Las viejas montañas de los vascos han ejercido, desde siempre, un influjo especial sobre quienes nos hemos acurrucado bajo sus mágicas laderas. Nuestros ancestros no fueron ajenos a este hechizo, llegando incluso a considerarlas divinidades o morada de sus dioses. La visión de las sobrecogedoras cumbres alzándose sobre sus cabezas les hizo sentir algo especial por ellas; consideraron que allá arriba, estando más cerca del cielo, debían vivir sus principales deidades. Por ello, muchas de estas cumbres, han sido la morada tradicional de nuestros principales entes míticos como Mari, Basajaun, los Jentiles, o el anfitrión de nuestro paseo de hoy, Tartalo.
En tierras vizcainas, en la comarca de Lea-Artibai, se encuentra Markina-Xemein, encajonada entre al macizo del Oiz y el mar Cantábrico. En las afueras del pueblo, se eleva una de estas cimas mágicas, como es el pico Urregarai que, junto con su vecino Bedartzandi, forman parte de un pequeño, pero interesantísimo macizo calcáreo que marca la divisoria entre los ríos Lea y Artibai.
El paseo, que asciende a ambos picos, comienza en la propia localidad de Markina, donde buscamos la calle Artibai para cruzar el río por un puente. Un túnel sortea la carretera principal y nos lleva a un cruce, junto al caserío Ituarte, donde optamos por el camino de la izquierda. En marcado ascenso, ganamos altura por el asfalto hasta dar con un cruce que se introduce en el pinar. La referencia que tomamos es un antiguo transformador junto a la pista. El sendero alcanza una pista de hormigón que pasa cerca de unas canteras para llegar a la curiosa formación de Igotz, una preciosa dolina -o torca- que crea un vallecito suspendido en estas alturas.
Santa Eufemiako-zelaixe
No resta más que ascender por la pista que sale tras la casa y que nos lleva hasta el collado de Santa Eufemiako-zelaixe, situado entre las cimas de Urregarai y de Bedartzandi. Desde este punto, una marcada pista se introduce en un bosque de repoblación de cipreses, ganando altura hasta salir a un pequeño prado bajo la cima, donde se celebra la romería el día de la Santa: el 16 de septiembre. Un lugar fantástico donde tomar un reposo antes de afrontar los 222 peldaños de piedra que nos restan para alcanzar la ermita y el buzón cimero en los 704 metros de altitud.
Estamos en uno de esos lugares que son un auténtico compendio de mitología y que atesora la tradición de ser morada del sobrecogedor genio Tartalo. Es uno de los personajes más aterradores de cuantos pueblan nuestra vieja mitología. Ser de fuerza descomunal, luce un solo ojo en mitad de su frente, si bien su carácter espeluznante le viene dado por su carácter antropófago, es decir, comedor de hombres. La zona donde más es conocido es en el gohierri guipuzcoano, no siendo el único lugar de la tierra de los vascos donde tiene presencia. En Zegama se decía que Tartalo jugaba a la pelota con una piedra, que para moverla se necesitaban 14 humanos.
Pero el genio era igual de gigantesco y forzudo que de incauto y muchas veces se ve vencido por la inteligencia de los hombres. De nuevo, al igual que sucede con otros personajes mitológicos como los jentiles, estamos ante una representación de la victoria de la nueva cultura sobre la antigua.
José Miguel de Barandiaran, recogió la siguiente leyenda, en estos lares:
“En la región de Markina, hay un genio llamado Alarabi, que habita en los montes. Es de aspecto o apariencia humana, pero de un solo ojo en medio de la frente y de una pierna con el pie de planta circular. Es considerado como el primer pastor de ovejas”.
Disfrutamos de las extraordinarias vistas que nos ofrece la cima, frente a nosotros, el Oiz, el Anboto, y un sinfín de montañas y valles, hasta llegar al Cantábrico. La ermita, que se sitúa junto a la cumbre, es una construcción de planta rectangular, construida en piedra caliza y que ubica su ábside hacía el Este, es decir, por donde sale el sol, herencia de misteriosos ritos vinculados a las montañas que hace mucho tiempo se darían aquí.
Aún hoy en día, o por lo menos hasta muy poco en el tiempo, era costumbre que los romeros que acudían a Santa Eufemia portaran rollitos de cera enroscados en su cintura; al llegar a la ermita, se los quitaban, besaban la reliquia de la Santa y, tras rezar junto a la imagen, prendían la cera hasta que se consumía, con ello se creía que se curaban los dolores de cintura. Un claro intento cristianizador de un paraje sagrado.
Descendemos al collado, desde donde es posible ascender a la cercana cumbre de Bedartzandi por un camino balizado, un poco abrupto pero sencillo, que sale directo del collado y llega a la cumbre de 700 metros de altitud. Alcanzamos la cima, que nos regala unas bellas vistas de su vecino Urregarai. Para retornar, descendemos al collado nuevamente y regresamos a Markina por el mismo camino.
ACCESO: Llegamos a Markina por la carretera N-633, tanto desde Durango como desde Ondarroa.
DISTANCIA: 12 kilómetros
DESNIVEL: 960 metros
DIFICULTAD: Media