Bilbao. Recientemente se han hecho públicos dos informes que apuntan que Euskadi ocupa el 7º lugar en investigación del Estado, lejos de los puestos de cabeza que le otorgan otros indicadores, y sin embargo la población vasca es la que tiene más agudizada la percepción de que la I+D+i está adelantada.

¿No es peligrosa esta autocomplacencia?

Lo positivo es que la sociedad tenga este tipo de información y plantee este tipo de debates. Probablemente, hace unos años nadie se hubiera planteando el dilema de qué pasa con las publicaciones científicas o su nivel de calidad. Estamos hablando de ello porque hemos tomado la decisión de apoyar y atraer científicos e investigadores para ponerlos en el foco de atención. Desde ese punto de vista, no es autocomplacencia sino observar que las decisiones que estamos tomando están generando un resultado, aunque en estos momentos ese resultado sea un debate. Ahora tenemos que hacer que sea un debate constructivo para seguir alcanzando nuestras metas.

De 2003 a 2008 la producción científica se incrementó un 76%, pero existe un amplio margen de mejora. ¿Cuál es el camino a seguir?

Lo que debemos hacer es orientar mejor la universidad, el mundo académico, científico, tecnológico y la empresa. Los modelos de referencia indican que debe haber mayor cohesión entre estos tres elementos. Aunque no hemos llegado al nivel de los mejores, estamos en la dirección adecuada. Ahora lo que tenemos que plantearnos es cuántas publicaciones público-privadas están realizando nuestros investigadores. Porque, al final, lo que decimos es que queremos transformar el conocimiento en algo práctico y útil.

¿Cómo se puede mejorar la transferencia de conocimiento?

Las mejores prácticas son: primero, ser transparentes; segundo, desarrollar un sistema de incentivos; y tercero, replantearse el modelo de gobierno de la universidad.

¿El salto de calidad en la investigación universitaria estriba en una participación más directa de las empresas?

Hay que saber cómo el mundo académico, los científicos, se plantean el modelo de gobierno de la universidad, si tienen que participar las empresas en su sistema de dirección, o qué tipo de participación deberían tener.

Hasta ahora, y en comparación con el modelo anglosajón, nuestra universidad se ha mostrado más hermética a esa colaboración, acogiéndose a su autonomía y haciendo de la burocracia un lastre.

Pero el mundo evoluciona, y dice que si se es capaz de imbricar este tipo de relaciones se podrá ser más eficaz. Lo positivo es que estamos aquí, que tenemos una masa crítica que parece que está produciendo adecuadamente. Y me has preguntado: ¿Es bueno tener esta autocomplacencia? No. Y dicho esto, ¿qué más tengo que hacer? ¿Cómo conseguimos una mayor eficacia entre lo que estamos haciendo y lo que aparentemente son las necesidades socio-empresariales? Probablemente, la respuesta sea qué modelo queremos para la dirección de la universidad. En su día se habló de la universidad-empresa pero se quedó ahí. Probablemente, haya que volver a replantear, a innovar, a reinventar el modelo de gestión actual. Luego hay que replantearse el modelo de remuneración de los científicos, si se hace por publicaciones, por antigüedad, por evaluación o, como hacen las universidades anglosajonas, por el número de proyectos en colaboración con las empresas.

¿Hay que adoptar los incentivos de las universidades anglosajonas?

El sistema anglosajón es positivo en la medida de que cuantas más publicaciones y más proyectos con empresas mayor es la recompensa. Otra cuestión es cómo se financian los departamentos. Se puede hacer por una distribución interna o estableciendo un criterio por el que los departamentos financien parte de su actividad en base a proyectos público-privados. Y es evidente que cuanto mayor y más excelente sea la producción científica de una cátedra, ésta tendrá más capacidad de atraer proyectos empresariales. Después hay que conseguir desarrollar un modelo en el que las empresas también tengan incentivos para que ellas entren a promocionar áreas del conocimiento de la universidad, como hacen en el MIT. Mondragon lo está haciendo aquí. En definitiva, sabemos lo que están haciendo los mejores, hagamos aquello que están haciendo los mejores. Yo creo que nuestro sistema está bien orientado, ahora lo que hay que hacer es subir el nivel de exigencia.

¿Qué habría que incorporar al Plan de Ciencia Tecnología e Innovación 2015, que otros ya hacen, que nosotros sabemos hacer, y no estamos haciendo?

Sistema de incentivos, implicación bidireccional universidad-empresa y ampliar el sistema de becas, como por ejemplo las Iñaki Goenaga, cuyo objetivo además de apoyar a los investigadores es generar investigadores emprendedores que creen nuevas empresas.

Es interesante que ponga sobre la mesa la necesidad de redefinir el sistema de gobierno de la UPV/EHU, que con un 70% de la producción científica, es el principal agente investigador. ¿La UPV/EHU está madura para abordar este debate?

No creo que la universidad se esté defendiendo numantinamente, está evolucionando, otra cuestión es si lleva la velocidad que los tiempos exigen. También es verdad que casi ninguna de nuestras universidades aparece como referencia. El hecho de que la UPV/EHU con Euskampus haya conseguido el Campus de Excelencia Internacional, en colaboración con Tecnalia y el Donostia International Phisics Center, nos dice que la UPV/EHU ya está en marcha. Por tanto, no hace falta una revolución porque el camino ya se está andando. Se ha dado un paso adelante en la dirección adecuada. El mundo universitario no solo tiene pensar en la transferencia de conocimiento, como estamos planteando, sino que también tiene que generar líderes con capacidad ejecutiva para asumir y desarrollar el nuevo modelo de sociedad del conocimiento que estamos planteando. ¿Cómo se llama a esto?

Algo que hoy en día anda en boca de todos y que es tan difícil de ver y tocar, la excelencia.

Efectivamente. Parece que con esa palabra se dice todo y no decimos nada. La excelencia no es nada si no se marcan programas y metas a alcanzar. Ahí es donde nos la estamos jugando, no en el paso adelante, porque ya lo hemos dado. Para poner en marcha programas con acciones concretas en la dirección buena necesitamos personas con el nivel adecuado. Y la universidad no puede ser solo conocimiento y ciencia, tiene que hacer también personas con responsabilidad. Es fundamental redefinir los másteres para que no sean conocimiento por conocimiento, sino conocimiento aplicado sobre proyectos de país. Y ahí, en los programas, es impresionante lo mucho que tenemos por hacer. Afortunadamente, tanto en Mondragon, como la Deusto Business School y la propia UPV/EHU están en esa sintonía.

Pero llega PISA y atempera esa perspectiva. Expone que nuestros conocimientos científicos están por debajo de la media de la OCDE, y algo mucho más importante aún, que el alumnado sobresaliente está por debajo de la mitad de esa media. Si bien no dejar colgado a nadie por su estatus socio-económico es deseable e irrenunciable, ¿la excelencia no debería ser también irrenunciable? ¿Cómo puede la universidad generar líderes cuando no hay cantera, cuando la escuela no prima la excelencia, no lo tiene como objetivo, o si lo tiene, está fracasando estrepitosamente?

Se han cambiado los objetivos de la educación, lo cual da un producto que no nos convence: el bajo número de alumnos con cualificación alta. Listo, ya está. ¿Qué debemos de hacer? Sistema de incentivos, hacer lo que hacen los mejores. Sabemos que estos resultados no son consecuencia de una falta de inversión en educación, sabemos que gastamos igual que cualquiera de los países que están en el Top, como Finlandia.