Pasaban las dos de la tarde del pasado viernes en la calle de Los Herrán, en Vitoria. El día había amanecido nublado y las conversaciones de los viandantes giraban en torno a que, por fin, el otoño parecía haberse instalado definitivamente en la capital alavesa. Se equivocaban. En el interior de la sucursal bancaria de la Caja Vital, situada en el número 80 de la citada vía, varios clientes se disponían a realizar sus trámites personales. La misma rutina de todos los días. Una normalidad sin fisuras dominaba el ambiente hasta que un individuo toscamente disfrazado la hizo saltar por los aires. Quienes le vieron explican que la indumentaria que vestía rayaba en el ridículo. Nada más aparecer por la puerta de la oficina, todas las miradas se clavaron en él. Su estampa desentonaba totalmente. "Llevaba el kit completo de atracador clásico, con la barba postiza, el sombrero, la peluca, los guantes y las gafas. Lo típico que uno no se pondría si tuviera la intención de atracar un banco. Se veía a la legua que todo era de pega", recuerdan. Quizás pensara que a esa hora no habría nadie allí, pero la Ley de Murphy acostumbra a cebarse con los primerizos en materia de atracos nefastamente planeados.

Ante tamaña expectación, al pobre imitador de El Solitario parecieron flaquearle las fuerzas y se quedó parado sin saber bien cómo reaccionar. Los presentes vieron como el director de la sucursal, Iñaki Gastón, un hombre sobradamente conocido en Vitoria por sus múltiples actividades sociales, también le miraba fijamente. Incluso creyeron entender que le hacía una ligero gesto, como indicándole que abandonara la sucursal, pero todo se mantuvo en una calma tensa. No le quedó más remedio que reconocerle a pesar de la torpe caracterización, ya que se trataba de su hermano mayor. "Al final se metieron en un despacho y hablaron un poco, un minuto o así. Tras el breve intercambio de palabras, el individuo se fue por donde había venido", relata uno de los hosteleros de la zona perfectamente informado de cuanto aconteció en el interior de la Caja Vital durante esos eternos segundos.

persecución a pie En realidad no había sucedido nada, no se había producido ningún acto delictivo, pero todo el mundo se quedó estupefacto. Extrañados ante la inesperada escena, visiblemente cargada de nerviosismo por parte de sus protagonistas, los clientes no perdieron detalle del mutis protagonizado por el hombre del disfraz. Dado el contexto, todos compartieron la sensación de que acababan de presenciar el intento de robo más ridículo del mundo. Uno de los testigos no se lo pensó dos veces, sacó el móvil y marcó el número de la Ertzaintza. Mientras les desgranaba los detalles de lo ocurrido, comenzó a seguir a pie al sospechoso.

Aunque se llegó a comentar que había llegado en el monovolumen de su hermano y que lo había estacionado frente a la sucursal, parece ser que no había ningún coche aparcado a la puerta de la oficina bancaria. El hombre se dirigió andando a la plaza del Artium donde fue interceptado por una patrulla de la Policía autonómica que seguía por vía telefónica las indicaciones del improvisado perseguidor. Tal vez el hombre de la peluca, quien ya se había desprovisto del atuendo de atracador y lo había devuelto a la bolsa de plástico, se dirigiera al parking subterráneo, pero la verdad es que el individuo, de nombre Luis, de 60 años, dotado de un carácter extremadamente reservado y guarda jurado de profesión, ni siquiera tiene carné de conducir.

"Antes de que todo ocurriera, le vi pasar frente al bar. Iba andando. Se detuvo un momento ahí, en ese hueco -explica el titular de una cafetería cercana a la sucursal rememorando los segundos anteriores a la entrada del hombre en el banco- y empezó a sacar cosas de una bolsa de plástico. Se puso la peluca, el gorro, las gafas y todo lo que llevaba. Lo hizo ahí mismo, en la calle, sin ningún disimulo, y luego se metió en la caja".

Cuando los agentes le dieron el alto junto al museo, registraron el interior de la bolsa. Además del disfraz, llevaba un arma de plástico. No un revólver simulado como se especuló inicialmente, sino una pistola de juguete barata que dificilmente podía dar el pego para cometer un atraco.

autoinculpado A partir de ese instante, los acontecimientos se precipitaron. El improvisado atracador, mayor y cabizbajo, con gesto casi humillado, no decía nada. Los ertzainas comenzaron a preguntarle por su visita al banco y cuando vieron que no respondía procedieron a su identificación. Cuando su apellido salió a relucir, la evidencia de que era el hermano del director de la sucursal se hizo patente y una segunda patrulla se dirigió a la entidad bancaria para hablar con su hermano. La entrevista despertó sospechas en los agentes y finalmente ambos fueron conducidos a comisaría en coches separados.

Una vez en dependencias policiales, nadie comprende el motivo que llevó al director de la sucursal a firmar un documento que le inculpaba. El papel en el que estampó su rúbrica explicaba que los hermanos, acuciados por las deudas, habían planeado el atraco, pero que ante la imposibilidad de llevarlo a cabo por la presencia de demasiados testigos habían decidido dar marcha atrás. Quienes le conocen no dan crédito a esta versión, aseguran que "se volcaba en el trabajo" y no comprenden qué pudo llevarle a admitir su participación en semejante chapuza. Se dice que sus dos separaciones matrimoniales le acarreaban gastos e incluso se rumorea que había salido malparado de una reciente operación financiera, perdiendo dinero por el camino, pero quienes conocen de cerca el mundillo de las sucursales -y él era el primero que dominaba su funcionamiento interno- explican que la cantidad máxima que podría llevarse alguien como fruto de un atraco no superaría en un día normal, como el pasado viernes, los 20.000 euros. Un botín excesivamente exiguo como para tapar las supuestas deudas y como para poner en peligro la estabilidad y el prestigio social de que gozaba.

Su círculo cercano apunta que estuvo mal asesorado legalmente y que firmó el documento sin saber realmente a lo que le comprometía semejante declaración. A posteriori, el propio director y muchos de sus conocidos han dado marcha atrás en sus declaraciones y dejado en manos del hermano toda la responsabilidad de lo ocurrido, aunque la investigación sigue adelante. Tras prestar declaración, los dos hermanos quedaron libres con cargos a la espera de ser reclamados por la autoridad judicial, si bien todo parece apuntar a que cuando llegue el juicio el director volverá a acusar a su hermano del intento de atraco.

Algunos apuntan a la mala relación que ambos mantenían después de haber discutido supuestamente por la ocupación de una propiedad inmobiliaria, e incluso afirman que el hermano le advirtió que se la jugaría. "Lo único cierto es que en cuestión de tres minutos se ha arruinado la vida", aseguran. Tal vez la sangre no llegue finalmente al río, ya que al parecer, Iñaki Gastón mantuvo el viernes una reunión con los responsables de Caja Vital en la que explicó su nueva versión de los hechos y recabó el apoyo de sus superiores.

Quienes conocían de cerca el día a día del director, no escatiman elogios hacia su labor y ponen en duda que dinamitara conscientemente su carrera de una forma tan gratuita. "Muchas veces venía aquí a tomar el café con algún cliente para hablar de sus cosas y todo el mundo habla bien de él. Es un buen profesional. Nada de esto tiene ningún sentido", explica el camarero que le servía el café por las mañanas.