bilbao. El dolor siempre oprime el corazón, pero cuando al físico se suma el dolor del alma el padecimiento se puede suponer casi insoportable. Éste es el doble sufrimiento que ha de soportar Aingeru Cerecedo: el dolor físico y el sentimiento de la pérdida irreparable de su amiga Cristina Estébanez, asesinada el lunes de la semana pasada en Barakaldo, a manos del energúmeno de su anterior novio Seidel M. G.. Cuando a Aingeru se le ve en la cama del hospital de Cruces, donde se recupera de las puñaladas recibidas en el cuello, puede percibirse en sus ojos que más, mucho más que las propias heridas de la brutal agresión lo que le aflige en lo más hondo es el que le hayan arrebatado a su mejor amiga.

"Era una chica alegre y jovial, a quien sólo se le torcía el gesto cuando recordaba la amargura con su ex novio", rememora entre gimoteos y sollozos que al final se le van transformando en llanto abierto. "Sí. Sí. Vivía con miedo, porque sabía que en cualquier momento podía venir por ella y eso le restaba felicidad, le quitaba la alegría de la que ella quería disfrutar".

Este joven de 29 años conoció a Cristina hace año y medio. Desde entonces se convirtieron en amigos del alma. "No, no éramos una pareja normal porque teníamos que estar escondiéndonos de este personaje. Desde el principio Cristina sabía que la iban a matar", relata en presencia se su amiga Ainhoa, apesadumbrada por lo ocurrido con trágico final. "Justo la noche antes de su muerte habíamos salido cuatro amigos de fiesta por Bilbao".

Aingeru no entiende cómo Seidel M. H., con una sentencia firme en el Juzgado de Barakaldo por violencia, con varios juicios pendientes, y con la denuncia por malos tratos de Cristina, campaba a sus anchas por la localidad vizcaína. "El juez simplemente le puso un alejamiento de 300 metros cuando se sabía que era una persona muy violenta que continuaba amedrentando a Cristina. No paraba de repetir que si le dejaba acabaría matándola como ha ocurrido".

amedrentada Aingeru recuerda a su amiga como una chica risueña, alegre. "Su cambio fue radical cuando empezó a salir con Seidel M.G. Estaba amargada. A las cinco de la tarde tenía que estar en el portal de casa; si no le esperaba, paliza al canto. Cuando la dejaba en casa por la noche, él se quedaba en el coche hasta que encendía la luz de su habitación. Nadie sabía el infierno que estaba viviendo".

El control que ejercía Seidel sobre la joven barakaldesa era total. "Ella no tenía amigas. Él la obligó a dejarlos. Como ha dicho su padre, Carlos, este individuo la anuló completamente", comenta Aingeru intentando contener las lágrimas. Rememora cómo se estremecía con cada nuevo caso de violencia machista. "No lo podía soportar; tenía que apagar la tele. Se preguntaba ¿para qué van a denunciar las mujeres si luego sus agresores las matan?"

Tras la trágica experiencia vivida, el joven, entiende por qué muchas víctimas continúan sufriendo maltrato y vejaciones y no dan el paso de denunciar a su agresor. "Tienen miedo a que les maten. Antes de ir al juzgado deben de sentirse protegidas por las instituciones; jueces y Policía tienen la obligación de dotarlas de los mecanismos que les permitan vivir seguras. Estas medidas no pasan necesariamente por las escoltas que las victimizan aún más. El agresor tiene que ser consciente de que alguien le controla y que cuando incumpla un orden le van a detener. No vale con meterle en un calabozo y que pase una noche. Esta gente tiene que estar en prisión, porque son peligrosos".

Una semana después del asesinato de su amiga, Aingeru se va recuperando de la traqueotomía que le han realizado en Cruces y, aunque charla animadamente, psicológicamente se encuentra destrozado.