araia. La calle Santsaerreka era el punto de encuentro de los padres con el hijo. Joseba González de Alaiza, ataviado con sus mejores galas, se reunía con sus progenitores junto a las casas nuevas de Araia. Era un encuentro muy especial, ya que minutos después el mozo iba a contraer matrimonio, con Sonia, su "novia de toda la vida". Todo sucedió en un ambiente especial, marcado por el ayer y por la necesidad de reivindicar una cultura: la euskaldun. Por ello, ayer, Araia no vivió un enlace matrimonial cualquiera. Salió a la calle en masa para viajar al pasado y celebrar una boda tradicional vasca, una euskal ezkontza, y lo hizo con sus mejores galas.

El novio, ataviado con abarcas, medias de lana, pantalón gris mil rayas, camisa blanca, chaleco negro y, en la cabeza, txapela. La madre del novio, relucientes zapatos negros, falda gris y negra, blusa oscura y mantilla. En la mano, rosario y biblia. Junto a ella, su marido desde hace 33 años, Javi Sáez de Vicuña, que lució pantalón mil rayas, camisa naranja y chaleco negro. Con veinte minutos de retraso respecto al horario previsto y acompañados por una leve brisa, la comitiva partió en busca de la novia tras escuchar los primeros bertsos de la mañana. Las rimas les deseaban suerte, circunstancia que el novio agradeció. Joseba reconoció "no estar nada nervioso. He dormido perfectamente. Al tiempo, se jactaba señalando que "no he visto a la novia ni siquiera la rodilla".

La música del acordeón, el pandero y el cuerno precedió a la comitiva a la que iban sumándose invitados ataviados con sus mejores galas. "Que la novia está ya preparada en el baserri", espetaban a su paso. Tras recorrer cerca de un kilómetro, novios, familia e invitados llegaron hasta el caserío de la Tejería, donde fueron recibidos por los padres de la chica, Sonia Niza. La madre, Edurne Azkona, ataviada con el traje de casera. El padre, Jon Alberdi, de atuendo similar a Javi, salvo por la camisa blanca. "Queremos lo mejor para nuestros hijos porque se lo merecen todo", apuntaron los cuatro, algo nerviosos en el gran día.

Mientras familiares y amigos departían y aprovechaban para sacar las fotos de rigor con el fotógrafo llegado de la capital con sus mejores galas, el novio entraba en la casona en busca de la novia.

Entonces sonó la txalaparta y las conversaciones cesaron. La atención se centró en los cuatro que conversaban animadamente antes del enlace. "Te llevas un buen hombre", comentaba la madre del novio. En ese momento la comitiva rondaba el centenar de personas. Algunos de ellos llegados de ultramar, como las dos viudas procedentes de Río de la Plata que, con sus mejores galas, no quisieron perderse tan particular enlace.

La comitiva se dirigió hacia la Herriko enparantza. Sin prisa, dejándose llevar por el ritmo que marcaba la pareja de bueyes que tiraba del carro donde viajaban algunas de las nuevas pertenencias del joven patrimonio.

Notables de la villa Los novios fueron recibidos por el cura, el alcalde y el notario en la plaza a ritmo de txalaparta. Una decena de neskas conformó un pasillo de arcos sobre los que pasaron los protagonistas del día para, posteriormente, subir al kiosco, convertido en capilla para la ocasión. La ceremonia fue breve. El tradicional intercambio de anillos y arras, la lectura de la dote por parte del notario -el caserío en el que iban a vivir los tortolitos, tierras, ajuar o animales fueron algunos de los presentes de ambas familias para inicio de una vida nueva-.

El beso de la pareja arrancó aplausos y vivas entre los que se sumaron a la fiesta. Luego, todos juntos celebraron el nuevo estado civil de la pareja con unos bailables. Por supuesto, la fiesta continuó con una comida, en el frontón en la que se reunieron medio centenar de personas.