ESTA vez Ibai se lleva a su muñeco Botas, el amigo de Dora la Exploradora, a Madrid. "Sí, sí me lo llevo", le pide a su padre que no pone ninguna objeción. Vuelven al hospital después de haber disfrutado de un fin de semana en su casa, satisfechos. "Ibai ha estado muy bien. Hasta ha jugado con el resto de los niños en el barrio". La experiencia de estos meses ha hecho que el padre sepa asumir los contratiempos que puedan surgir con relatividad. "Le van a hacer una revisión para comprobar cómo están sus niveles después de este fin de semana. Si hay algo que se haya podido descompensar pasaremos unos días más de lo previsto, pero ya sabemos que este viaje tiene retorno".

Están a punto de montarse en un coche de alquiler en el que hacen el camino de vuelta al hospital. "Volvemos los mismos, Javi, mi madre y yo", dice Susana, la madre, que reconoce que a ella eso de salir en los periódicos no le gusta, así que ha dejado todo en manos de Javi.

El pequeño podrá llevar una vida normal, pero de momento tiene que tomar bastante medicación. "En eso sí que nos ha cambiado la vida", reconoce Javi, sin el más mínimo signo de tristeza. Después de todo lo que han pasado, lo de menos es la medicación. Él está dispuesto a estar ahí para lo que haga falta: a las ocho, unas pastillas; a las nueve, otras; a las doce, en la comida; a las seis, a las ocho, a las nueve, a las doce... "Lo peor es a la noche porque hay ponerle el suero y para ello hay que abrir la vía y le duele, bueno le molesta, y se queja. Además, tenemos que tener todo muy esterilizado para que no coja ninguna enfermedad".

Por eso, Ibai puede jugar en la calle con el resto de los niños y también en la sala de su casa, pero la habitación se ha convertido en un lugar inmaculado. En la puerta, para que a nadie se le olvide, hay pegado un folio escrito a mano en el que se puede leer: "Para entrar en la habitación, ponerse la mascarilla". Es el espacio donde se le hacen las curas y tiene que estar muy higiénico. Ibai señala con su manita la litera en la que duerme y a su muñeco Botas, "es el que más me gusta" y el que le acompañará en este viaje de vuelta al hospital.

Nadie sabe si es consciente de todo lo que ha pasado porque es demasiado pequeño, según les han dicho los psicólogos y, además, su situación cambió sin que le diera tiempo ni siquiera a coger alguno de sus peluches. Ingresó en Cruces y de allí fue con carácter grave a La Paz, donde llegó sedado en un viaje que ha durado cinco meses.

Pero los niños tienen esa inocencia que les permite convertirse en héroes sin esfuerzo y su lucha por sobrevivir ha tenido recompensa, tanta que los médicos dicen que llevará una vida normal. Así que a esta familia aún le queda un poco más para recuperar la cotidianidad, nada comparado con las horas que han pasado de incertidumbre y angustia. Pero su historia tiene un final feliz, porque Ibai sale adelante. "Es que han sido tantas las muestras de generosidad de la gente que uno se emociona", afirma el padre.

Y Javi podría escribir un libro de agradecimientos. Empezando, por supuesto, por la familia portuguesa que hizo posible que los órganos de la persona que perdían dieran vida a Ibai, hasta el voluntario que se ofreció a traerles en una ambulancia desde Madrid y sin cobrarles nada. "Es que los navarros son muy buena gente", dice.

Su empresa y sus compañeros tienen una mención aparte por todas las facilidades que les han dado para poder hacerse cargo de Ibai, "porque estamos dedicados todo el tiempo". Estos días van a un piso de José Juan Santos, otra de esas personas anónimas que desde Salamanca les ha hecho llegar por mensajería las llaves de un piso en Madrid para que puedan estar estos días. Y así podría seguir sin parar, pero Ibai le pide que le suba a hombros y los dos comparten que le gustará ir a ver al Athletic, pronto.