"la vida es un cúmulo de casualidades", repite más de una vez durante las casi tres horas que dura la entrevista. Y no le falta razón. Porque, según va desgranando su pasado, se da cuenta de que el azar intervino en él más de lo que entonces pensó. Al final, el resultado de todas esas casualidades es por todos conocido: Basterretxea, el artista. Pero la manera en la que acontecieron, la realidad de todas aquellas historias, sólo la conoce él: Basterretxea, la persona. Por eso la visita se convierte en un privilegio. Porque Nestor, generoso en su relato, comparte desde el sofá de su casa la verdad de su vida. Y habla de Bermeo, y de Donibane-Lohizune, y de París, y de Argentina. Habla de ese pasado que sigue brillando en sus ojos y que sólo él conoce. Y, sin querer, la tarde se va en un suspiro.
"¿Por dónde empiezo?", pregunta. "Por el principio". Y así, sobre una mesa plagada de fotografías antiguas que ayudan a contextualizar sus palabras, comienza su narración. Ésa que ya dejó escrita en sus memorias (Crónica errante y una miscelánea, de la editorial Alberdania) y que ahora recupera sin omisión de detalles. En ella no faltan las anécdotas, ni las confesiones, ni las amarguras, ni las sonrisas. No falta nada porque hay de todo. Porque, en esa crónica del Basterretxea más joven en la que se centra, del Basterretxea exiliado, las vivencias se amontonan sin fin aparente. Una tras otra, esperan a ser contadas para explicar a sus oyentes cómo, antes de moldear otras formas, el escultor se moldeó a sí mismo.
el "principio"
Bermeo, mayo de 1924
Como se le ha pedido, se remonta al "principio." A sus años en Bermeo, la localidad que lo vio nacer el 6 de mayo de 1924 y en la que permaneció hasta el estallido de la Guerra Civil. Allí, dice, tuvo una infancia normal. "Mi familia era algo distinguida -su padre Francisco era diputado del PNV en Madrid- pero, en líneas generales, mi niñez fue bastante corriente", asegura, mientras reconoce su condición de "mal estudiante". "Ahora me doy cuenta de que ya entonces estaba destinado a ser artista. Mi habilidad con el dibujo y mi aversión hacia las matemáticas no eran casuales. Lo mío era más la creación y, a trancas y barrancas, lo he mantenido", sonríe.
Aquella infancia "corriente" dejó de serlo tras el alzamiento militar de 1936. Después de tomar Gipuzkoa, las tropas de Franco avanzaron rápido hacia Bilbao y obligaron a miles de vascos a emigrar. Y los Basterretxea no fueron una excepción. "Se publicaron varios bandos anunciando una previsible escasez de alimentos y recomendando la salida de los niños y las mujeres. Mi padre se quedó un tiempo más, junto al resto del Gobierno Vasco, pero nosotros -él, su madre y sus tres hermanos- nos fuimos a San Juan de Luz", comenta. Entonces tenía once años.
En el municipio labortano, en el que vivió en una casa alquilada, Nestor pasó una larga temporada en la que sintió, pese a su corta edad, la Guerra. "La gente iba llegando de uno u otro pueblo, según se iba produciendo la ocupación. Recuerdo que nos cruzábamos con los refugiados en la calle Gambetta, que la gente se abrazaba y lloraba y que teníamos que organizarnos entre nosotros porque muchas de las personas de allí no nos aceptaban. Recuerdo los ruidos, las conversaciones, el miedo... Todo eso se te mete dentro".
el exilio de parís
Desarrollo artístico
Los últimos meses de aquella estancia en Donibane-Lohizune los pasó con su padre, que tras emigrar a Catalunya y Valencia junto al grueso del Gobierno de José Antonio Aguirre -y ante la inminente victoria franquista- había cruzado la muga para reunirse con los suyos, de los que ya no se separó. Porque, cuando tiempo después lo llamaron desde París, de nuevo para incorporarse al Ejecutivo vasco en el exilio, la familia al completo lo acompañó. Primero a Port-Marly, a unos 25 kilómetros, y más tarde a la capital francesa.
En ella, a orillas del Sena, Nestor inició una etapa de enorme inquietud y desarrollo artísticos. "Pude ver el Louvre, el Museo de Arte Moderno, muchos edificios de gran valor arquitectónico, hechos culturales de una magnitud increíble, la Exposición Mundial... Fueron años extraordinarios para mí", reconoce.
Lo hace mientras relata un episodio de especial relevancia, precisamente con motivo de aquella Exposición Mundial. "Uno de los días que fui a visitar las obras con mi padre vi cómo, en un plano de la entrada, había un rectángulo con las palabras Aquí va un mural". No era otro que el Guernica, del que posteriormente pudo conocer de primera mano -sobre todo de la de José María Ucelay, bermeotarra como él y comisario del pabellón vasco durante la cita parisina- todo tipo de detalles.
Entre otros, supo que Picasso fue propuesto tras la negativa de Aurelio Arteta, que el pintor malagueño comenzó su obra maestra en el bosque de Rambouillet y que la silueta de la bombilla que hay en ella no fue sino fruto de otra casualidad. "Estando ya en París, donde le alquilaron un local, vieron que la bombilla que había apenas alumbraba y le llevaron un foco enorme para que pudiera ver bien. Al encenderlo, éste proyectó la sombra de la bombilla sobre el lienzo... y él la dibujó. Así de sencillo", explica. Además de a Picasso, Basterretxea conoció por aquellos años a muchas otras personalidades, caso del propio lehendakari Aguirre o del también nacionalista Manuel de Irujo. "Eran compañeros de mi padre y, primero en Bermeo y más tarde en París, venían a casa".
ocupación alemana
Nueva huida
La aventura parisina, sin embargo, tampoco iba a ser definitiva. El inicio de la II Guerra Mundial se tradujo en la ocupación alemana de Francia y en una masiva huida hacia el sur: "Millones de personas escaparon. Yo salí de París en el último tren, justo antes de la entrada de los alemanes. Me fui con mi abuela y con mis hermanos. Mis padres se quedaron y se marcharon algo después en coche. Estuvimos 20 días sin saber nada de ellos, hasta que a través de una red clandestina nos enteramos de que estaban en un cine de Pau. Y allí nos reunimos todos".
De nuevo juntos, partieron hacia Marsella. Su padre logró evitar las listas negras que Serraño Suñer -ministro y cuñadísimo de Franco- entregó a la Gestapo (y que llevaron a capturar, entre otros, al presidente de la Generalitat Lluis Companys) y embarcaron rumbo a América. Lo que no sospechaban es que aquel viaje inicial de dos semanas acabaría siendo una odisea de un año, con una primera escala de cuatro meses en Dakar (Senegal). "Días antes se había celebrado una batalla marítima muy dura y nos obligaron a quedarnos allí, hasta que la compañía propietaria del barco (el Alsina) lo reclamó. Dormíamos en el barco, comíamos lo que podíamos... Los matrimonios que querían hacer el amor tenían que pagar para que les llevaran en una lancha a un hotel de mala muerte en tierra. Era humillante", confiesa.
rumbo a méxico
Alcalá Zamora y el ballet ruso
De Dakar, donde cantó junto a los otros vascos del barco el Agur Jaunak y donde vio formarse un motín en el que un hombre dio un puñetazo a otro con tanta fuerza que le sacó un ojo, partieron hacia Casablanca (Marruecos). Y allí estuvieron otros dos meses. Esta vez, en tierra. "Nos dijeron que podíamos ir al Hotel Ritz, pero resultó que era el Rich, con h -sonríe-. Comíamos lo más barato, pollo y uvas, todo el día".
Finalmente sí, los pasajeros del Alsina (cerca de 600) subieron a otro barco, el Quanza portugués, rumbo a México. Entre ellos, personas de toda clase y procedencia. Desde el ex presidente de la II República Niceto Alcalá Zamora, que Basterretxea define como "muy correcto y atento", hasta un grupo de joyeros de origen judío o un ballet ruso al completo que ensayaba sus piezas a bordo.
Fue un viaje largo en el que, además, Nestor supo por primera vez lo que era besar a una mujer. "Se llamaba Margarita y era catalana. Guapísima. Su padre nos perseguía por todo el barco, pero nos escondíamos entre las chimeneas. Lo vivíamos todo con mucha ternura", asegura. Hasta que llegaron a América. Primero a México y más tarde a Cuba, donde les encerraron en un edificio oficial destinado como despiojero, argumentando que los piojos eran "extranjeros" y los portaban ellos en el barco.
buenos aires
Once años evitando el tango
Tras cuatro meses en la capital cubana, un tercer barco, el Río de la Plata, los llevó hasta Buenos Aires, con escala previa en Brasil y con un susto inolvidable en la retina: "Un submarino alemán nos dio la orden de abandonar el barco para después hundirlo en pleno Mar Caribe. Era una muerte segura, pero una llamada del comandante alegando que el barco era argentino nos salvó. Seguimos vivos de puro milagro".
Días después, atracaron en Buenos Aires, que los acogería once años. Nestor encontró trabajo (como publicista de Nestlé), entabló relación con refugiados vascos en el Centro Laurak-Bat (siempre tuvo claro que volvería a Euskadi y, de hecho, se negó a bailar el tango por temor a que lo enganchara), empezó a pintar, conoció a Jorge Oteiza (de quien ya no se separaría)... y conoció a su mujer, después de otras siete novias "formales". Con ella se casó y con ella volvió a Euskadi. Lo hizo de viaje de novios pero, "convencido por Oteiza", se quedó (le costó tener que hacer el servicio militar en África). Empezó entonces a forjarse el Basterretxea más conocido, el Basterretxea artista. Aquel que ganó el concurso para pintar los murales de Arantzazu, que integró el grupo Gaur, que más tarde se centró en la "tercera dimensión" -la escultura- y que finalmente se consagró como artista en todas sus facetas, incluida la cinematográfica. Aquel que todo el mundo conoce pero que, resultado de las casualidades, surgió de ese pasado mucho más desconocido que descansa, aún, sobre las fotografías extendidas en la mesa de su salón.
Cuando volvió a Bermeo, 17 años después, Nestor supo que su casa había sido convertida en cuartel de la Guardia Civil. "El régimen nos arruinó", lamenta (tiempo después les devolvieron sus bienes, pero "tarde y mal"). Ya no ha vuelto a vivir allí, pero no ha dejado de sentirlo. Aquel Basterretxea más niño, más inocente, sigue viviendo dentro de él. Porque, aunque se haya moldeado, el artista no ha perdido su esencia.