El cambio climático es una de las principales preocupaciones que han marcado la agenda 2030 de objetivos de desarrollo sostenible, así como las principales cumbres que se han venido desarrollando en los últimos años para tratar de poner fin -o, en su defecto, paliar- la mayor pandemia que asola nuestro planeta

Y, precisamente, para abordar este tema se celebró una conferencia bajo el título de Salud, Medio Ambiente y Cambio Climático, con el objetivo de abordar algo que preocupa a los sanitarios: los efectos que tiene el cambio climático para la salud de las personas, cuyas afecciones pueden apreciarse tanto a nivel respiratorio como cardiovascular. 

Y es que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), ya ha compartido en más de una ocasión que el cambio climático es “la mayor amenaza para la salud a la que se enfrenta la humanidad”, algo en lo que coincidió la doctora Isabel Urrutia, especialista en Neumología, que se refirió en esa conferencia al planeta Tierra como “el mayor enfermo respiratorio que tenemos ahora”. 

Al fin y al cabo, desde la OMS recuerdan que el grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC) ha llegado a la conclusión de que, si se quiere evitar impactos sanitarios “catastróficos” y prevenir millones de muertes relacionadas con el cambio climático, el mundo debe limitar el aumento de la temperatura a 1,5°C.

Pero, ¿qué es el cambio climático y de dónde viene? Según la ONU, hace referencia a la “variación a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos del planeta, atribuida principalmente a la actividad humana, en especial, al uso de combustibles fósiles”. En ese sentido, Margarita Martín (Aemet) remarca la diferencia que existe entre el cambio climático natural -algo que ha existido siempre y siempre se ha percibido-, y el de origen antropogénico -del que se habla ahora pero “no es verdad que sea de ahora”-. Según explica, “no se ha producido como consecuencia del incremento de las emisiones industriales, del CO2, etc.”. Al fin y al cabo, hubo cambios climáticos provocados por el ser humano “ya, que se sepa, desde la época de los romanos”, en definitiva, porque estos talaron toda la Península Ibérica, lo que “tuvo que producir una disminución de las lluvias”. 

Posteriormente, en la Edad Media, recuerda cómo se produjo un incremento de la población. “Cada vez que ha habido un incremento de la población, eso está asociado a incrementos naturales de temperatura. Esa población necesita alimentarse y rotura tierras, para lo que hay que quitarles la vegetación. Eso pasó también alrededor del 1100-1300”, resume. 

Y finalmente, en este recorrido cronológico, defiende que “la mayor catástrofe ambiental en la historia del planeta no es ni mucho menos las emisiones de CO2 ni la tala del Amazonas. Fue el descubrimiento de América”. 

En resumen, asegura que ha habido “varios cambios climáticos”. Pero, ¿cómo se distingue este de los anteriores? “No lo sé. Este en realidad es una evolución del descubrimiento de América”, reflexiona. 

“El ser humano siempre ha sido el gran depredador del clima, y siempre hay una parte del cambio climático que es natural y otra parte que es debida a la intervención del ser humano”, resume en definitiva Martín. “De hecho, ahora se echa la culpa al CO2 y por ejemplo no al metano, que tiene una capacidad de efecto invernadero mucho mayor que el CO2”, afirma por otra parte.

Fábricas. AFP

Pero, ¿qué efectos puede tener esto en la salud de las personas? Urrutia, en esa intervención, vinculó la contaminación con el cambio climático, algo que también hace la propia OMS, que asegura que la contaminación, “principalmente identificada como una consecuencia dentro de los paisajes urbanos, también está vinculada al cambio climático”. Y es que, tanto el cambio climático como la contaminación del aire “se ven empeorados por la combustión de combustibles fósiles, que incrementa las emisiones de CO2”. 

En ese sentido, esta neumóloga reflexionó acerca de que el 93% de los niños y niñas del mundo respiran aire contaminado cada día, un dato que la OMS respalda en un informe con su cálculo de que 600.000 niños y niñas murieron en 2016 por infecciones respiratorias agudas provocadas por la contaminación del aire. Porque las consecuencias de la contaminación y del cambio climático también se dan de forma desigual en el planeta. “No es lo mismo para unos que para otros el cambio climático”, afirma Martín en ese sentido. Y es que ese mismo informe de la OMS resalta que “más del 40% de la población mundial está expuesto a altos niveles de contaminación del aire en sus hogares, provenientes principalmente de cocinar con combustibles y tecnologías contaminantes”. 

Afecciones respiratorias

Y, ¿cómo podemos apreciar esas consecuencias para nuestra salud? Urrutia explicó en su intervención que el planeta está “enfermo”, y la OMS reconoce a cinco enfermedades respiratorias entre los 10 principales puestos globales de mortalidad. Hablando de contaminación, ella explicó que cuando hablamos de contaminantes para el aparato respiratorio, tienen sobre todo en cuenta el material particulado, el ozono y otros gases (óxidos de sulfuro, óxido de nitrógeno y compuestos orgánicos volátiles). En ese sentido, explicó que cada vez hay más estudios que respaldan que “no hay una enfermedad respiratoria que se libre de la contaminación”. Asimismo, especificó que el cambio climático supone unos cambios en los patrones del clima y unas alteraciones en la frecuencia de los extremos climáticos.

“Este cambio climático supone unos cambios en la concentración de los contaminantes y también en los alérgenos medioambientales. Estas interacciones de clima-contaminación, alérgenos-contaminación, clima-alérgenos nos produce una serie de efectos en el aparato respiratorio”. ¿Qué cambios son esos? Ella enumera varios: mortalidad prematura, diferencia en las respuestas alérgicas, exacerbaciones de nuestras enfermedades crónicas (como el asma y la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica, comúnmente conocida como EPOC), así como el despertar de enfermedades crónicas.

“Al fin y al cabo, toda la vida, los que nos dedicamos a la patología respiratoria, el paciente te ha dicho Uf, hoy hay una niebla, y se lleva la mano al pecho. Ya sabíamos que la contaminación o el clima afecta al aparato respiratorio, porque el paciente te lo cuenta”, resumió Urrutia.

Y es que aseguró que siempre se ha sabido que a un enfermo asmático la contaminación y el clima “le van mal”. “Pero claro, de lo que estamos hablando ahora es de que la contaminación puede hacer desarrollar asma a una persona que no hubiera tenido asma. Sin embargo, esto es muy difícil de medir, porque dices En una enfermedad que es multifactorial, ¿cómo le puedes achacar a la contaminación que va a producir asma?”, reflexionó la experta. Sí lo definió como un factor “contribuyente”. También quiso hablar del covid. “Se veía desde el principio que los chinos fueron los primeros en poner un mapa de covid y de contaminación. Y era calcado. Donde había habido mucha contaminación había mayor covid”, reflexionó. “Hemos pasado ya a mayor evidencia, y hemos hecho un estudio en el que las personas que habían ingresado por covid y habían estado expuestas a contaminación a largo plazo, su neumonía era mayor. La exposición a la contaminación a largo plazo daba un caché en negativo para terminar en la UCI”, explicó, algo que recordó que “hay que investigar mucho”. 

Enfermedades cardíacas

Y, ¿qué ocurre en lo que respecta a las enfermedades cardiovasculares? De este aspecto habló Vanessa Escolar, especialista en Cardiología. En su caso, insistió en que la influencia de los factores medioambientales sobre los problemas de salud es “bien conocida” y está documentada, “sobre todo en patologías respiratorias y en enfermedad cardiovascular”, explicó. En este último caso, el de la enfermedad cardiovascular, diferenció tres grandes bloques, repartidos entre cardiopatía isquémica, arritmias e insuficiencia cardiaca. 

Respecto a la cardiopatía isquémica (o enfermedad coronaria) recordó que se produce cuando las arterias que suministran sangre al músculo del corazón tienen una obstrucción que impide la llegada de flujo sanguíneo. En ese aspecto, los principales factores de riesgo para su desarrollo son la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, la hipercolesterolemia, la obesidad, etc. “Los contaminantes atmosféricos también se ha demostrado que tienen relación con la cardiopatía isquémica a través de diferentes mecanismos: la disfunción endotelial, el aumento de la presión arterial, las respuestas inflamatorias sitémicas y de estrés oxidativo, etc.”, relató la especialista. 

Algo que también ocurre con las arritmias, un caso en el que también hay una causa-efecto en cuanto a la exposición a la contaminación y el desarrollo de arritmias cardiacas. “Los contaminantes ambientales más relacionados son la materia particulada, el monóxido de carbono, el dióxido de azufre, el ozono y los dióxidos de nitrógeno”, afirmó, al tiempo que explicaba que se han postulado varios mecanismos a través de los cuales pueden aparecer las arritmias, tales como el estrés oxidativo, la disfunción autonómica, la alteración de la coagulación y la inflamación. “Todas estas vías patológicas pueden estar interrelacionadas, y muchas veces se superpone uno con otro mecanismo”, recordó. 

Finalmente, habló de la insuficiencia cardiaca, “otra gran pandemia que tenemos en nuestra sociedad”, la fase final de muchas cardiopatías. “La insuficiencia cardiaca es la fase final y muchas veces causa de mortalidad de los pacientes que sobreviven a un evento agudo, la primera causa de hospitalización en nuestro medio”. 

En ese sentido, habló del impacto de los factores medioambientales en el desarrollo de la insuficiencia cardiaca, un trabajo que ha desarrollado el grupo en el que ella trabaja. “Hemos llevado a cabo este estudio, en el que queremos determinar el impacto de diversos factores medioambientales en la descompensación de insuficiencia cardiaca”. Para ello, contó que han analizado datos de Bilbao y Bizkaia, tomando en cuenta los ingresos hospitalarios por insuficiencia cardiaca a lo largo de cinco años y medio, así como viento, calidad del aire, etc. “Hemos visto que las descompensaciones de insuficiencia cardiaca se producen sobre todo en los meses más fríos del año. Se acumulan sobre todo en diciembre, enero, febrero, hasta marzo, aproximadamente”.

Ahí han planteado diferentes teorías, como que en esta época invernal se producen más infecciones respiratorias, que son un “claro precipitante” de las descompensaciones de insuficiencia cardiaca. “Pero también debemos tener en cuenta el efecto de la temperatura y la humedad”, reflexionó. Aquí hicieron una comparativa de la temperatura y los ingresos hospitalarios por insuficiencia cardiaca. “Vemos que cuando baja la temperatura, aumentan los ingresos hospitalarios, y esto es algo que se repite a lo largo del tiempo en nuestros registros entre enero de 2012 y agosto de 2017”, explicó. Y añadió otro componente, la calidad del aire, donde han visto asociaciones, sobre todo “nos han salido estadísticamente significativas en cuanto al porcentaje de dióxido de azufre, un componente de la lluvia ácida, y de los óxidos de nitrógeno, que son componentes también de la combustión de automóviles”. Así, reflexionó que en nuestra zona tanto los factores medioambientales como la calidad del aire están implicados en el desarrollo de cardiopatías y en las complicaciones cardiovasculares de las mismas. 

Soluciones

Pero, ¿podemos hacer algo al respecto? Escolar recordó lo que dice la OMS, que reflexiona que la contaminación atmosférica es responsable de cerca de 7 millones de muertes al año en el mundo. “Es prácticamente imposible que el clima reaccione inmediatamente. Probablemente lo que estamos viviendo ahora son las afectaciones del clima de intervenciones anteriores”, añade por su parte Martín, que especifica que “reduciendo ahora las emisiones, la reducción se observaría dentro de cientos de años”. 

Y, preguntada sobre si se están tomando medidas eficaces, la meteoróloga asegura que no. “Lo único que es capaz de reducir el CO2 en la atmósfera es el suelo vegetal y el océano. Lo primero sería aumentar las hectáreas de suelo vegetal, para que puedan reducir el CO2 de la atmósfera”, explica ella, al tiempo que añade que “se debería prohibir la contaminación del océano”.