J.V.: No sé lo que opinarás tú. Lo de Alonso tal vez no sea disculpable, pero sí humanamente comprensible. Lo de Mourinho se me hace más cuesta arriba...
I.Q.: Ambas respuestas exigen mucha madurez. Yo, en el caso de Alonso, sería más crítico que tú porque lo ocurrido no es culpa de Petrov, sino de los resultados de toda una campaña, desde marzo hasta noviembre. Se equivocó él y se equivocó su equipo, porque nadie veía a Webber como campeón. Alonso perdió el domingo anterior cuando mordió el anzuelo y se vio con el título en el bolsillo. Lo de Mourinho está mal, como todo lo ocurrido en ese cruce de acusaciones y reproches entre los dos entrenadores.
J.V.: Salgamos de lo deportivo y vayamos a la vida: ¿Por qué casi todo lo planteamos en esos términos? ¿Por qué parece que siempre estamos compitiendo?
I.Q.: No siempre ni con todo el mundo. Yo creo que la competición legal y formativa es la que tenemos con nosotros mismos. La que nos hace enfadarnos por nuestras actitudes omisas o negligentes y la que nos hace trabajar por ser mejores. Esto no quita que haya personas que se empeñen en estarte retando permanentemente con todo tipo de exigencias a las que muchas veces no puedes evitar entrar. Es más: no debes evitar entrar.
J.V.: Y una vez metidos en la competición, hay que ganarla. Y si tiene que ser con trampas, a muchos les da lo mismo.
I.Q.: Eso yo no lo veo así. Hay mucha gente que lo hace, pero los tramposos terminan siempre descubiertos. Hay resultados del día a día, pero el campeonato bueno es el de la vida en su conjunto. A veces es necesario perder para aprender muchas cosas que de otra manera no aprenderíamos. No hay que tener miedo a perder, hay que tener miedo a no participar.
J.V.: Si resultamos (o nos sentimos) derrotados, solemos encontrar un motivo que nos disculpa. Y, desde luego, nos enfadamos muchísimo, aunque sólo estemos jugando al parchís.
I.Q.: A veces sí, y a veces no. Muchas veces sabes lo que has desatendido para no conseguir tus objetivos y normalmente es una inadecuada fijación de los mismos. Y enfadarnos... tampoco siempre nos enfadamos, lo que sí sentimos es decepción porque todos hacemos planes por si ganamos aunque salgamos en desventaja, y cuesta adaptarse a resultados peores de los previstos, que a la inversa.
J.V.: Pero perder no es fracasar. De hecho, si uno se toma el trabajo de analizar los cómos y los porqués, resulta que se aprende más de las derrotas que de las victorias.
I.Q.: No sé si más o menos, pero te decía antes que lo peor es privarse del privilegio de afrontar una experiencia o un reto.
J.V.: Está socialmente bien visto el espíritu ganador. Se suele decir con admiración de alguien "a ése no le gusta perder ni a las chapas". A mí me parece, sin embargo, que una persona así tiene un problema...
I.Q.: Yo creo que es una frase hecha. A nadie le gusta perder, lo cual no quiere decir que nos arranquemos las pestañas por hacerlo o que estemos dispuestos a hacer cualquier trampa para ganar.
J.V.: Ocupémonos de los "malos ganadores". ¿Por qué no basta con la alegría de la victoria y punto? ¿Por qué hay que restregar los éxitos al perdedor?
I.Q.: Porque no se es inteligente. Si se fuera inteligente, se sabría que más tarde o más temprano se va a estar en el otro lado de la calle y que según cómo nos hayamos portado al ganar, seremos tratados al perder.
J.V.: Decíamos que la derrota enseñaba. ¿Se puede aprender algo de la victoria?
I.Q.: Sí, se aprende lo que se ha acertado, la utilidad de un método y, si ya eres muy bueno, a ser generoso.
J.V.: ¿Y cuando nos medimos contra nosotros mismos? ¿Por qué tenemos casi siempre una disculpa para justificar que no hemos sido capaces de dejar de fumar, de aprobar un examen o de adelgazar los kilos que nos habíamos propuesto?
I.Q.: Bueno, no todos. Yo creo que esas actitudes suelen ser de cara a la galería, en la soledad y con la almohada no nos hacemos trampas.
J.V.: A nuestros hijos seguimos educándolos para ganar. No hay más que ir a cualquier campeonato escolar para comprobar lo que dicen padres y madres desde la grada...
I.Q.: A los padres y las madres les gusta ganar y lo transmiten a las personas que viven con ellos, incluidos sus hijos. La verdad, cuando voy a Anoeta o a San Mamés quiero ver ganar a mi equipo y sufro si no lo hace, aunque mis hijas no estén en la alineación. Lo del espectáculo también está bien, pero ganar siempre es un alivio.