vitoria. El grupo Arana de Alcohólicos Anónimos surgió hace 30 años. Entonces ya existía un primer local en la calle La Paloma, en las cercanías de la estación de autobuses, pero el barrio vio la necesidad de proporcionar un nuevo servicio a la población que reconocía tener un problema con la bebida. Una treintena de personas empezaron a acudir semanalmente a los encuentros, una cifra que ha ido fluctuando durante todo este tiempo, en función del nivel de recuperación y de las recaídas. "Hay gente que pasa 20 años sin probar una gota, pero luego vuelve. Somos alcohólicos para toda la vida, el que diga que no se autoengaña", recuerda David.

Él es precisamente uno de los más veteranos en este grupo. Comenzó a beber con 13 años, pero no fue hasta los 17 que se planteó que lo que hacía no era normal. Hoy, a sus 55 años, sigue siendo fiel a su cita en la calle Andalucía. Allí coincide con Carlota, otra veterana en la asociación, que a sus 65 años trata de que su experiencia le sirva de ayuda a la gente que atraviesa la puerta de Alcohólicos Anónimos. "Empecé a beber a los treinta y tantos. Pese a tener ya cuatro hijos me consideraba una persona muy inmadura y para mí el alcohol era una válvula de escape, me hacía tener más personalidad, estar más alegre", recuerda.

Precisamente la autoestima es una de las cuestiones que más se trabaja en esta terapia de grupo, junto con el control de ego, uno de los principales fallos en el carácter de los alcohólicos. "Cuando bebía me sentía Dios, somos rebeldes por naturaleza, por eso tenemos un programa para trabajar la humildad", explica David.

Tanto él como Carlota reconocen que llevan años sin probar el alcohol, que es el objetivo que persigue esta asociación, el de intentar que sus integrantes se mantengan sobrios, algo que no resulta nada fácil. "Esto es como un semáforo que no se pone rojo nunca, no controlas la situación por lo que el objetivo tiene que ser alcohol cero", explica David.

Los remordimientos o el daño ajeno son sus peores enemigos. "Si sufres bebes. A mí el alcohol me mataba el dolor, me hacía olvidar, era mi medicina", asegura Carlota. Un aspecto en el que coincide David, que recuerda como su adicción le llegó a destruir emocionalmente. "A mí me importaba tres pimientos haberme muerto, de hecho, estuve a punto de suicidarme", apunta.

No es su caso, pero aunque el estigma ha ido disminuyendo, a la mayoría de los recién llegados les cuesta todavía admitir su alcoholismo, de ahí en parte su anonimato. Del mismo modo, tratan de destacar la igualdad de todos su miembros para evitar que nadie explote su afiliación a Alcohólicos Anónimos para conseguir provecho personal.