar para pagar los 500 euros que le pedían por una habitación en Roma. Luego llegó Barcelona, y un trabajo en una empresa de rodaje. Edurne regresó a casa con la crisis. Sólo conseguía trabajos esporádicos, en mítines, en actos de un día, "todo en negro", lo que le impedía hacerse autónoma y entrar al mercado laboral legal. "No aguantaba más en casa de mis padres porque después de tanto tiempo viviendo sola tenía mis manías; miré para irme a trabajar fuera, a Inglaterra, y justo cuando me decido me sale un trabajo aquí, inesperado", cuenta Edurne, que por fin logró emanciparse en su propia ciudad.