AFINALES de la primavera del año 1199, el rey de Castilla, Alfonso VIII, invadió Álava y puso cerco a la villa navarra de Vitoria, transgrediendo el Laudo Arbitral de Londres, admitido por ambas partes en 1177. El asedio duró nueve meses, hasta el mes de marzo del año siguiente. Los asediados, encabezados por Martín Ttipia, teniente o gobernador de la villa y su comarca, resistieron heroicamente. La capitulación sólo se produjo tras el permiso para ello de su rey, Sancho VII Azkarra o el Fuerte, quien viendo imposible socorrer a la villa, ordenó a los suyos la capitulación, para al menos salvar sus vidas.
Estos hechos han sido recordados durante las últimas fechas por los miembros del colectivo Navarrate, quienes, junto a las asociaciones culturales Martin Ttipia y Larrintza y al grupo Nafarroa Bizirik, han organizado una serie de actos en homenaje de aquellos vitorianos que lucharon por la pertenencia de la villa al reino de Navarra. Los actos comenzaron el día 24 de mayo con una mesa redonda en el centro cívico Aldabe, sobre Navarra como paradigma. El 29 de mayo, en el mismo lugar, fue el político y escritor Joseba Ariznabarreta, autor del libro Pueblo y poder, quien impartió una conferencia con el título 500 años sin estrategias.
Los actos de homenaje a los defensores de Vitoria culminarán hoy con una kalejira a las 12,30 horas con salida en la plaza de la Sociedad Bascongada de Amigos del País, frente al palacio Escoriaza-Esquível. Después bajará por el cantón de las Carnicerías para salir por Aldabe a Siervas de Jesús, recorriéndola hasta la calle Diputación, Virgen Blanca y Plaza Nueva, hasta el Machete, donde se leerá un manifiesto y se disfrutará de un pintxo-pote navarro.
El colectivo Navarrate reivindica el carácter navarro de los territorios y las gentes de Álava, con el objetivo de la recuperación de la soberanía y el territorio del antiguo estado vasco de Navarra. En su opinión, la historia ha servido a menudo para enmascarar la realidad, como bien saben quienes hoy en día se dedican a hacer desaparecer cualquier vestigio, del tipo que sea, que contradiga la versión falaz de los acontecimientos por ellos sostenida, por eso la historia, reescrita, puede ser un arma liberadora, no sólo para sacar a la luz lo que los estamentos dominadores encerraron en sus trasteros, sino también porque, al mismo tiempo, pone en evidencia que esa dominación ha estado siempre basada en la tergiversación, cuando no directamente en la mentira.
Precisamente en el lugar en el que hoy se ubica el centro cívico Aldabe se alzaba la casa-torre del rey de Navarra Sancho VII Azkarra. Conservaba su propiedad en 1225, tras la conquista de 1200, cuando la dona a la Orden de Predicadores de Santo Domingo, para que los frailes fundaran allí su convento vitoriano. Años después, en 1694, los frailes piensan en colocar en la antesacristía del convento, los retratos de sus más insignes bienhechores que, consideraban, no eran otros que el rey de Navarra, Sancho VII, y Pedro de Oreitia, caballero vitoriano, quien en su testamento donó al convento de Santo Domingo 10.000 ducados y otras propiedades. Pero según dejaron constancia por escrito los dominicos, hubieron de desistir en colocar el retrato del rey por "no exponerse a modernas críticas". Sirva esta anécdota para ilustrar cómo ese sentimiento de ser uno con el resto de los navarros ha sido una constante a lo largo de la historia, lo que revela que las sucesivas conquistas y anexiones, 1054, 1076, 1200, 1371, 1512…, se hicieron siempre contra la voluntad de los naturales del país.
Ya lo demostraron los representantes navarros en el Laudo Arbitral de Londres ante el rey de Inglaterra Enrique II, nombrado árbitro para solucionar los problemas territoriales entre Navarra y Castilla, cuando basaron sus reivindicaciones no en conquistas militares y cuestiones hereditarias, como hicieron los embajadores de Alfonso VIII de Castilla, sino "en la fidelidad probada de sus moradores naturales".
Identidad En la mesa redonda celebrada en el centro cívico Aldabe se hizo hincapié en este punto, afirmando que ése, el de la voluntad de los naturales del país, es el mejor argumento a favor de la restauración de la independencia de Navarra en la actualidad, tal como lo fue en 1177. "Creemos -se afirmó-que, con la que está cayendo, hoy más que nunca la opción de la independencia es la única que garantiza a la nación vasca su supervivencia como pueblo, como comunidad que comparte un patrimonio histórico y cultural, una identidad y, sobre todo, una voluntad de ser juntos".
Se recordaron ejemplos de cómo esa voluntad ha estado siempre presente, de manera soterrada, pero otras abiertamente, como cuando el padre Larramendi hablaba de las provincias unidas del Pirineo, allá por 1756, y decía: "¿Qué razón hay para que la nación vascongada, esta nación privilegiada y del más noble origen, no sea nación aparte, nación de por sí, nación exenta e independiente de las demás?