Visitar Bruselas y no subir al Atomium es como ir a París y no sucumbir al encanto de la Torre Eiffel, que tal vez sea verdad eso de que su cima se mueve, pero todos queremos sentir la sensación. Sí, cada ciudad tiene su atalaya que, en la mayoría de los casos, constituye también el emblema del lugar. Desde 1958 la capital belga tiene como distintivo una de las más audaces creaciones técnicas.

Hay muchos turistas –también los hay nativos–, que vienen a la explanada de Heysel donde se encuentra, forman parte de interminables colas, se pierden por las alturas y salen sin enterarse de lo que viene a significar ese tinglado de pasillos y escaleras por el que han estado curioseando. Jamás sospecharían –y tal vez ni comprenderían–, que el monumento representa la fuerza prodigiosa de la energía nuclear.

Metro a Heysel

Heysel se encuentra en los límites del Gran Bruselas. Se accede al lugar por medio de diferentes medios de transporte, aunque, si les digo la verdad, el más cómodo me parece el metro. Al llegar a la estación de destino no precisa ayuda alguna, porque de inmediato tiene ante usted la estructura inconfundible del emblema de la ciudad, el Atomium.

La amplitud de la zona donde se encuentra fue una perita en dulce para quienes en 1935 se devanaban los sesos para ubicar un lugar donde montar una enorme Exposición Universal que conmemorara el primer centenario de Bélgica. Para esa ocasión se construyeron una serie de pabellones en el centro de los cuales se situó uno de hermosos arcos de hormigón con una luz de 86 metros y una altura de 31 metros que causó la admiración entre los asistentes. Fueron visitantes de honor Charles Chaplin, Walt Disney, Elizabeth Taylor y una larga nómina de famosos.

Aquella estructura levantó muchas discusiones en el mundo de la Arquitectura, aunque todos los comentarios en este sentido quedaron apagados con el estallido de la II Guerra Mundial. Los belgas, por su inmediata vecindad con Alemania, saben que cualquier conflicto bélico que proceda de este país les tiene a ellos como primeros afectados.

Acabada la reconstrucción del país, se pensó en su consolidación a nivel internacional mediante el montaje de un acontecimiento que situara a Bélgica en un lugar preponderante de la política europea. Así nació la idea de crear la primera gran exposición universal de la posguerra, que también ocuparía la explanada de Heysel, pero con notables modificaciones.

En 1951 abdicó Leopoldo III, rey de los belgas, en su hijo Balduino que contaba 21 años de edad. El nuevo monarca estaba interesado en dar giro al país cerrando definitivamente una etapa de conquistas en África ofreciendo al mundo una nueva concepción de estado moderno. Balduino, que más tarde se casaría con Fabiola de Mora y Aragón y ambos pasarían grandes temporadas en Zarautz, se empeñó en un proyecto que revolucionó al país.

Una de las primeras ideas fue la creación de un monumento que a la vez sirviera como símbolo del acontecimiento y quedara como recuerdo para la posteridad. Algo parecido a lo que significaba la Torre Eiffel para París. Pero, ¿dónde encontrar un nuevo Eiffel?

Un olímpico para el átomo

La oferta se la hicieron a André Waterkeyn, un ingeniero que circunstancialmente había nacido en Wimbledon, cuando sus padres emigraron del continente huyendo de la I Guerra Mundial. Aunque se formó en el Reino Unido, donde incluso llegó a jugar en la selección de jockey sobre yerba de los JJ. OO. de 1948, Waterkeyn desarrolló su trabajo como ingeniero en una compañía metalúrgica belga donde fue localizado en 1954.

Aceptó el encargo y durante un tiempo forzó su imaginación hasta encontrar el motivo para su obra. No iba a ser una torre en su concepto más tradicional, sino una alegoría del mundo del átomo. El tema fue aceptado de inmediato, porque venía al pelo de lo que ya se tenía claro que iba a ser el eje del futuro. El Atomium, como se iba a denominar, representaría un cristal de hierro aumentado 165.000 millones de veces.

La Exposición Universal, aún con algunos sectores sin acabar, abrió sus puertas el 17 de abril de 1958. En su discurso inaugural y ante cinco mil representantes de cuarenta y siete naciones, el rey Balduino justificó el motivo de aquel monumento en atención al papel que el átomo estaba tomando en todo el mundo. Hizo un llamamiento a la concordia internacional: "Una nueva carrera de armamentos puede amenazar a la Humanidad. ¡Hemos entrado en una nueva era!".

Nueve esferas

Unas ciento cincuenta mil personas visitaron la exposición en su primera jornada a pesar del frío intensísimo que hacía. Los sputniks que presentaron los rusos en su pabellón fueron objeto de gran atención. No había duda de que la exposición había conseguido un éxito a escala mundial. Incluso desde Euskadi se organizaron viajes subvencionados por entidades de ahorro que incluían paradas en París y una visita a Lourdes en el paquete turístico.

El motivo más visible de aquella exposición fue, sin duda, el Atomium que supera los cien metros de altura y tiene una estructura sumamente curiosa, ya que consta de nueve esferas comunicadas entre sí por tuberías que esconden las escaleras. Cada una de ellas es un espacio ocupado por exposiciones, salvo la superior, que alberga un restaurante.

Se bautizaron las esferas dando a cada una de ellas el nombre de una personalidad contemporánea del país: la violinista de origen rumano Lola Bobesco, que tenía entonces 37 años; el arquitecto Renaat Braem, de 48 años y con una participación sobresaliente en la Resistencia contra los nazis; el artista plástico Marcel Broodthaers, que a sus 34 años tenía una notable fama como cineasta surrealista; el dibujante André Franquin, de la misma edad que el anterior y creador de personajes tan populares como Spirou y Tomás, el gafe; la primera senadora belga Marie Janson, de 75 años, madre de quien fue primer ministro Paul-Henri Spaak; el dramaturgo y Nobel de Literatura Maurice Maeterlinck, autor de El pájaro azul y fallecido nueve años antes; el también Premio Nobel, pero de Química, Ilya Prigogine, de 48 años; el cineasta Henri Storck, de 51 años, colega de Joris Ivens y creador del Archivo Real de Cine de Bélgica; y finalmente el propio diseñador del Atomium, André Waterkeyn, cuyo nombre lo ostenta la esfera más alta desde la que se pueden contemplar unas panorámicas espectaculares de Bruselas y de la región de Brabante.

La tragedia de heysel

Una de las vistas obligadas desde los miradores del Atomium es la del Estadio de Heysel, situado cerca del pie. Tal vez a algunos lectores les suene el nombre de este campo de fútbol, ya que fue escenario de una de las mayores tragedias deportivas de todos los tiempos. Hoy lo ves desde arriba y se te antoja pequeño e inofensivo, pero en su interior tuvo lugar un siniestro que conmovió a la Humanidad.

Fue el 29 de mayo de 1985, hace ahora treinta y siete años, cuando se jugaba la final de lo que entonces se llamaba Copa de Europa y hoy es la Liga de Campeones de la UEFA. El trofeo lo disputaban los equipos Liverpool y Juventus de Turín. El estadio estaba a reventar de público. Al principio del encuentro se produjo una avalancha de tal magnitud que produjo la muerte de treinta y nueve aficionados, de los cuales treinta y dos eran italianos, cuatro belgas, dos franceses y un británico. Añadan a estas macabras cifras las de seiscientos heridos.

La sanción de la UEFA fue de las que hicieron época, pero nadie pudo evitar el trágico balance de aquella jornada. Hoy queda el recuerdo y varias placas en las fachadas que conmemoran el siniestro y a las víctimas que se llevó.

El ímpetu del primer día

El Atomium, a medio camino entre una escultura y una obra arquitectónica, cumplió sobradamente con la idea primitiva que se tenía de su servicio y aún hoy sigue siendo el símbolo ineludible de Bruselas y Bélgica.

Posiblemente una de las claves fundamentales de su éxito lo constituya el hecho de que se reinventa continuamente deleitando a sus visitantes con las exposiciones y eventos especiales que alberga.

Su propia arquitectura, única en el mundo, ofrece un paseo surrealista a través de tubos y esferas desde donde se puede disfrutar de una vista completamente panorámica de la ciudad, con la ventaja, además, de que el ticket de entrada sirve para acceder al ADAM, el Museo de Diseño de Bruselas, situado a 150 metros. 

Lugar de disfrute

Heysel se puede visitar no sólo por el Atomium, sino por el International Trade Mark de Bruselas, un vasto complejo de comercio mayorista; el parque de Exposiciones y Congresos, y, sobre todo por una gran oferta recreativa capaz de satisfacer los gustos más exigentes. Aquí está Mini-Europe, que consta de 350 maquetas que reproducen con gran detalle las principales ciudades europeas. Todos coinciden al decir que en el parque acuático y tropical, denominado Oceane, se puede pasar una velada inolvidable.

 

Los amantes al cine tienen una cita en Kinepolis, aunque, claro está, la grey infantil apuesta siempre por el tobogán familiar Anaconda, con minitoboganes infantiles, el spa Saunaland y la playa más cálida del país. Quienes buscan entretenimientos instructivos deben dirigir sus pasos hacia el Spirit of Europe donde se encuentran juegos multimedia a través de los que se puede conocer la Unión Europea de una forma sencilla y lúdica. 

 

Pero si realmente lo que siempre ha soñado es con alcanzar las estrellas, no deje de visitar el Planetario del Real Observatorio de Bélgica. Aquí te enseñan los secretos del cielo como nunca antes has podido conocer. ¡Quién me hubiera dicho a mí que un día podría situar el Norte gracias a la Osa Mayor! O a localizar Orión y Venus en la inmensidad del cosmos€

 

Algunas cifras

  • Altura del Atomium. 112 metros.
  • Diámetro de las esferas. 18 metros.
  • Diámetro de los tubos. 3 metros
  • Diámetro del pabellón sobre el que reposa el Atomium. 26 metros.
  • Distancia entre las patas. 90 metros.
  • Altura de las escaleras en las patas. 35 metros, aproximadamente 200 pasos. Las escaleras instaladas en los tubos del Atomium fueron de las más largas de Europa en 1958.
  • La longitud de la más larga. 35 metros
  • Velocidad del ascensor. Era el más rápido del continente cuando se inauguró: 5 metros/segundo.
  • Superficie por piso. 240 metros cuadrados.