ue el preso antifascista número 2.248 del Fuerte de Alfonso XII o de San Cristóbal, en el monte Ezkaba. Natural y vecino de Abadiño, Sotero Badaya Iturrizaga era el hijo de Simón y Josefa. Sumaba 51 años y estaba casado con Catalina Alzaga. El matrimonio tenía dos hijas. Era labrador y alcalde de la anteiglesia vizcaína por el PNV. Su tumba informa de que nació el 22 de abril de 1887 y falleció el 9 de noviembre de 1961. Badaya fue juzgado en consejo de guerra el 9 de agosto de 1937 en Bilbao por el delito de adhesión a la rebelión y condenado a 30 años de reclusión perpetua. Ingresó en aquel fuerte que aún se conserva en pie el 12 de octubre de 1937. Participó en una de las mayores fugas de Europa que protagonizaron más de 795 reclusos el 22 de mayo de 1938, y reingresado al día siguiente. El regidor jeltzale abadiñarra salió en prisión atenuada el 4 de octubre de 1940. Volvió a ser encarcelado por tercera vez en el fuerte el 8 de febrero de 1942 hasta el 13 de noviembre de ese mismo año. De allí, fue trasladado a la prisión de Astorga (León) y al penal de Gijón (Asturias) de donde salió en libertad condicional el 26 de mayo de 1943.
Hedy Herrero es la persona que más en profundidad ha estudiado esta fuga que protagonizaron 795 reclusos. Lleva tres lustros trabajando sin parar sobre el hecho acaecido el 22 de mayo de 1938. El penal estuvo abierto desde 1934 a 1945 y la autora de Entre rejas y nieta de uno de los fugados, detenido en Izaba, estima que pudo llegar a hacinar en aquellos once años a siete mil personas. Solo tres consiguieron cruzar la frontera. Muchos fueron fusilados, como el alavés Daniel Elorza, de Arraia-Maeztu, y vecino de Basauri. Y el resto volvió a ser apresado.
Sotero Badaya era uno los 36 alcaldes que la investigadora madrileña tiene registrados como prisioneros de Franco. Vascos fueron al menos cinco: Feliciano Beldarrain Agirre, de Oiartzun; Ciriaco Agirre Zinkunegi, de Azpeitia; y dos regidores de Azagra: Francisco Castro y Constantino Cerdán. “La verdad es que no se sabe mucho de ellos, de sus testimonios, salvo un documental que hizo Iñaki Alforja y en el que Sotero Badaya no aparece”, aporta Herrero.
Los que sí conocieron a este recordado hombre son los abadiñarras Juan Luis García y Fede Urien. Aseguran que el alcalde que opuso resistencia a la entrada de los sublevados contra la democracia era “un aldeano con muy buena mente, muy querido en el pueblo”. Recuerdan que formaba parte del Sindicato Agrario, situado entonces donde hoy se levanta el batzoki de Zelaieta. “Era un hombre vestido siempre con albarcas, tieso y muy religioso. Eso sí, nunca contaba que era uno de los fugados del fuerte San Cristóbal de Pamplona”, valora García y aporta un dato más: “Cuando se inauguró el frontón de Abadiño en 1930, él hizo uso de una moneda de oro que sus familiares de América le dieron en tiempos de la Ley Seca en Estados Unidos. Hasta sus últimos días la tenía guardada. Tenía que valer mucho”, sopesa este investigador de personajes y hechos relacionados con Abadiño.
Urien, hijo y sobrino de gudaris del batallón número 33 Lenago Il, del PNV, aporta una curiosidad más. “En aquella época, venía la Guardia Civil a nuestra casa y a la de Badaya, a quien se le conocía como Sorobazalgue -por su caserío-, a hacer seguimiento a los que habían estado en la cárcel, cada semana o quince días”, evoca Txabal, como le conocen en la anteiglesia.
Hedy Herrero -que ha recopilado más de 6.000 nombres y apellidos de presos de Ezkaba- subraya un dato de Sotero que no era habitual entre todos los presos. “Se conserva el diario que escribía. Había mucho intelectual de aquellos que creían en el esperanto, que enseñaban euskera a otros... De Badaya se conservan su diario y cartas”, así como su ficha de la prisión y la declaración del juicio por la fuga.
En esta última, los franquistas le definen como hombre que mide 1,69 metros, de ojos verdes, pelo entrecano y sin ninguna particularidad. A la pregunta de por qué se evadió del fuerte, el documento recoge su presunta respuesta. “Dijo que la brigada del patio, es decir, un tal Horas y, después, El Quemado, le sacaron fuera del penal, y el declarante se quedó a unos 150 metros del fuerte, escondido en unos zarzales, entregándose al día siguiente a las cuatro de la mañana a unos militares. Que no conoce a otros dirigentes más que a los señalados”.
En sus cartas familiares habla de cotidianidades, así, por ejemplo, de la fiesta de San Blas -“cuando en el patio nos juntamos los vascos, todos me hablan de ella”-, que echa en falta pescar truchas en el río Mañaria, que los pantalones enviados por su querida esposa están bien cosidos, y que “me conformaré con lo que Dios nos dé”.
En otros papeles, apuntaba las fechas relacionadas con su condición de preso del franquismo. Todas. Y su diario, lo llevaba curioso en un cuaderno escolar. En él apuntaba listas de compañeros y direcciones a los que poder escribir, cómo también ingresó en la cárcel bilbaína de Larrinaga en 1941, cada día qué paquetes recibía y casi todos de comida, cartas al administrador de la prisión para requerir hacer unas compras... Uno de los sucesores de aquel mandatario abadiñarra es el actual, Mikel Garaizabal, también del PNV. “Badaya fue una persona a la que le tocó sufrir mucho única y exclusivamente por ser jeltzale y defensor de la libertad y la paz. Ocupó su cargo de alcalde con gran dignidad y valor hasta el último momento. Lo dio todo por Abadiño, su pueblo natal, y para mí es un honor ser un sucesor de Sotero”, concluye Garaizabal. l