Vitoria. La instalación vizcaína, especializada en la investigación de enfermedades mentales, nació más como "una colección de muestras" que como un banco de cerebros al uso, con muy escasos recursos. No obstante, fruto del trabajo decidido de sus profesionales, las conclusiones extraídas durante estos años sobre la base biológica que desencadena estas patologías, más conocida gracias a los análisis cerebrales, han sido notables. Las primeras muestras, obtenidas "gracias a la generosidad" del viejo Instituto Anatómico Forense, permitieron abrir la veda. Ahora el banco se nutre de cerebros sanos procedentes de muertes súbitas, también conocidos como cerebros control, que sirven para compararse y contrastar con los de los pacientes que en vida padecían cualquier tipo de enfermedad mental, como la esquizofrenia o el trastorno bipolar. El camino para Meana y su equipo todavía es largo porque su disciplina lleva "alrededor de 100 años de retraso respecto a la neurología", el estudio de enfermedades clásicas como el alzheimer o el parkinson.
Para los profanos, ¿cuál es el funcionamiento básico de un banco de cerebros?
Es una estructura viva, no un sitio para coleccionar y guardar muestras, porque así no serviría para nada. Se trata de obtener las muestras, organizarlas, conservarlas en las mejores condiciones, evaluarlas en cuanto a calidad, respetar cuidadosamente toda la información vinculada al sujeto del que proceden y cederlas a aquellos grupos científicos que la puedan necesitar y vayan a sacar el mejor partido posible de ellas. Debemos realizar colaboraciones con las que nos aseguramos que se ayudará al desarrollo de la actividad científica en nuestro campo.
¿La colaboración con investigadores extranjeros es frecuente?
Sí, pero las muestras no viajan, sólo lo hacen los resultados o los científicos que tienen resultados. El trabajo se debe realizar aquí y las muestras nunca deben salir del ámbito de la CAV. Estas colecciones de muestras de sujetos con patologías psiquiátricas son muy tentadoras, por ejemplo, para algunas compañías farmacéuticas, dado el gran desconocimiento que existe de la biología en las enfermedades mentales. Alguien que puede acceder a una colección importante de muestras y pueda poner en marcha medios técnicos brutales les sacaría muchísimo partido, pero un partido transformado en negocio propio. Esto rompería las reglas del juego con las que jugamos: la cesión de muestras es gratuita, pero nadie puede sacar negocio. Los resultados científicos deben ser públicos, pero en publicaciones y abiertos a toda la comunidad. Esto es un principio de todos los bancos, tanto de cerebros, como de ADN, que son por definición organismos sin ánimo de lucro.
¿En qué medida va a impulsar la capacidad investigadora de Txagorritxu contar con el primer banco hospitalario de cerebros de la CAV?
Indudablemente hacía falta. Obtener cerebros de sujetos sospechosos de haber fallecido por enfermedades por priones era algo necesario. El impulso será decisivo porque se trata de enfermedades bastantes desconocidas. El banco exige unas condiciones técnicas peculiares, especiales, bien diferentes a las que se pueden utilizar en instalaciones de otro tipo. En otros lugares ya estaba funcionando y lo normal es que se pusiera en marcha en nuestra comunidad. Me alegro, porque es una contribución importante. El conocimiento de este tipo de enfermedades sólo se va a poder hacer estudiando el cerebro de estos sujetos, si no no avanzaremos. Es una cuestión prioritaria. La realización de autopsias de evaluación a sujetos que fallecen con sospecha de ciertas enfermedades, sobre todo en las vinculadas al cerebro -neurológicas o psiquiátricas-, es imprescindible para conocerlas.
¿Por qué dice que el estudio de las patologías mentales, su especialidad, acumula 100 años de retraso?
Porque son enfermedades propiamente humanas y hay que estudiarlas en el cerebro de los humanos. Necesitamos o bien el cerebro del sujeto después de haber fallecido, con los problemas que esto conlleva, o valernos de las nuevas técnicas de neuroimagen, que comenzaron a surgir a partir de los años 70. Son investigaciones muy recientes, a diferencia del estudio de la morfología de enfermedades neurológicas, descubiertas a principios del siglo XX por los señores Alzheimer y Parkinson, por citar dos prototípicas.
¿Existen muchas negativas familiares a la hora de donar cerebros para la investigación?
No. Somos la comunidad autónoma con mayores tasas de donación de órganos para trasplante. En el caso de los tejidos para investigación, estaremos en tasas parecidas. Hay una cultura de que debemos ayudar a la investigación y nuestra preocupación es mantener ese interés.
¿Hasta dónde llega la variedad de información que puede extraerse de este gran disco duro?
El cerebro es el ordenador central del organismo, y en ese sentido es muy complicado de estudiar y tenemos muchos años por delante para hacerlo. En la investigación del sistema nervioso se ha avanzado, pero queda muchísimo por hacer. Estamos entrando en evaluar el cerebro en aspectos y áreas puntuales, tratando de simplificar para entender. Cada grupo de investigación estudia un área concreta y luego alguien va a tener que hacer una visión global de eso. Creo que tendremos trabajo para unas cuantas generaciones.
¿Podría cifrar el conocimiento actual que se tiene del cerebro?
Es complicado. Podría cifrarse en relación con el conocimiento que se tiene de otros órganos o sistemas, como el cardiovascular. Igual conocemos un 20 ó 30% de lo que sabemos, por ejemplo, de cómo funcionan el hígado o el corazón. Y todavía se sigue aprendiendo muchísimo en estos campos. Los avances en la investigación sobre el sistema nervioso van muchísimo más lento. Estamos hablando de fomentar la investigación traslacional, que se trata de coger los problemas reales de salud, llevarlos al laboratorio y lo más rápido posible devolverlos a la cama transformados en beneficio. De la cama, a la mesa del laboratorio y de nuevo a la cama en el plazo más corto posible.