vitoria. Los bartolos siguen siendo el tema estrella de conversación en Los Huetos. Muchas voces, pero sin nombres ni caras que las doten de identidad porque los vecinos, los comerciantes y los trabajadores que acuden a diario a la zona prefieren no meterse en problemas. Aseguran los que les ven entrar y salir del número 68 de la avenida de Los Huetos que no es que hayan regresado los que se fueron, sino que ahora mismo hay más familias residiendo en el bloque que las que había antes del lanzamiento judicial del mes de febrero. Y según aseguran muchos, la inseguridad se masca en el ambiente. "No van a cambiar, ellos son así. Pero lo que no es normal es que después de tantos años el Ayuntamiento no haya sabido dar con la solución definitiva", lamentan.

Al contrario de lo que sucedió con el Síndico, quien abordó el espinoso tema de la inseguridad aludiendo al clan pero sin citarlo, los residentes en la zona colocan nombres y apellidos tras los hurtos y responsabilizan directamente a la familia gitana de la oleada de robos que se cometen regularmente en su radio de acción. "Cogen lo que sea, cualquier cosa. Lo suyo es la chatarra, así que si ven algo de metal ni se lo piensan. Incluso las tapas de las alcantarillas de la parte trasera del mercado se llevaron", explican.

Algunos de los comerciantes de la zona han protagonizado enfrentamientos verbales con ellos después de sorprender a alguno de los miembros de la familia tratando de llevarse materiales de obra apilados en el suelo a la espera de la ejecución de una reforma. "En cuanto te descuidas un poco se llevan las vigas o lo que pillen. Tienes que estar constantemente vigilando", reconoce uno de los afectados.

A medida que avanza la conversación sobre el polémico clan, surgen detalles delirantes. Determinados comerciantes reconocen que se les regala género para evitar que aparezcan por los negocios, roben en los almacenes o espanten a la clientela. "Yo pago las tasas municipales, la renta a la Diputación, la cuota de los autónomos y el impuesto revolucionario de los bartolos. Y no me queda otro remedio", admite uno de ellos.

Los que no pasan por este aro, sufren visitas indeseadas. Cuentan los residentes que en algunos de los supermercados de la zona se han visto obligados a contratar vigilantes de seguridad específicamente para evitarlas o minimizar sus efectos en la medida de lo posible. Nadie comprende cómo algunos de los integrantes de la familia, con manifiestos y extensos antecedentes, siguen en la calle. "¿Qué te sucedería a ti si hicieras lo que hacen ellos? ¿Te darían una vivienda social y te ofrecerían ayudas para que te integraras? No, te metían en la cárcel unos cuantos años. Pero aquí no pasa nada, todos los días les vemos andando tranquilos por la calle", se quejan.

Ni las denuncias ante la Policía Municipal y la Ertzaintza, ni las continuas entrevistas con los responsables municipales han servido para dar soluciones a los vecinos, siquiera para aportarles algún rayo de esperanza. Aseguran que "a ellos se les permite todo y a nosotros nada". "El día en que esto se llenó de policías para el desalojo, cerraron la calle y yo no pude trabajar. Un día perdido y, ¿para qué? Si sigo igual que antes", se resigna un comerciante.

Todo el mundo en Los Huetos conoce historias de robos presuntamente asociados al grupo. En coches aparcados, en viviendas, en almacenes, en elementos de la vía pública... Confirman la teoría de la inseguridad en la zona lanzada por Javier Otaola, pero lo que nadie se explica es cómo ningún responsable municipal se atreve a meterle mano al problema, a atajarlo de una vez por todas. Y no sólo por motivos relacionados con la inseguridad. "Tenemos un edificio como el de la Azucarera que es maravilloso, una fábrica importante como la de la Mercedes y justo enfrente esa casa ruinosa que se cae a cachos. Si esto ocurriera por ejemplo en Bilbao, estoy convencido de que se solucionaba en cuestión de días", apunta uno de los vecinos.

También se habla de agresiones físicas. "En las oficinas del mercado han roto los cristales y robado un montón de veces. Hasta le pegaron a la chica de seguridad", señala una trabajadora de la zona. "Le rompieron el espejo retrovisor a una furgoneta que estaba aparcada y cuando el dueño les pidió explicaciones apareció uno como un armario y le rompió la cara. Se fue sangrando para casa", atestigua otra.

Pero no todos en Los Huetos comparten este punto de vista. En uno de los polígonos particulares situado a pocos metros de la vivienda de Los Bartolos, resulta complicado dar con alguien que admita haber tenido problemas con ellos. "Andan por aquí y suelo verle a la María con el carrito mirando en las basuras a ver si encuentra algo, pero nunca nos han dado problemas. La verdad es que todo lo malo que ocurre por aquí se le atribuye a ellos", explica uno de los comerciantes.

Pero aunque nadie en esta zona sienta que haya inseguridad, quien más y quien menos recuerda algún robo "hace años" o señala alguna puerta con evidencias de haber sido forzada. Muchos pabellones están cerrados a cal y canto y hasta se ven operarios montando persianas de seguridad.