Vitoria no podía ser menos y, al igual que Francia, también dispone de su particular agrupación musical Los chicos del coro, muy popular a raíz de la película homónima en la que la música acaba por domar a unos jóvenes rebeldes de un internado francés. La música sacra de la banda sonora del film, interpretada por los pequeños cantores del colegio San Marcos de Lyon, marcó una época con los miles de discos vendidos. Un motivo por el que desde entonces no son pocos los coros que les cogieron el testigo en su afán de encandilar al mundo entero con su música celestial, como el que la Fundación Mejora formó en la capital alavesa hace un año.

Y aunque estos 45 gasteiztarras también cantan como los ángeles, cabe destacar que ponen la nota discordante. Son jubilados a los que la música les transforma para sacarles su lado más rebelde porque son mayores portándose mal... En el escenario. No en vano, si su origen tendría que estar inspirado en el séptimo arte, lo haría en el documental Corazones Rebeldes (Stephen Walker, 2007).

"A la Fundación Mejora se le ocurrió que podíamos crear nuestro propio coro, después de ver cómo los integrantes de una agrupación veterana versionaban temas de rock", explica Mikel, portavoz de Fundación Mejora, que se dedica a gestionar parte de las obras sociales que emprende Caja Vital.

Todos los miembros del coro son personas retiradas del mundo laboral, de entre 55 y 77 años. Pero lejos de lo que pueda parecer en un principio, su madurez hace que sean más arriesgados en cuanto a la elección de su material que cualquier grupo de jovencitos, alejados de los típicos villancicos. "Ensayan melodías modernas de los Rolling Stones o The Who y adaptaciones de los hits de la música de los años 60", agrega Mikel.

Se trata de una iniciativa pionera en versionar canciones pop-rock en Álava y de las pocas en el Estado, con excepción de algunos pocos coros, como el de Cataluña con el que en alguna ocasión han intentado ponerse en contacto.

El ensayo

Sonidos del silencio

Poco antes de que las agujas del reloj marquen las 16.30 horas los integrantes del coro se empiezan a concentrar en el número 24 de la calle Cuchillería, con la carpeta de las partituras en la mano y con una sonrisa en la boca. Nada más abrir la puerta de su local de ensayos en la Casa del Cordón, al que van todos los miércoles hasta las 18.30 horas, les espera al frente del teclado Aiala Elorza, la directora de la formación.

Aunque todos ellos disponen de unas confortables butacas de color azul, se quedan de pie para calentar, como si estuviesen en un gimnasio. Estiran su brazos, agitan con fuerza sus manos para ponerlas, a continuación, en sus gargantas, porque éstas también precisan de un entrenamiento inicial para así poder dar el do de pecho.

"Ahora os voy a repartir una partitura nueva que se llama The sounds of silence, de Simon&Garfunkel, un dúo estadounidense, de Nueva York, muy famoso desde los años 60", les dice Aiala, quien, acto seguido, detalla que es posible que también conozcan el tema porque hay una adaptación para misa del padrenuestro.

Si bien, hay más razones para conocer esta popular melodía. "Es la canción que sale en la película de El graduado (Mike Nichols, 1968), en la escena final cuando van en un autobús", añade uno de los miembros. "Ahhhh, si..", repiten a coro, como no podía ser menos, el resto de los integrantes.

El teclado deja de estar dormido y, después, se oye: "Vieja amiga oscuridad, contigo quiero conversar... Poco importa ya lo que yo oí, más siempre estará dentro de mí....", entonan, casi al unísono, las cuatro voces de los 45 vitorianos separadas en soprano, contralto, tenores y bajos.

Bastan unas pocas repeticiones para tener la composición ya casi cuadrada a las 17.20 horas. En este caso, ayuda que la música sea conocida, aunque la media de ensayos necesarios suele estar en tres. "Cantar rock es más complicado porque el ritmo es más rápido", matiza la responsable del coro, quien ejemplifica este hecho con "lo que costó en un principio aprender el Barbara Ann, The Beach Boys".

el repertorio

Inglés, asignatura pendiente

De ahí que entre las adaptaciones que canten también se encuentren hits de los 60, como Quince años tiene mi amor o Amigos para siempre. No se cierran a nada, pese a que no tengan su oreja acostumbrada a ciertas melodías, sobre todo las que son en inglés. "Se ayudan entre ellos porque aquí se empieza desde cero. Lo importante es tener ganas de cantar", aclara Aiala.

Teo y José Luis, bajo y tenor, encarnan este espíritu de superación a la perfección en su primer día como cantores, pese a no tener conocimientos de solfeo. "Nos gusta cantar y nos apuntamos porque Luis contó que estaba dentro de este coro", especifican estos dos hombres a los que les encantan las habaneras o el Txoria txori, de Mikel Laboa.

Otra composición en euskera, Izar Ederra, mítica entre los orfeones, es la preferida de Mariví Febrero, apuntada en el coro desde el principio, al igual que María Luisa, que se enteró de la existencia del mismo, gracias a la carta que le enviaron en la Fundación Mejora. "En realidad soy soprano, pero canto en contralto porque tengo un quiste en la garganta y así no la fuerzo".

En abril, empezó Puri Ruiz, quien ya tenía experiencia en oros tan conocidos como la coral Manuel Iradier. Aunque también tiene buenos recuerdos de su pasado más cercano, como el de lo "bien que se lo pasaron" el pasado 22 de diciembre, cuando salieron por las calles del Casco Viejo gasteiztarra, por la plaza del Arca y Virgen Blanca a interpretar, "y ver que la gente reacciona bien y te aplaude", evoca la soprano. Tampoco se lo pasó nada mal cuando al acabar entraron al bar Alkartetxe, en el Ensanche, a tomarse "unas tortillitas" mientras seguían tarareando, aunque esta vez al más puro estilo txikitero.

Un buen ambiente el que se respira dentro y fuera de los ensayos, como el de este miércoles en el que salió todo perfecto, excepto por una cuestión que lanzaba la directora: "¿Qué os pasa hoy? Estáis cantando con miedo. ¡Sacad la voz!"... Sonidos del silencio.