La gran diosa de la mitología vasca, Mari, tiene una de sus principales moradas cerca de la cumbre del monte Anboto. Un paraje muy presente en el acervo cultural de los vascos, si bien llegar hasta él esta reservado a montañeros experimentados. Pero hoy, nos vamos a fijar en otro lugar cercano a la morada de la diosa, que está conectado con la misma y, sin embargo, suele pasar bastante desapercibido.
El caminar comienza en el aparcamiento del Santuario de Urkiola, desde el que descendemos, tras aparcar, a la carretera BI-623 y la cruzamos con precaución. Tomamos un sendero en ascenso que nos lleva al Centro de Interpretación del Parque Natural de Urkiola, Toki Alai.
Merece la pena visitar el centro, que nos da la posibilidad de conocer el parque desde todas sus facetas. Tras la visita, retornamos unos metros por el camino que hemos traído en la subida para, rápidamente, desviarnos a la izquierda y comenzar a ascender, siguiendo las señales que nos dirigen hacia el pico Saibei.
Pasamos junto a un pequeño pero bello hayedo para subir por una marcada pista de tierra, sin pérdida, hasta llegar a un collado. Cruzamos un paso canadiense y alcanzamos la cima de Saibei por terreno despejado.
Sobre sus 954 metros de altitud, destaca una gran cruz, testigo de una cruenta batalla que tuvo lugar aquí en la Guerra Civil Española.
Esta intrigante cima esconde además viejas leyendas, como la que asegura que era aquí donde se reunían las brujas para realizar sus aquelarres. También es una montaña vinculada a una parte muy interesante de nuestra mitología: el mito del oro enterrado.
Un mito muy relacionado con el culto a la Ama Lurra, a la Madre Tierra; un inmenso territorio dominado por seres terroríficos, pero también morada de las almas de nuestros antepasados, el lugar al que acudiremos nuevamente.
La tierra nos provee de alimentos y de agua; por todo ello es un ente profundamente sagrado, hasta el punto de que su culto originario diera lugar a la principal deidad de nuestra mitología: Mari. Era habitual arrojar piedras y monedas de oro a determinadas simas, megalitos,… como ofrenda hacia la propia tierra, o a los entes que la habitan.
Ficha práctica
- ACCESO: El Santuario de Urkiola queda junto a la carretera BI-623,y podemos llegar a él por esta vía desde Durango o desde Otxandio.
- DISTANCIA: 8 kilómetros.
- DESNIVEL: 300 metros.
- DIFICULTAD: Fácil.
Descendemos por la otra vertiente hacia un claro collado que alcanzamos sin pérdida. En él giramos a la izquierda, hasta un cruce donde optamos por seguir caminando a la derecha. Vamos descendiendo hasta dar con una nueva bifurcación, donde realizamos un giro a la izquierda.
La pista de tierra por la que caminamos se interna en el bosque hasta una nueva ramificación; en este caso, seguimos a la derecha. Bajamos hasta salir a una zona de claros en el bosque donde las vistas se abren y llegamos a una puerta de madera que nos permite salvar la alambrada, entrando de nuevo en el bosque.
Tras cruzar la portezuela, descendemos realizando un par de lazadas hasta alcanzar un área de recreo provista de mesas. Con precaución, avanzamos unos pocos metros por la carretera y la cruzamos para tomar una pista que sale a la derecha. Pronto, vemos un sendero que se mete en una bella zona de praderas, abandonando la pista.
Ascendemos por los prados, salpicados de espinos y argoma, para meternos en un bonito hayedo y llegar a la ermita de Santa Apolonia, guardiana de un curioso ritual de carácter preventivo.
Contra el dolor de muelas
Tras el templo, vemos que mana una fuente de agua. La tradición nos manda coger esa agua y, con ella en la boca, dar tres o siete vueltas alrededor de la ermita.
Al terminar debemos arrojar el agua en el suelo del interior de la capilla, a los pies de la santa, que es la patrona de los odontólogos; de esta forma, estaremos a salvo del dolor de muelas.
Lógicamente, estamos ante un antiquísimo ritual de carácter preventivo unido a las aguas y cristianizado con el templo católico.
Tras renovar el viejo rito, seguimos caminado por el hayedo, pisando las losas del que fuera el Camino Real –antiquísima vía de paso que unía la costa con el interior, posiblemente ubicado sobre una ancestral ruta de trashumancia neolítica–, por el que alcanzamos el Santuario de Urkiola.
Podemos visitar el bello templo donde se veneran a los santos San Antonio Abad y San Antonio de Padua y donde se mezclan elementos antiguos con otros más modernos. Una vez fuera, localizamos el famoso meteorito, al cual debemos dar tres vueltas si queremos conseguir pareja.
Cruzamos la carretera junto al santuario, para introducirnos en un precioso hayedo, pasando junto a una nevera rehabilitada. El paseo llega sin pérdida a la ermita del Santo Cristo para, por su derecha, alcanzar el mirador de las Tres Cruces.
Desde allí la vista sobrecoge, frente a nosotros, los farallones calizos del pico Untzillatx llaman poderosamente la atención; junto a él, el desfiladero de Atxarte, morada de jentiles y lamias.
Pero, de pronto, la mirada se centra en un cordal que se abre junto al desfiladero; un cordal que une las cumbres de Alluitz con el collado de Larrano. Algo misterioso tienen esa sucesión de montañas; algo magnético, insólito. Si agudizamos la vista, podemos ver el perfil pétreo de una mujer tumbada boca arriba.
Se marca su frente, nariz, barbilla, cuello e incluso uno de sus ojos. Quién sabe si se trata de la propia diosa Mari, que tiene su cueva muy cerca, tumbada allí, intentando pasar desapercibida a la espera de retornar a su feudo en la montaña.
Con el buen sabor que nos deja descubrir estos parajes de la Euskal Herria insólita, regresamos por el mismo sendero hasta el aparcamiento.