la suerte o la ausencia de ésta en la montaña puede significar la diferencia entre un simple susto y una tragedia. Un resbalón a destiempo, una caída, un despiste o un desprendimiento provocado por las lluvias o por animales pueden concluir como una mera anécdota o como un accidente de funestas consecuencias. Un matiz, una circunstancia o una casualidad pueden desequilibrar la balanza. Eso es, precisamente, lo que le ocurrió al vitoriano de 40 años, de nombre Luis María Illera, que el pasado domingo perdió la vida en la Ruta del Cares. Esta senda de montaña entre Asturias y León, en el corazón de los Picos de Europa, es visitada al año por centenares de miles de personas -322.000 visitantes en 2011-, hito que la convierte en una de las rutas senderistas más transitadas del conjunto de la cornisa cantábrica y de España. Muchos de esos visitantes la recorren con una condición física respetable. Otros, no, porque el itinerario no es, en principio, ni difícil, ni técnico, ni peligroso. Es más bien un atractivo para el turista enamorado de la naturaleza. Sin embargo, en el monte es mejor no tener confianzas. Estar en un lugar en un momento poco adecuado puede suponer la muerte. Eso fue lo que le ocurrió al desventurado gasteiztarra, obrero industrial en Michelin, casado y padre un niño de dos años y medio. Uno de los guijarros desprendidos le dio en la cabeza. Murió al instante. Una desgracia orquestada por el azar.

La Ruta del Cares discurre entre la astur Puente Poncebos y la leonesa Posada de Valdeón pasando por la de Caín, también leonesa. Antaño, el itinerario era la única comunicación entre ambos pueblos durante las nevadas de invierno, que en estos lares son copiosas y habituales al ser una zona de alta montaña, con picos que superan el kilómetro con relativa facilidad. Discurre por la llamada Garganta Divina del río Cares, y se trata de un camino a media altura que se abrió en la década de los años 40 del siglo pasado. Se picó la roca a mano para facilitar el mantenimiento del canal de alimentación de la central hidroeléctrica de Poncebos. Su longitud es de 12 kilómetros, y discurre por un camino de 1,5 metros de anchura, con muy pocos desniveles, que bordea el acantilado con profundos cortados.

Lo que ocurre es que la naturaleza es caprichosa y difícilmente gobernable. Lo que a simple vista es una senda asumible -eso sí, no apta para los que sufren de vértigo- ya arrastra tras de sí un triste listado de víctimas mortales. Y curiosamente, la mayoría de ellas son alavesas. Otra jugada incomprensible del azar.

Según indicaron a este diario fuentes de Bomberos de Asturias, la zona del itinerario acostumbra a sufrir desprendimientos. Estos fueron la causa de la muerte de otra alavesa. Ocurrió en 2001. Una piedra golpeó en la cabeza a una mujer de 38 años mientras paseaba. Un año después, otro gasteiztarra se precipitó al vacío. Años más tarde fallecieron otras dos personas. Luis María ya es el quinto en esta lista. Cuestión de suerte. O de la ausencia de ésta. El caso es que las avenidas de rocas provocadas por la lluvia, el viento o el paso de rebaños de cabras o animales salvajes no son circunstancias extrañas en estos parajes de los Picos de Europa.

De hecho, durante el pasado mes de abril una avalancha de piedras de mil toneladas seccionó una quincena de metros de la ruta y la dejó inservible, ya que partió el itinerario en dos dejándolo sin solución de continuidad. Para remediar esta situación las administraciones asturianas invirtieron una partida de cerca de 200.000 euros, que se dedicaron a asegurar la ruta y retirar la piedra caída. Con ello, el sendero volvió a estar operativo y listo para volver a recuperar su rango de atractivo turístico de primer orden.

De ahí que durante estos meses la zona haya vuelto a ser un hervidero de senderistas. Como Luis María. Desgraciadamente, el azar quiso actuar. Ayer, en el funeral celebrado por su alma en la gasteiztarra iglesia de San Vicente Mártir ése era uno de los reproches que se elevaban al cielo. Sólo queda esperar que los próximos matices concluyan en anécdotas que poder contar.