la hipertensión arterial es una patología crónica tan fácil de detectar pese a su carácter asintomático como peligrosa si no se toman las medidas adecuadas para controlarla. Cuando se manifiesta, la sangre del paciente circula por sus arterias a una presión más alta de lo deseable, éstas se endurecen y se hacen más gruesas para soportar el flujo y, a largo plazo, dificultan el paso del rojo elemento. El infarto de miocardio, las hemorragias o la trombosis cerebral surgen como tres de sus complicaciones más graves, lo que ha hecho de la hipertensión uno de los problemas más importantes de salud pública a juicio de las autoridades sanitarias. Especialmente en los países desarrollados, donde tiene asociadas unas altas tasas de mortalidad.

El 20% de la población adulta padece esta enfermedad en Euskadi según los últimos datos aportados por la Sociedad Vasca de Hipertensión Arterial. Este porcentaje se eleva incluso hasta el 60% entre los mayores de 65 años. Los malos hábitos de vida y el sedentarismo están detrás de su aparición, aunque en muchos casos también interviene un componente genético.

La combinación de una dieta saludable con la actividad física resulta imprescindible para tratar la hipertensión y evitar sus dramáticas consecuencias. Apenas caben dudas al respecto entre los profesionales de la salud. No obstante, la falta de estudios específicos al respecto hace todavía difícil calibrar cuánta cantidad de ejercicio es la más beneficiosa para cada hipertenso y en qué intensidades. Partiendo de esta inquietud, un equipo de profesionales de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (FCCAFD) de la UPV y de la Clínica gasteiztarra USP La Esperanza iniciaron a finales del año pasado un proyecto piloto de investigación para encontrar nuevas respuestas al control de la tensión arterial en este tipo de pacientes a través de la actividad física. Presentaron su idea a una convocatoria del Ministerio de Ciencia e Innovación, obtuvieron su respaldo a través de una beca, y a partir de ahí comenzaron el trabajo de campo.

Superada una criba inicial que incluyó una entrevista personal con el cardiólogo de La Esperanza Ignacio Camacho, codirector del proyecto, 22 personas participaron en ese ensayo inicial, todos hipertensos sin patologías asociadas, que voluntaria y gratuitamente se pusieron en las manos de Sara Maldonado, profesora del Departamento de Educación Física y Deportiva del antiguo IVEF y directora del estudio. La mayoría hombres, y de edades comprendidas entre los 30 y los 78 años, a los que captaron desde la web de la UPV y la propia Clínica la Esperanza.

cinta rodante y bicicleta Tras realizar unas pruebas de esfuerzo preliminares, los voluntarios iniciaron en mayo ocho semanas de ejercicio supervisado, dos horas a la semana, donde las pruebas en cinta rodante y bicicleta estática coparon todo el protagonismo. Concluido este periodo, unos nuevos ejercicios de esfuerzo sirvieron para evaluar los progresos de los participantes, el antes y el después. "Algunos han aumentado su fondo físico hasta un 30%", certifica Maldonado. Una vez recopilados todos los datos estadísticos, pronto se conocerá el impacto que el ejercicio tuvo sobre la tensión arterial de los pacientes, verdadero leit motiv del proyecto.

Claro que, con el objeto de aportar más rigor a estos datos, Maldonado y su equipo necesitan nuevos voluntarios para reanudar el proyecto a lo largo de este otoño. La investigación se prolongará en esta ocasión durante doce semanas, donde de nuevo se evaluarán los efectos de la actividad física en la tensión arterial de los pacientes tanto en reposo como en ejercicio, así como en distintos parámetros fisiológicos. Las pruebas, que de desarrollarán tanto en el edificio de la FCCAFD -ubicado en Mendizabala- como en la ciudad deportiva del Baskonia (BAKH), se realizarán dos veces por semana y con horarios flexibles para los participantes.

Al igual que en el proyecto piloto, la metodología consiste en distribuir a los participantes, de forma aleatoria, en tres grupos paralelos. Los del primero se limitarán a cumplir unas recomendaciones generales de estilo de vida saludable, sin desarrollar una actividad física controlada. Los del segundo, realizarán un programa de ejercicio físico programado de modo continuo y a una intensidad moderada. Y los del tercero, lo harán a diferentes intensidades, alternando intensas y moderadas. De esta forma, los especialistas podrán delimitar mediante la comparación de resultados qué intensidad de ejercicio es la más adecuada para el control de la hipertensión.

"En estudios sobre otras patologías cardiovasculares se vio que el entrenamiento en intensidades más altas, alternando con las moderadas, tiene mejores resultados que un entrenamiento continuo y moderado. Queremos observar si esto se ve también en pacientes de menor riesgo, que sólo sufren hipertensión", describe Maldonado. Esos buenos resultados, por ejemplo, se observaron en personas con insuficiencia cardiaca, post infartadadas, con problemas pulmonares e incluso diabéticos. Maldonado confía en comenzar el estudio con su segundo grupo de voluntarios en enero. "Si conseguimos 30 sería fantástico", anhela.