El trabajo de los recicladores urbanos o más comúnmente conocidos como cartoneros no suele estar bien visto en Buenos Aires. Recorren las calles de la capital argentina con carros habilitados para la recogida de cartones, papeles y vidrios que luego trasladan a las plantas de separación de residuos para su posterior aprovechamiento.
Tradicionalmente esta labor se asociaba con personas sin recursos que se veían obligadas a salir por las noches a rebuscar entre la basura. El origen de este trabajo se remonta a 1870, cuando el Gobierno de Buenos Aires optó por deshacerse de los residuos quemándolos en basurales (vertederos) instalados a las afueras de la ciudad. El primero se instaló en Parque Patricio. Allí se trasladaron cerca de 3.000 familias, construyeron casas de chapa y cartón y a partir de entonces fue conocido como el barrio de las ranas. Sus habitantes sobrevivían recogiendo botellas que luego vendían a las bodegas. Esta forma de subsistir se ha mantenido hasta hoy, con distintas denominaciones en cada momento, como botelleros, cirujas o cartoneros.
El presidente de la cooperativa de recicladores urbanos Padilla, Rene Cruz, calcula que actualmente hay unos 800.000 cartoneros en Argentina. La gran mayoría prefiere trabajar por su cuenta, "sin patrón", y sólo un 2% decide unirse a una de las 70 u 80 cooperativas repartidas a lo largo del país, las cuales oscilan entre los 50 y el centenar de cartoneros por asociación. En Capital Federal, que llega a producir más de 4.000 toneladas de basura al día, se concentran al menos 4.000 cartoneros.
Muchos de estos trabajadores, como la actual encargada de la cooperativa El Ceibo, María Julia Navarro, se avergonzaban de su labor. "Salíamos por la noche porque nos daba vergüenza que nos viesen haciendo algo así. Yo trabajaba en un velatorio hasta que murieron los dueños y me quedé en la calle. Viví diez años bajo un puente. Por aquel entonces, sacaba 50 pesos a la semana (10 euros) recogiendo desechos por las calles". María Julia conoció a la presidenta de El Ceibo, Cristina Lezcano, cuando ambas eran cirujas (cartoneras) independientes. "Ella también había perdido su empleo y tenía que dar de comer a sus hijos. En 1991, fundamos la cooperativa, que ahora alcanza los 70 miembros", recuerda María Julia.
la situación Tanto las autoridades como muchos vecinos no veían con buenos ojos esta labor, ya que consideraban que su presencia daba mala imagen a la ciudad. Durante mucho tiempo fueron discriminados e incluso perseguidos por las autoridades. Según denuncia Cruz, "a esta actividad se la mira con desprecio, la imagen del cartonero es de alguien mal vestido y sucio". Sin olvidar la actitud del gobierno y la policía: "Durante el día se nos persigue, porque es muy poco atractivo para el turismo. Nos arrastran a horarios nocturnos para invisibilizarnos. La policía llega a quitar los carros o la plata (dinero)".
Sin embargo, la utilidad y el beneficio para el medio ambiente de esta tarea resulta indiscutible, si se tiene en cuenta que la forma de deshacerse de los residuos en el país es enterrarlos y quemarlos en vertederos situados en la periferia de la ciudad. "No podemos seguir enterrando. Los rellenos sanitarios contaminan la tierra, el plástico tarda 500 años en degradarse, es mucho el daño que se está provocando a la tierra", añade Cruz. "En Matanza (donde se encuentra uno de estos vertederos), la mayoría de las familias que viven allí tienen problemas respiratorios. Con este método termina enfermando no sólo la tierra, sino también la gente", denuncia el cartonero. En las calles de Buenos Aires es difícil encontrar contenedores, las bolsas negras de basura se acumulan en las esquinas de las calles, incluso en los barrios más lujosos. El Gobierno de la ciudad intentó implantar containers (contenedores), pero la mayoría acabaron destrozados o quemados y nunca fueron reemplazados. Y la conciencia del reciclado no termina de calar entre la población. "La gente no se da cuenta de lo importante que es. Aquí la gente no colabora, sólo ayudan dos bloques de departamentos (pisos) en estas dos cuadras (calles)", se queja una vecina mientras sale del portal con varias cajas para María Julia.
Sin embargo, poco a poco, parece que la actitud de la ciudadanía y las autoridades se está volviendo más proclive al reciclado. Así lo asegura el presidente de Padilla: "En 2002 logramos que el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires reconociese a los cartoneros como servidores públicos. Este hecho fue un salto enorme, porque la ley que surgió llama a que se integre a este sector en el sistema de higiene urbana, algo que ha tardado muchos años en concretarse".
También los vecinos empiezan a colaborar, como describe la trabajadora de El Ceibo, Maribel Serrano: "Son muy amables con nosotros, incluso una señora que vive en la calle Honduras me espera con un mate cocido". El Ceibo recorre el barrio porteño de Palermo, donde ya tienen desde hace años acordada su participación con bloques de pisos y todo tipo de negocios.
"¡Buen día! ¿Tienen algo para mí?", saluda María Julia a los dueños de una papelería. Ellos sonríen y empieza el desfile de cajas de cartón y sacos de folios. Charlan unos minutos y la cartonera pasa a un bloque de departamentos.
A pesar de estos avances, las condiciones de trabajo son precarias. Según María Julia, llegan a cargar "de 100 a 150 kilos", en los carros. Trabajan al aire libre, independientemente del clima. La mayoría no lleva apenas equipación. Algunos se aprovisionan con sudaderas o guantes. Tampoco el salario resulta atractivo. Maribel calcula que semanalmente ganan 120 pesos (24 euros). Por su parte, María Julia, por ser encargada, gana 200 pesos (50 euros) a la semana. Esta cooperativa estableció que sólo trabajaría durante el día. Otros independientes continúan con sus labores nocturnas y alargan sus horarios hasta 14 horas. "Nosotros queremos que trabajen de día, uniformarles y facilitarles buenos carros", enumera Cruz.
Pero la mayor carencia de este trabajo es la falta de cobertura médica y la posibilidad de jubilarse, derechos por los que batallan las cooperativas. "Vamos a tener que luchar para obtener mejores condiciones laborales. Es necesario que el Gobierno comprenda que los cartoneros son la herramienta para llevar adelante esta labor y tengamos derecho a la obra social y a la jubilación", resume el cartonero.