Vitoria. La muerte súbita siempre ha estado ahí, provocando dramas familiares en todos los rincones del planeta, pero por desgracia la opinión pública no ha comenzado a sensibilizarse al respecto, al menos en el Estado, hasta la sucesión de decesos espontáneos de futbolistas de primer nivel como Antonio Puerta o Dani Jarque. Según los últimos datos hechos públicos por el Departamento vasco de Sanidad, alrededor de 840 personas fallecen al año en Euskadi después de sufrir un episodio de estas características, 125 en Álava, muchas de ellas jóvenes, amantes del deporte y aparentemente sanas, lo que incrementa el dolor y la incomprensión.

Pese a que el desfibrilador es el único elemento que estando al alcance puede hacer que una persona que ha sufrido una muerte súbita recupere la vida, la dotación de estos aparatos en el territorio deja todavía mucho que desear. También en el resto del Estado, que a juicio del director general del Proyecto Salvavidas, Rubén Campo, "está a años luz" de países como Japón o Estados Unidos.

Gracias a esta iniciativa, numerosos clubes deportivos, empresas y ayuntamientos del Estado han podido conseguir estos aparatos sin asumir su elevado coste, 1.200 euros en su versión más básica. El gasteiztarra Toño Gacho, experto en el uso de desfibriladores y que colabora como formador en el Proyecto Salvavidas, advierte de que "debería haber uno en un radio máximo de quince minutos en caso de emergencia, aunque lo ideal sería en un radio de cinco".

No en vano, cada sesenta segundos que pasan desde que ocurre un paro cardiaco las posibilidades de supervivencia disminuyen en un 10%. Teniendo en cuenta que el tiempo medio de respuesta de las ambulancias es de ocho minutos en la zona urbana y de quince en la zona rural, queda clara la conveniencia de contar con un desfibrilador cerca mientras acuden los profesionales sanitarios, siempre que el episodio no le haya ocurrido a solas al paciente. Los desfibriladores semiautomáticos, los más habituales, incorporan unas instrucciones que permiten a cualquier persona hacerlos funcionar. Las máquinas diagnostican al enfermo gracias a unas ventosas que se adhieren a la piel y son capaces de evaluar si es necesario realizar una descarga y en qué intensidad.

En los últimos años, por suerte, la situación ha mejorado considerablemente en Gasteiz gracias al trabajo del Ayuntamiento y la ciudad cuenta con una veintena de equipos en edificios públicos desde finales de 2009. En concreto, los desfibriladores se encuentran en los centros cívicos de Iparralde, Judimendi, Hegoalde, Lakua, Aldabe, El Pilar y Arriaga, los polideportivos de San Andrés, Ariznabarra, Abetxuko y Mendizorroza, las piscinas de Mendi y Gamarra, los frontones Beti-Jai, el estadio de Mendizorroza, la plaza de toros, la Residencia San Prudencio, el Palacio Europa y el Teatro Principal.

El Consistorio, además, dispone de otros cinco desfibriladores portátiles para colocar en eventos puntuales. Las instalaciones del Baskonia y el Palacio de Justicia son otros dos lugares cardioprotegidos. A ellos hay que sumar, lógicamente, los centros de salud, los hospitales y las ambulancias, una dotación que a juicio de los dos expertos debería extenderse, como mínimo, a todos los polideportivos y gimnasios, cines, estaciones de transporte, centros comerciales, colegios, polígonos industriales y empresas de más de 50 trabajadores.

Que el parque de desfibriladores sea todavía tan insuficiente se debe, a juicio de Gacho, "a su coste y a la falta de formación e información". El vacío legal existente al respecto en Euskadi facilita estas carencias. Por el momento, sólo Cataluña ha dado el paso de legislar el uso de estas máquinas mediante un decreto ley de junio de 2010, que implantó la obligatoriedad de disponer de un desfibrilador en espacios con un aforo superior a las 100 personas. Los establecimientos cuentan con una moratoria de dos años para cumplir la norma.