vitoria
AL margen del sargento Arensivia, de imaginarias, cabos furrieles y novatadas, hay miles de vascos que se enredan en peripecias de mili y relatan una épica de batallitas como abueletes. Reclutas, quintos y todos los llamados a filas cuentan anécdotas dignas del mejor Gila y guardan en el petate de la memoria aquellos días y, sobre todo la blanca, la cartilla militar. Esta semana se ha cumplido una década sin servicio militar obligatorio, diez años desde que las Fuerzas Armadas son plenamente profesionales. El Gobierno de José María Aznar suspendió de la Constitución en marzo de 2001 un sistema de reclutamiento que había sostenido al Ejército durante más de 200 años. Fue el paso de las 1.500 pesetas a los 800 euros, el salto del rancho al menú y de los barracones a las habitaciones. El tránsito a la profesionalización del Ejército. Diez años después, las viejas hornadas de soldados narran películas de batallones, mosquetones y maestros armeros y tienen para no parar. Porque solo en el recuerdo quedan ya las historias de la extinta mili.
Incluso para aquellos que apenas la olieron, es fuente inagotable de anécdotas. Kepa estuvo en 1979 tres días en Ferral de Bernesga (León), tres días que le cundieron como si hubieran sido tres meses. "Nada más llegar nos manguearon porque no había duchas. Y nos formaron por provincias. A los de Bizkaia nos dijeron: A ver los de ETA que den un paso al frente".
El listado de chascarrillos toca diana: "Todas las compañías tenían un nombre, la nuestra era la 13, pero le llamaban la Ferrari porque íbamos a todos los sitios corriendo". Radio Macuto funcionaba sin cesar: "Tuve un colega en la Legión en Melilla -se anima en el relato-, al que le pilló la Marcha Verde y se pasó tres meses durmiendo con todo el armamento y toda la munición. Una noche salía a vigilar la frontera y la otra no. Y debía pasar como en el chiste de Gila, que los pares iban los soldaditos españoles, y los días impares, iban los moros".
El peaje de los novatos
"¿Quién sabe escribir a máquina? Pues todos a barrer"
A Kepa también le dio tiempo a vigilar un examen y descubrir que muchos reclutas eran prácticamente analfabetos. "No entendían una pregunta tan sencilla como quién había descubierto América", evoca. Alude así a un fenómeno que se reprodujo durante muchos años, el de miles de jóvenes del campo que, sin estudios ni formación alguna, se incorporaban a los acuartelamientos y, posteriormente, se integraban en la ciudad tras encontrar un trabajo. Cuando pasaron los tres días y probó una excusa válida, cobró 300 pesetas y se marchó.
Miguel Ángel Tato cobraba algo más porque percibía las 600 pesetas mensuales de rigor, más el sueldo de su empresa porque estaba casado. Asignado a Madrid, a la sección de Tanques, relata cómo el primer día preguntaron quién sabía escribir a máquina "y a los que levantaron la mano, les pusieron inmediatamente a barrer el suelo". En peores garitas harían guardia.
Muchos son los que coinciden en que era una experiencia para supervivientes y para adaptarse al entorno porque a los novatos les metían muchos puros. "Estaban los bichos, los principiantes, los padres, al cabo de tres meses, y los bisabuelos, al cabo de seis. Pero ser novato era lo peor. Sufrían todo tipo de perrerías".
Lo dice Ángel, que estaba destinado en oficinas en la Jefatura de Ingenieros de Burgos. Aunque corrían los 70, vivía bien. "Solo allí había ocho soldados, un general, un coronel, un teniente coronel, tres o cuatro capitanes, además de un brigada". El general Contreras tenía un chófer que se llamaba Antonio. "Pero es que su mujer se llamaba Antonia, su hijo Antonio y tuvieron una hija en aquellos meses a la que pusieron Antonia, imagina el percal". "Recién llegado se marcharon todos de fin de semana. Me vistieron de cabo y tuve que dar el orden del día al teniente, el medio bitter le llamábamos, le dije que había ocho soldados durmiendo cuando estaba yo solo", relata. Allí transcurrió su año y medio. Con la modernización del Ejército, la mili se fue estrechando en el tiempo. Desde los tres años en 1912, hasta los dos en 1940, entre 15 y 24 meses a partir de 1968, un año en 1984 y, finalmente, a nueve meses en 1991.
El caso del batallón perdido
"Se perdieron 600; estábamos como para ir a la guerra"
Con más mili que el palo la bandera, Eduardo Cobanera almacena muchas historietas de aquel 82 en Huesca. "Una noche de verano, el batallón salió de marcha nocturna por los alrededores del cuartel. No me olvidaré nunca. Era el Regimiento de Infantería Barbastro 43, cabecera de Somontano. Salieron cuatro compañías, 600 soldados y se perdieron todos y no llegaron al cuartel hasta las seis de la mañana. Tocaron diana a las doce del mediodía. En ese momento, yo llegaba de permiso y me quedé perplejo. Llegué a pensar que en mi ausencia se había relajado la férrea disciplina que nos imponían a los que estábamos entrenados para matar. Estábamos como para ir a la guerra", ironiza.
Destinado en Telecomunicaciones, hace crecer la leyenda. "En otra ocasión, yo era el radio del coronel e iba siempre pegado a él como una lapa. Bueno, pues se retrasó una salida nocturna una hora porque sobraba un subfusil en el armero, señal de que faltaba un soldadito. Después de contar y recontar gente, estábamos todos. Así que salimos y se achacó a un error. El que no llevaba subfusil era mi menda pegadito al coronel calladito como una puta".