Históricamente, el Camino de Santiago y los presidiarios han tenido una estrechísima relación. Antaño servía como redención de penas e, incluso hoy, podemos ver a numerosos reclusos belgas o franceses transitando el Camino con sus acompañantes de rigor. Como en casi todo, por estos lares solemos llevar 20 años de retraso. Pero todavía se puede encontrar gentes en el Camino como Berna, trabajador social de la cárcel del Dueso, o Ernesto, el mítico cura obrero cántabro que ha hecho del albergue de Güemes, la casa de sus antepasados, un santuario de obligado paso. Hacer el Camino del Norte sin dormir en ese centro universal de solidaridad es como llegar a Santiago sin entrar en la Catedral.
Y para que nada falte, quien te puede atender como hospitalero puede ser un recluso en libertad condicional del penal del Dueso, en cuyas huertas, los presos cultivan todo tipo de alimentos para avituallar a los peregrinos. Es solo una parte del programa de Compromiso Social que lleva adelante Berna con la complicidad y el aliento de Ernesto, orgulloso de haber visitado los muros del trullo cuando ejercía de cura-albañil en un barrio obrero santaderino. Prisión y Camino, Camino y Prisión, dos instituciones que siempre se han cruzado y que se deberían seguir cruzando, pero no solo en El Dueso.
Y el pasado viernes lo pude comprobar de cerca. Tuve el privilegio de ser acompañado en la etapa entre Somo y Güemes por Ernesto, Berna y Pedro (nombre ficticio), este último con solo una semana de libertad condicional y que me acompañaba al albergue de Güemes para tomar posesión de su cargo como hospitalero, para empezar a saborear su nuevo camino, su nuevo etapa, sabedor de que no se lo van a poner fácil, que tiene que empezar de cero, a pesar de sus 37 tacos. Estar doce horas junto a quien empieza a vivir la vida tras once años regala muchos momentos impactantes, como cuando Pedro acariciaba al bebé de una de las hospitaleras del albergue después de todo ese tiempo sin contacto alguno con un niño, o cuando descubría atónito el mundo de Internet del que tanto había oído hablar en la tele de la prisión y volábamos por el Google Maps hasta la que fue su última casa en libertad, a cientos de kilómetros del Dueso.
Allá se quedó Pedro, de hospitalero, sirviendo cenas y desayunos, con Ernesto, deseoso de llevarme la mochila hasta Jerusalén: "Me iba contigo ahora mismo pero no puedo". La burocracia todavía le va a tener un tiempo fichando, sellando, durmiendo entre semana en un centro de internamiento, a la espera de la libertad del fin de semana para trabajar de hospitalero y la total que le lleve a aprovechar la nueva oportunidad que le brinda la vida. Lo que ocurre es que es más fácil encontrar oportunidades rodeado de gentes dispuestas a ofrecértela y no encontrándote desarraigado en medio de la rue fría y pedregosa. Pero lo de Güemes, lo del Dueso, no es una excepción de origen divino en tierras cántabras. Para conseguir lo mismo, se puede adoptar el sencillo método de tradición japonesa: copiarlo. No cuesta nada y se dignificaría aún más el Camino de Santiago.