Federico Bilbao y Fernando Mendizabal nacieron en el Gran Bilbao y, tras emigrar a EE.UU., combatieron en el Ejército de ese país durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces ni siquiera tenían la ciudadanía estadounidense, que lograron al apagarse el retumbar de los cañones y el traqueteo de las ametralladoras, tras licenciarse como soldado raso y sargento del Ejército del Aire, respectivamente.

Bilbao y Mendizabal son parte de los 14 vascos que, después de emigrar de Euskadi, recalaron en Texas y lucharon contra las tropas de Hitler. Pero el colectivo al que pertenecen es mucho más amplio y supera actualmente las 1.100 personas según el estudio 'Fighting Basques: Memoria de la Segunda Guerra Mundial', todavía en curso y que puede llegar hasta los 1.400 veteranos de guerra vascos o de origen vasco en el Ejército de EE.UU., según sus impulsores, la Asociación Sancho de Beurko Elkartea. Se trata de una parte muy importante de la diáspora que durante un largo periodo ha permanecido en un segundo plano y que esta semana dará un paso crucial de cara a su reconocimiento con la resolución sobre los combatientes vascos de dicho conflicto bélico que se presentará este miércoles, 1 de marzo, en la Cámara de Representantes de Texas.

“Es un hito histórico”, afirma categórico el director de 'Fighting Basques', Pedro J. Oiarzabal, que junto a Guillermo Tabernilla y una serie de colaboradores inició este proyecto en 2015 y ya han cubierto 45 Estados del país de las barras y las estrellas, Washington DC y Puerto Rico. Oiarzabal viajó ayer domingo a EE.UU. para participar en una ceremonia que, según sus palabras, “tiene el objetivo de tributar un homenaje a los veteranos de la II Guerra Mundial de origen vasco”, con la presencia además de familiares y descendientes de los homenajeados. “Es una forma de reconocer la contribución de una minoría emigrante a la lucha contra el totalitarismo y a favor de las libertades en el mundo durante ese periodo clave de nuestra historia contemporánea”, añade en declaraciones a este medio.

El encargado de defender esta iniciativa pasado mañana en la tribuna de oradores será el electo de la Cámara tejana Rafael Anchía, él mismo de ascendiente vizcaino. El congresista estatal es viejo conocido de la diáspora porque, el 29 de junio de 2018, presentó otra resolución en la que se establecía esa fecha como Basque American Day o Día Vasco Americano del Estado de Texas para reconocer la contribución vasca a este Estado de la Unión.

Oiarzabal insiste en el “gran impacto” de la sesión del miércoles porque “es la primera resolución de este tipo en la historia de EE.UU.”, y porque “espero que no sea la última”. Explica que Texas “es el segundo Estado, económicamente hablando, más importante del país”, lo que puede amplificar el eco de la noticia, y confiesa estar a la expectativa de cómo pueden responder los medios locales. Así, pese a que “la población de origen vasco en Texas es muy minoritaria y no llega a las 2.000 personas en comparación con la de California, Nevada, Oregon o Idaho”, asegura que lo ideal es que se produzca un efecto contagio y más reconocimientos por todo el país.

Insiste en que “lo que estamos haciendo con esta iniciativa es intentar visibilizar lo vasco en su conjunto en clave positiva, es hacer más país, hacer Euskadi fuera de sus fronteras y a través de una resolución oficial en EE.UU.”. El miembro de Sancho de Beurko Elkartea pone el foco en “una generación no olvidada pero que cayó en el olvido dentro de las narrativas historiográficas” frente a otro tipo de emigración que se dedicó al mundo del pastoreo al otro lado del charco.

Pero el legado de estos combatientes “es muy importante para nuestra diáspora vasca, para nuestro propio patrimonio en común”, agrega. Por ello, se han dedicado a “reunir las hojas sueltas de la diáspora para ponerlas en nuestro libro en común y que además se entienda”.

Los familiares, protagonistas

La semana se antoja por tanto intensa y al acto institucional de este miércoles también acudirá Marie Petracek en representación de la North American Basque Organizations (NABO), la federación norteamericana de centros vascos que este año cumple su 50 aniversario y cuyo apoyo ha sido crucial para llegar a este momento; y la directora del Centro de Historia Oral Voces de la Universidad de Texas en Austin, Maggie Rivas-Rodriguez.

Esta convocatoria tendrá una continuación el jueves con una exposición temática y una mesa redonda en la Biblioteca Pública de Austin que estará moderada por Rafael Anchía y en la que participarán Pedro J. Oiarzabal y Maggie Rivas-Rodriguez. Esta segunda jornada se celebrará además “desde un punto de vista más intimista, quitándole hierro a la parte más académica”, avanza Oiarzabal.

Sobre los eventos de las próximas jornadas el experto añade que “será bastante emotivo, sobre todo para los familiares directos de estos veteranos porque es la primera vez que se les va a reconocer no tanto como veteranos, sino como vascos”. “Lo bonito es que podamos reunirnos y compartir historias, poder escucharles...”, apostilla.

Búsqueda compleja y con el tiempo en contra

Todavía hay veteranos de la II Guerra Mundial de origen vasco que combatieron en el Ejército de EE.UU. que permanecen con vida. Y la presencia de alguno de ellos en el acto institucional del miércoles en la Cámara de Representantes de Texas sería una forma de redondearlo, de poner la guinda. No está confirmado y tampoco es probable; lo que es seguro es que ninguno podría ser de los 14 de Texas, ya que todos ellos han fallecido, el último en 2014. Sí habrá una nutrida representación de familiares que pondrán sin duda la nota emotiva y humana.

Se trata de un colectivo amplio al que el equipo investigador de la Asociación Sancho de Beurko que lideran Pedro J. Oiarzabal y Guillermo Tabernilla han contribuido a poner nombre y difundir su historia. Un proceso arduo que describe Oiarzabal: “Para identificar a los veteranos vamos alistamiento por alistamiento, condado por condado y por Estado. Empezamos alfabéticamente, comprobamos todos los nombres que tengan su origen en Euskadi y los chequeamos con otras bases de datos para saber su origen”.

Esto “consume muchísimo tiempo y una vez que ya lo tienes identificado y has podido hacer la biografía el siguiente paso es saber dónde están los descendientes, en el caso de que ya haya fallecido el veterano. De lo contrario, intentaríamos buscar al veterano”, dice. El tiempo corre en contra ya que “cada día que pasa perdemos más y más veteranos”, por lo que urge recabar su testimonio.

Este experto ha tenido la oportunidad de “entrevistar a 3 o 4” de estas personas en sus múltiples viajes a EE.UU., una de las cuales cumplió 101 años a finales de 2022. “Gracias a la extensa red de euskal etxeak intentamos buscar vecinos, parientes o amigos para poder hacerles entrevistas antes de que sea demasiado tarde”, atestigua. Una dinámica que sigue adelante. 

Alfonso Garde, superviviente de una marcha de prisioneros mortal


Entre los familiares de combatientes de origen vasco en el Ejército de EE.UU. que acudirán estos días a Texas se encuentran los tres hijos de Alfonso Garde Marcilla. Garde es el protagonista de “una de esas historias de película pero que fueron muy reales” y, a juicio de Pedro J. Oiarzabal, de Sancho de Beurko Elkartea, es un ejemplo que ayuda a poner cara y a humanizar a todo un colectivo. Detrás de un acto institucional como el de esta semana “hay una serie de personas que lo dieron todo por un país”.


De padres navarros que emigraron a Nuevo México, su sueño era ser piloto y se alistó en las Fuerzas Aéreas en Fort Bliss (Texas) en agosto de 1943, a tres meses de cumplir 18 años. Fue entrenado como artillero de torreta de bola y manejaba dos ametralladoras Browning del calibre 50. Pero antes de finalizar su adiestramiento fue movilizado para el frente junto al resto de la tripulación del bombardero B-24 Patsy Ann, bautizado con el nombre de la novia del piloto. El 21 de julio de 1944 salieron de EE.UU. con destino a Foggia, en el sureste de Italia.


El 23 de agosto, en pleno combate, la aeronave fue derribada por aviones enemigos cuando su grupo de bombarderos, formado por 25 aviones, intentaba destruir el campo de aviación de Markersdorf, próximo a Viena. Garde pudo saltar en paracaídas y las copas de los árboles amortiguaron la caída, tras lo que fue hecho prisionero y llevado a un centro de interrogatorios en Budapest. En el trayecto, la población apedreaba los camiones abiertos.


Estuvo allí dos semanas, durante las que solo salió de su boca “Alfonso Garde, cabo, 3835273”. Después fue enviado al campo de prisioneros de Stalag Luft IV, en Polonia, donde no sufrió trabajos forzados pero sí la escasez de comida. Ante el progresivo avance del ejército soviético, Alemania decidió evacuar a los prisioneros hacia el corazón del Tercer Reich. El 6 de febrero de 1945, unos 8.000 prisioneros, incluido Garde, iniciaron una marcha de más de 800 kilómetros a pie, en cuyo transcurso murieron centenares de soldados. El final de la guerra se precipitó y los supervivientes quedaron al amparo de los aliados. Garde falleció en 1992 a los 66 años.