"Rápido, rápido, coloquen las maletas y siéntense lo más deprisa posible", indicaba una de las azafatas del vuelo FR7038 operado por Ryanair que debía de salir de Dublín con destino a Girona (Catalunya) el pasado martes 21. Un cuarto de hora antes, con los pasajeros ya en la puerta de embarque, la nieve había roto su breve tregua matinal y devoraba por momentos las vías de despegue. A pesar de todo, el pasaje (ni un hueco libre) subió al avión. Y la tripulación metía prisa. Como supieran lo que se venía encima y tratasen de ganar algo de tiempo. El avión apenas avanzó unos metros y se escuchó la voz del capitán. "Lo sentimos, el espacio aéreo se acaba de cerrar". Durante dos horas, los viajeros permanecieron en el interior del aparato, comprobando por la ventanilla cómo las posibilidades para despegar desaparecían debajo de los enormes copos que continuaban cayendo. Finalmente, el vuelo fue cancelado.

Esta historia, escrita en primera persona, es también la de más de un millón de personas que, durante la última semana, se han quedado en tierra a causa de un temporal que ha colapsado los aeropuertos de medio Europa. Con el inicio de las vacaciones navideñas a la vuelta de la esquina, los desplazamientos se multiplican, lo que ha agravado la crisis y ha convertido las principales terminales europeas en improvisados campamentos. Allí, miles de personas trataban de hacerse con un billete que les permitiese regresar a casa. Eso sí, la situación no ha sido tan dramática como la describían medios británicos como el Daily Mail, que en un alarde de dudoso gusto llegó a comparar el estado de los aeropuertos con "campos de refugiados".

Balance

Casi 13.000 vuelos en tierra

La peregrinación, sin demasiado rumbo fijo, por las distintas terminales, ha mostrado casos como el de Jeanette, una joven francesa que el martes no podía reprimir las lágrimas en la terminal de Dublín después de que se suspendiese el vuelo que sustituía al que ya le habían cancelado la víspera. "Teníamos que hacer escala en París y no pudimos despegar por la situación en Francia. Ahora, la nieve no nos deja salir de Irlanda", protestaba. La concatenación de suspensiones llevó a varios pasajeros, como la estudiante burgalesa Elena González, a ser desalojados de dos aviones distintos en Dublín y Belfast en menos de 24 horas. Tras varios días de caos absoluto, las terminales respiraron durante la jornada de ayer. Los aeropuertos de Londres, París o Bruselas, algunos de los más afectados, ya operaban casi con normalidad y las cancelaciones tan solo se generalizaron en Dublín, donde se registraron diversas suspensiones y retrasos hasta que, a las 18.30 horas de ayer, volvió a cerrar su espacio aéreo. Aunque las consecuencias de la crisis todavía permanecen y cientos de pasajeros todavía deambulaban tratando de obtener un pasaje por aeródromos como el de Heathrow, en la capital británica. El balance ofrecido por Eurocontrol habla de 12.657 vuelos cancelados que habrían afectado a 1,2 millones de personas. Cuando la noticia va perdiendo actualidad, queda por preguntarse qué ha pasado con todas estas personas que, en los peores casos, se han visto obligadas a pasar cuatro noches durmiendo en una terminal, como ha ocurrido en Londres.

Después del caos, es hora de hacer balance. Y, sobre todo, de responder a algunas cuestiones. Porque muchos viajeros se plantean qué es lo que ha ocurrido para que media Europa colapse con nevadas que, en algunos casos, no superaban los diez centímetros de espesor. O que el aeropuerto de Bruselas cierre durante tres días por "falta de líquido anticongelante". La crisis de comunicaciones de la última semana ha puesto en guardia incluso a la Comisión Europea, que ha calificado la situación de "inaceptable" por boca de Siim Kallas, su responsable de Transporte. El propio Kallas ha responsabilizado del caos a los aeropuertos, a quienes ha acusado de "imprevisión" ante las inclemencias meteorológicas. Al menos, el responsable de Heathrow, Collin Mathews, ha renunciado a cobrar sus bonificaciones como gestor del aeropuerto y ha asumido su responsabilidad. Un gesto, aunque eso sirva de poco a las miles de personas que todavía siguen en tierra.

Periodista