E RIC Moody supo que era la decisión correcta. Cuando hace un año se echó el cierre al cielo europeo por culpa del volcán islandés Eyjafjalla, Moody respiró tranquilo. El piloto británico -que en 1982 adquirió el rango de héroe al ser capaz de aterrizar con un Boeing que se quedó sin sus cuatro motores por el efecto de la ceniza volcánica- respaldaba así un colapso aéreo sin precedentes. La mayor parálisis de la historia del transporte de la aviación se producía debido a la inmensa nube de cenizas lanzada por un volcán islandés. Por primera vez se cerraba el espacio aéreo en numerosos países europeos, dejando en tierra a millones de pasajeros. Europa se sumió en el caos durante toda una semana y ni siquiera la alarma desatada tras los atentados del 11-S clausuró tantos cielos. Era el famoso efecto mariposa, en virtud del cual un acontecimiento ocurrido en cualquier punto del planeta repercute en todas partes.
El 14 de abril de 2010 en el norte de Europa ocurría algo insólito. Reino Unido quedaba, por primera vez en el último siglo, aislado del resto del mundo por aire al cerrarse su espacio aéreo como consecuencia de la masiva erupción de ceniza y humo del volcán islandés Eyjafjalla. Lo ocurrido en Gran Bretaña fue solo el inicio de un caos aéreo que pronto se extendió por toda la UE en una situación sin precedentes. Más de trece países: Noruega, Reino Unido, Irlanda, Dinamarca, Francia, Finlandia, Holanda, Bélgica, Alemania, Suecia y hasta España, Italia y Portugal llegaron a bloquear total o parcialmente sus cielos. Las cenizas en suspensión, a una altura de diez kilómetros, cancelaron casi la mitad del tráfico aéreo de Europa que programa en una jornada habitual alrededor de 28.000 movimientos. Y sobre todo modificaron el modus vivendi que sustenta a la sociedad actual.
efecto dominó La erupción del volcán, situado en medio del glaciar Eyjafjallajökull, comenzó siendo una atracción turística, para acabar provocando el mayor atasco de tráfico aéreo tras explotar con una virulencia insospechada. Una vez sobre el continente, la nube colapsó la navegación. Uno tras otro, en un gigantesco efecto dominó, fueron cayendo los aeropuertos. Dada la posibilidad de que los residuos volcánicos pudiesen atascar las turbinas de sus motores, miles de aviones se vieron obligados a permanecer en tierra porque estas cenizas son difíciles de detectar. Además, las partículas procedentes de la erupción se movían al sureste arrastradas por el jetstream, una corriente de aire muy rápida situada en la atmósfera. Una ceniza compuesta de partículas de roca, minerales y, sobre todo, de cristal volcánico. Un piloto explica así sus devastadores efectos. "Con ella, los pilotos volamos a ciegas, además si la nube es densa, el polvillo de carbón y de cristales diminutos se mete en las turbinas, se funde con el calor de los motores, y puede bloquear su mecanismo. Más todavía, el fuselaje se lija y puede ponerse al rojo vivo por el roce; las articulaciones que mueven los flaps y las aletas, erosionadas, dejan de funcionar".
La parálisis aérea llegó a Euskadi el día 15 y no pudo operar ningún vuelo con Europa mientras muchas operaciones domésticas se cancelaban porque las aeronaves se encon traban retenidas y no llegaban a tiempo. La demanda de autobuses y trenes se desbordó y las compañías se vieron obligadas a ampliar las plazas. Los taxistas hicieron el agosto porque los pasajeros buscaban alternativas de transporte para llegar a su lugar de destino.
La crisis se convirtió en el paro aéreo más grave desde la II Guerra Mundial y eclipsó a los tres días de 2001 en los que el espacio de EEUU estuvo cerrado tras los atentados del 11-S. Las aerolíneas cifraron las pérdidas en 400 millones de euros diarios, con 16 países afectados directamente y 23 aeropuertos cerrados.
En solo cuatro jornadas, de jueves a domingo, llegaron a anularse más de 63.000 vuelos. Según los cálculos de la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA), las cancelaciones impactaron en el 39% de la aviación oficial y afectaron a millón y medio de pasajeros cada día. La nube volcánica también hundió la llegada de turistas. Dos semanas más tarde, el 4 de mayo, las cenizas del volcán islandés perturbaron nuevamente el espacio aéreo europeo. ¿Dará más sobresaltos?