Piensen en un día cualquiera de su vida. Despertarse, desayunar rápidamente, pasar por un atasco hasta llegar a trabajar, ocho horas de intensa jornada laboral, hacer la comida, cuidar de la familia, realizar las diferentes tareas del hogar, responder mensajes y llamadas, volver a dormir y repetir la misma rutina al día siguiente, en un círculo vicioso del que parece imposible escapar. Una pausa. Respirar. Calma. Eso es lo que ofrece un baño de bosque: eliminar el estrés, reflexionar con tranquilidad y conectar con el mundo interior a través de la naturaleza. Un ejercicio cada vez más necesario ante el frenético ritmo de vida que llevamos.
Según un estudio de CinfaSalud, nueve de cada diez ciudadanos españoles ha sentido estrés en el último año y el 42% lo sufre de manera continuada. Es una de las grandes epidemias del siglo XXI. Vivimos ajetreados, pensando en el trabajo, bombardeados de información y sin poder desconectar de los sistemas electrónicos o las redes sociales. En este mundo de caos y velocidad es complicado encontrar un momento de calma.
En este contexto surge el Baño de bosque o Shinrin Yoku, una práctica que emplea la naturaleza con valor terapéutico. Sus beneficios son claros: ayuda a dormir mejor, reduce el estrés y aumenta la creatividad. Ya es utilizada por el 25% de la población japonesa y ha comenzado a recetarse como medicina preventiva en países como Escocia y Nueva Zelanda. Y desde 2019 ha llegado también a Navarra de la mano de la empresa Yugen Green.
Itziar Insausti, la guía.
Después de viajar y vivir por todo el mundo, Itziar Insausti (Pamplona, 1977) ha regresado a su tierra natal con el objetivo de fomentar el bienestar de las personas. Es antropóloga, educadora y guía de baños de bosque, la primera acreditada en Navarra. Ha vivido en Londres, Hong Kong y Laponia, y en 2018 emprendió un viaje por Nepal, India y Kyrguiztan que le cambió la vida. Conviviendo con los nómadas changpa tibetanos descubrió otras formas de entender la existencia humana, en plena conexión con la naturaleza.
Ahora se encarga de compartir su experiencia con el resto del mundo a través de baños de bosque en el idílico entorno de la sierra de Aralar. Sin duda, el lugar es inmejorable: tierra de leyendas, morada de la diosa Mari y plagada de dólmenes que acentúan su carácter simbólico y la conexión entre el ser humano y la naturaleza en la zona desde tiempos inmemoriales.
El lugar es perfecto y la actividad, cuanto menos, curiosa. Llega el turno de probarla. Ascendemos a San Miguel de Aralar y nos encontramos con Itziar Insausti para comenzar la experiencia un reducido grupo de seis personas. Los objetivos que marca la guía son claros: escapar del estrés y de las exigencias de la vida cotidiana durante un par de horas para reavivar una relación saludable y de armonía entre la persona, la comunidad y la naturaleza.
La actividad se hace en grupos pequeños.
Paseo y más
Empezamos el baño de bosque con un tranquilo paseo entre los majestuosos robles de la sierra de Aralar. Itziar Insausti nos pide que nos fijemos en cada árbol y en sus hojas, en esa naturaleza armoniosa, proporcionada y asimétrica que tanto nos relaja. Cada cosa ocupa su lugar. Después, nos pide que pensemos en alguna experiencia de nuestra vida en la que haya un árbol. Me transporto a mi infancia. A aquellas tardes con los amigos subiendo a un sauce llorón, a una cabaña que hicimos durante un verano y a los cientos de árboles que habré utilizado en mi vida como portería.
Compartimos nuestros pensamientos con el resto del grupo. No es obligatorio y quien lo desee puede no hacerlo, pero sí es recomendable exteriorizar los sentimientos y las emociones hacia los demás. Es parte del proceso. Hay confianza y nos permite conocer también al resto de compañeros. Los árboles nos han traído a todos buenos recuerdos: de la infancia, de lugares importantes y hasta de algunos seres queridos. La naturaleza siempre ha estado allí: en silencio, en un segundo plano, pero presente en cada momento de nuestra vida. Y este ejercicio nos permite reconocer su papel de protagonista.
Más tarde nos adentramos en el bosque caminando con la marcha del nómada afgano. Se trata de una técnica de relajación a través de la respiración y consiste en dar dos pasos inspirando aire, uno aguantando el oxígeno en los pulmones y otros dos exhalando. Y así continuamente. Dos, uno, dos; dos, uno dos; dos, uno dos. Es una técnica que utilizan algunos alpinistas para mejorar su condición física y para caminar con mayor velocidad. Un curioso ejercicio que revitaliza el cuerpo, calma la mente y puede hacerse en cualquier lugar.
Con la marcha del nómada afgano y casi sin darnos cuenta llegamos hasta un excelente mirador, con el monte Beriain erigiéndose robusto al frente. El lugar es el ideal para relajarse siguiendo las instrucciones de Itziar Insausti. Primero nos descalzamos y buscamos nuestro lugar en la tierra. Una posición natural, en la que estemos tranquilos, en equilibrio y armonía con la naturaleza. El siguiente paso, por supuesto, es cerrar los ojos y agudizar todos los sentidos. Olemos las flores, oímos los pájaros y sentimos cómo la luz del sol calienta nuestro cuerpo. Vamos girando poco a poco para percibir los cambios en la intensidad de la luz y del color. Todo ello, por su puesto, en medio del afinado concierto que ofrecen los pájaros. Tranquilidad absoluta. Pura relajación. Todo un oasis de paz.
La última actividad es la más sorprendente: abrazar árboles. A priori, parece una estupidez. Nos miramos sorprendidos cuando Itziar Insauti nos indica que debemos buscar un árbol por el que nos sintamos atraídos para conectar con él. Algunos seleccionan uno flaco porque les da pena, otros uno doble porque les hace gracia. Yo, sinceramente, escogí uno un poco doblado porque era el más cómodo para sentarse. Por desgracia, cientos de hormigas lo habían elegido como su casa antes que yo. Empezamos mal y no confiaba en absoluto en que abrazarlo pudiera mejorar en algo la situación.
Pero con el paso de unos pocos minutos entablamos una fuerte amistad. Dicen que el roce hace el cariño. Algo así tuvo que pasar. Comencé a acariciar su corteza y a conectar con él hasta abrazarlo con fuerza, como a ese amigo fiel que sabes que nunca te va a fallar y con el que sobran las palabras. Fue un momento de tranquilidad, armonía y conexión con otro ser vivo. Tiempo para pensar y para desconectar en la inmensidad del bosque. Sin duda, Itziar Insausti consiguió su objetivo: todavía sigo relajado.