vitoria. Puede parecer una afirmación contradictoria, pero la fiesta de San Juan, a pesar de su precisa ubicación en el santoral católico, constituyen una reliquia de las creencias de los vascos anteriores a la implantación del cristianismo y de sus rituales. Su origen está mucho más perdido que los ihauteriak o el olentzero, celebraciones ampliamente cristianizadas en la actualidad, a pesar de sus reminiscencias paganas.

De hecho, la Iglesia católica situó la festividad de San Juan Bautista -el precursor, el que clama en el desierto, aquél que anuncia la llegada de Cristo, según los relatos evangélicos- en una fecha importante para cualquier cultura, la del solsticio de verano. Ésta es la fecha del año en la que es mayor la duración de la luz solar, en la que el día vence a la noche y el sol a la luna. También conviene recordar que Juan -Jokhanaan en lengua aramea-, llamado el Bautista, es el único santo del santoral cristiano que nunca fue cristiano. No en vano, Herodes le cortó la cabeza antes de que Jesús, o San Pablo -sobre esto hay controversias-, fundasen la Iglesia.

Sea como fuere, la fiesta de San Juan tiene en estos lares, al igual que en el resto de Europa, profundas reminiscencias precristianas, relacionadas con el agua y el amanecer, con la salida del sol, el fuego y el mundo vegetal. Antiguamente se creía que en el instante del amanecer del día 24 de junio, podía verse salir el sol bailando sobre el horizonte. Los romanos creían que el sol en ese momento paraba un momento su marcha. Por ello llamaban a ese instante sol sistere, que quiere decir sol quieto, de donde proviene solsticio.

Entre las tradiciones alavesas ligadas a la noche de ayer, además de las hogueras hay una sensible querencia por el mundo vegetal. De hecho, en algunos pueblos de Gipuzkoa existía la costumbre en este día de llevar como ofrenda flores, helechos, espinos y frutos a las iglesias para que el cura los bendijera. Con las flores bendecidas se adornaban balcones y ventanas, mientras que los helechos se quemaban durante las tormentas en la creencia de que el humo producido por las plantas bendecidas, amainaba la tormenta. El espino albar, elorri zuria, se colocaba en las esquinas de las casas y en los cercados de los prados para que protegiera del rayo a personas y ganados. También se creía que las ramas de fresno, lizarra, y avellano, hurritza, así como la flor del cardo, eguzkilore, que se clavaban en las puertas, tenían las mismas propiedades benéficas.

Otro ritual que se realizaba al amanecer del día de San Juan era el de visitar determinadas fuentes. Se decía que quienes padecían enfermedades cutáneas si se lavaban en ese momento con esa agua se curarían. La tradición aún hoy persiste. Hay personas que lo realizan en Agurain, en la fuente de Santa Marina y en alguna otra. También era costumbre andar descalzo al amanecer sobre la hierba empapada de rocío. Además, con el agua de las fuentes y las flores bendecidas se hacía agua de rosas.

En la villa antes citada, así como en otros lugares, como Bera de Bidasoa e Igantzi, en Bortziri; Oiartzun, Zegama y Ataun, en Gipuzkoa, se planta un árbol en la plaza del pueblo la noche de San Juan. En otros municipios se hacen hogueras. En ese sentido, es costumbre saltar la fogata o bien dar un determinado número de vueltas a su alrededor. Las cenizas de esas hogueras también eran usadas con finalidades curativas. Las hogueras de San Juan, en las que se quema todo lo que estorba en las casas, son un símbolo de la desaparición de lo malo del año. Las llamas dejarán paso a lo bueno. Se trata pues de un rito purificador.

En Agurain, la plantada del chopo en la plaza sustituye a la hoguera, que se deja para el día de la Degollación de San Juan, el 29 de agosto. Este ritual se realiza a partir de la una de la madrugada del día 24, en una plaza de San Juan abarrotada de aguaraindarras y visitantes, quienes dejan un amplio espacio frente al pórtico de la iglesia. El chopo llega a hombros de un numeroso grupo de jóvenes, quienes, con la ayuda de quienes tienen más experiencia en esto, introducen su extremo inferior en un agujero practicado en el suelo y, con la ayuda de cuerdas y unos tablones en forma de aspa, lo ponen en pie. La operación suele ser dirigida por el alcalde de la villa, que este año es alcaldesa.

Una vez izado el chopo, los asistentes se arremolinan en torno a él y los mozos trepan por su tronco intentando llegar lo más alto posible.

Visita a arrizala La mañana del día de San Juan tiene otra particularidad en Agurain, que es la visita que la Corporación municipal realiza a la aldea de Arrizala, una de sus ergoienas (concejos). ¿Cuál es el origen de esta arraigada tradición que se repite año tras año? Había a mediados del siglo XVI en las cercanías de Arrizala una ermita conocida como Santa María de Arana, en la que vivía una comunidad de beatas, las cuales, debido al parecer a la vida poco ejemplificante que hacían, fueron condenadas a destierro en 1601.

La ermita se ubicaba en el lugar conocido como Ramariaran, en realidad Andramariaran, que al parecer, luego se llamó Cruciaran, aunque existe otro lugar llamado Ramariarana en el término de Egileor, en las cercanías del despoblado de Albizuri. La palabra vasca Aran, aunque en otros contextos, tiene el significado de valle. Se traduce aquí como altar. En efecto, desde tiempo inmemorial los lugares de culto donde había un altar se denominaban con esta palabra, proveniente del latín ara/arae/aram. Así Andramariaran es la ermita de Andra Mari y Cruciaran, la ermita de la Cruz, así llamada porque allí se encontraba el Cristo crucificado, hoy en día en la parroquia de San Esteban de Arrizala.

Al ser desterradas las beatas, la ermita pasó a depender de la comunidad del Hospital de la San Lázaro y la Magdalena de Salvatierra, entonces de propiedad municipal. Debido a ello se mantiene la tradición por la que la Corporación municipal de Salvatierra, acude a caballo a Arrizala en la mañana del día de San Juan, recuerdo de la visita que se efectuaba antiguamente a Andra Mari de Arana. Prueba de esa relación es que, en 1852, el retablo del Hospital de la Magdalena, tras su desamortización y compra por un particular, pasaba a la parroquia de Arrizala. En 1870 todavía había una edificación en Cruciarán.