Donostia. ¿En qué base se asienta el nuevo proyecto de Baketik?

La paz y la convivencia social han sido claves determinantes, pero el eje principal es qué respuesta social hay que dar desde un punto de vista ético a la cuestión de la crisis. Eso es lo que ha guiado la reflexión. Hemos establecido una conclusión dentro de una propuesta que se va a llamar Dinamo, que trata de promover la principal fuerza de cambio personal y social que tenemos las personas y las sociedades: el poder de elegir con sentido ético.

La ética es un concepto complejo en una sociedad tan fragmentada.

Sí. Aunque, aparentemente, la sitúe en el laberinto de la ética, esta propuesta define cuatro claves que contribuyen a situarse y a desarrollar ese poder. La idea es que podemos elegir, que no estamos condenados a una única opción y que siempre podemos encontrar en cualquier circunstancia personal, social, familiar o política más opciones que las que parecen venir condenadas por el mero impulso. Esta es la clave principal: promover y revalorizar la conciencia de que podemos elegir con un sentido ético de la vida. Y esto nos sirve tanto para enfrentarnos a la crisis en el ámbito personal, social, organizativo o comunitario como para afrontar el proceso de paz, de convivencia y reconciliación.

Pero es complicado amalgamar todo eso.

Para eso planteamos que hay una especie de protocolo. A cada ciudadano, entidad u organización le corresponde definir su misión social a partir de cuatro preguntas, que son los puntos cardinales que configuran una suerte de protocolo de esta propuesta Dinamo. Las cuestiones son: ¿En qué me limito?, ¿en qué me apoyo?, ¿qué me toca? ¿En qué contribuyo a mejorar el mundo? Mirando la crisis actual, la primera pregunta, por ejemplo, cuestiona la sostenibilidad, la gestión de los recursos o el medio ambiente. Cualquier persona que se quiera situar en una realidad tiene que preguntarse: ¿en qué me tengo que limitar? La segunda pregunta nos remitiría a pensar qué debemos aprovechar de lo bueno existente. La tercera nos traslada a nuestra responsabilidad; qué tengo que hacer yo y qué huella dejo en el mundo para mejorarlo. Hablamos del mundito de cada uno.

¿Cómo desarrollarán el proyecto a partir de esas cuatro cuestiones?

Desde seis campos: la persona; la educación; la contribución al proceso de paz y convivencia; el mundo de las empresas y organizaciones; la mediación en conflictos y los proyectos de solidaridad. Dicho así parece muy ambicioso, pero en algunos de ellos ya tenemos mucho preparado. Por ejemplo, en el educativo tenemos la propuesta Izan de trabajo en las escuelas. Además, en el campo de las empresas, con el programa Lanetik lo acabamos de experimentar este año.

Hay una reorientación notable en el trabajo de Baketik.

Abrimos campos. Llegados al punto al que ha llegado esta crisis, el cambio que necesitamos es social y personal. Y las mismas cuatro preguntas a las que hacía referencia anteriormente se pueden aplicar a la convivencia. La primera pregunta, en qué tengo que limitarme, es en qué no tengo toda la razón. La segunda es qué hay de positivo en nuestra convivencia. La tercera es qué me corresponde y la cuarta es qué es lo primero en la convivencia. Estas cuatro preguntas también nos sirven en el conflicto y la reconciliación.

Seguramente, habrá gente que les ha dado la espalda.

Existen recelos, pero son cada vez menores. Vivimos en una sociedad plural y no se puede pretender que lo que uno hace le guste a todo el mundo. Mientras cualquier recelo sea expresado con respeto hay que aceptarlo con toda deportividad. Sí somos conscientes ante determinadas sensibilidades de que podemos suscitar sospecha. Hay que aceptarlo.

¿Y cómo observa todo el proceso que ha desembocado en el final de la violencia?

El final de la violencia de ETA y este proceso de paz en el que ahora estaríamos han sido posibles porque la sociedad vasca se ha puesto por delante de la política y el conflicto. La manera que tiene la gente de vivir su vida cotidiana ha ejercido de tracción. Está muy anclada en el humanismo y el respeto a asumir responsabilidades.

Decía en primavera de 2011 que vivimos un momento de crisis donde lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. ¿Continúa pensando igual?

En ese terreno hemos dado un paso muy importante. Lo viejo está muriendo y lo nuevo está naciendo en el terreno de la paz y la convivencia. Ha pasado un año desde que ETA declaró el final, y parece que es mucho tiempo pero solo es un año. Hay que pensar que, a partir de ahora, todo lo que queda es mejorar. Hay que hacer un esfuerzo colectivo por impulsar una nueva cultura de la convivencia que permita cerrar bien el pasado y enfocar bien el futuro.

Esa labor no resulta sencilla porque deberían pasar varias generaciones para que esas heridas se cierren absolutamente.

Es una tarea a contracorriente por una doble razón: por una parte, cuando llega el cese de la violencia en cualquier conflicto nos aliviamos, nos relajamos, lo festejamos y esta idea de hacer un esfuerzo por enfocar la convivencia de otra manera pierde fuerza y prioridad. Por otra lado, se nos ha colocado en el centro de la prioridad una crisis terrible. Pero hay que hacer un trabajo impresionante y sostenido al menos durante dos o tres legislaturas para asentar una nueva cultura de la convivencia. La experiencia que hemos vivido durante las últimas cuatro décadas ha sido socialmente traumática. Y ante eso podemos mirar para otro lado o podemos darle salida a ese trauma. En otros procesos de paz nos cuentan que cuando pasa el tiempo y eso no se ha hecho, se echa en falta.

En este sentido, ¿qué les ha enseñado la experiencia irlandesa?

Entró en esta senda antes que nosotros y abrió los ojos a líderes políticos. Me parece que Irlanda ha sido una experiencia modélica en lo que se refiere a activar el proceso de paz, poner fin a la violencia y desarrollar los acuerdos políticos que dan pie a la paz. Sin embargo, en la reconciliación y el reconocimiento a las víctimas están deficitarios. Aunque ha habido un momento muy interesante cuando el primer ministro británico reconoció el error en el Domingo Sangriento (Bloody Sunday) y pidió perdón públicamente.

Ha expresado que "pocas sociedades habrá en Europa o en el mundo que se hayan implicado tanto contra la violencia o a favor de las víctimas". Pero también hay una parte significativa de la sociedad que no se ha implicado para evadirse del daño.

En todos los conflictos se puede hablar de diferentes perfiles: más activos, más pasivos y más condescendientes. Pero a la hora de analizar cuantitativamente las movilizaciones, las organizaciones por la paz y los derechos humanos, hay pocos lugares en Europa en los que se pueda encontrar tanta intensidad en ese sentido. Creo que lo que ha ido creciendo con el paso del tiempo es un hastío y una frustración detrás de otra porque los intentos por encontrar una solución no cuajaban y la ilusión de la gente se iba desmoronando.

Ese hastío social puede extrapolarse ahora a las dramáticas consecuencias de la crisis, en el que se advierte cierta resignación.

Probablemente tiene que ver porque, además de padecer una crisis de modelo, hay una crisis de alternativa. Esto dificulta que mucha gente pueda involucrarse en una línea. Hay muchas personas paradas cuya indignación es un motivo suficiente para que se muevan pero necesitan saber hacia dónde dirigirse. Y eso hoy no está muy claro.

¿Cómo le gustaría que fuese la sociedad vasca dentro de 25 años?

Me gustaría una sociedad que hubiera podido hacer una revisión crítica de su pasado, capaz de reconocer todas las vulneraciones de derechos humanos que hubo en este periodo traumático que hemos vivido sin excepción; que se hubiera reconocido a todas las víctimas y que ese reconocimiento del pasado hubiera servido de base para enfrentar un futuro en el que pudiéramos estar de acuerdo en dos o tres cosas muy básicas y que en todo lo demás fuéramos plurales.

¿Qué cosas?

Ponernos todos de acuerdo en que ningún proyecto político o causa está por encima de la dignidad humana. Segundo, ponernos de acuerdo en que cualquier proyecto que sea respetuoso con los derechos humanos, que se defienda pacíficamente y cuente con un apoyo mayoritario pueda desarrollarse democráticamente. Cuando tengamos conflictos, ponernos de acuerdo para recurrir al diálogo, y, si no es posible el acuerdo, nos someteremos a los principios y métodos democráticos. Una sociedad capaz de compartir estas tres bases no tiene que tenerle miedo a la divergencia y a la pluralidad.