uando las primeras promociones de ertzainas empezaron a patrullar las calles, el elemento que les distinguía de forma automática era el color rojo de sus uniformes. Así lo recordó ayer Maite Salaberria, la primera mujer comisaria del cuerpo, que destacó a su vez “la acogida de la ciudadanía, de la gente de los pueblos, que se acercaba para darte ánimos, mostrarte su cariño y contarte cosas del día a día”. El rojo fue el color predominante ayer en el BEC con motivo de la celebración del 40 aniversario de la Ertzaintza actual, una jornada que fue sobre todo de reencuentros: ninguna conversación se prolongaba más allá de un minuto, porque todos los presentes se encontraban con un conocido al que después seguía otro, y de nuevo otro más en un bucle sin fin.
En este contexto no cabe hablar de estrellas, pero a poco que se conversa con agentes más o menos veteranos es habitual que salga a relucir el nombre de Juan María Atutxa de una forma reverencial. Ayer fue impresionante ver cómo los agentes dispuestos en la entrada del recinto ferial se cuadraban en el saludo al exconsejero de Interior, después de ser recibido por el actual consejero de Seguridad, Josu Erkoreka, y el jefe de la Ertzaintza, Josu Bujanda. Y Atutxa fue el que más saludos repartió a su llegada y al marcharse.
Precisamente, al abandonar el auditorio del BEC, situado en la cuarta planta, se podía apreciar a agentes apostados en los tejados realizando labores de vigilancia. El propio cuerpo objeto del homenaje se encargaba a su vez de cumplir con su obligación de garantizar la seguridad del mismo.
En el exterior, y durante los minutos previos a las doce del mediodía, el celo de los ertzainas durante la llegada de las autoridades, culminada por el lehendakari Iñigo Urkullu y su mujer, Lucía Arieta-Araunabeña, provocó algún momento de incertidumbre entre los viandantes. “¿Y cómo entro al gimnasio?”, reclamó una señora, mientras otros preguntaban cómo acceder al metro.
Media docena de periodistas también tuvieron que esperar, por lo que se perdieron una imagen ciertamente espectacular: todo el cuadro de mando de la Policía vasca ocupando de uniforme las escalinatas de la entrada del BEC, como comité de bienvenida. Con ellos posaron Urkullu, Erkoreka y el resto de responsables del Departamento de Seguridad, tras lo que comenzó el acto propiamente dicho.
Además del rojo del interior del recinto, fuera predominaba el color blanco de un cielo encapotado que encapsuló un bochorno in crescendo, y el verde de las zonas de césped donde se encontraba un helicóptero de la Ertzaintza que hizo las delicias de los paseantes casuales. En la época del selfi, fue una oportunidad que no se desaprovechó. “¡Vamos a meternos!”, decía una mujer, y los propios agentes disparaban el objetivo de las cámaras de los móviles en fotos individuales y grupales.
“También enseñan cómo se desactivan los explosivos”, decía otra persona, y efectivamente al lado se encontraba uno de los robots que los especialistas manejan a distancia para llevar a cabo estas tareas de alto riesgo, así como una lancha de la unidad de rescate como los vehículos más vistosos.
La amplísima representación institucional incluyó a los lehendakaris José Antonio Ardanza y Carlos Garaikoetxea, exconsejeros de Interior y Seguridad, la presidenta del Parlamento Vasco, Bakartxo Tejeria, representantes de los grupos parlamentarios y del Gobierno Vasco, los diputados generales y alcaldes de las tres capitales, líderes políticos, sindicatos de la Ertzaintza y directores de medios de comunicación.
Atutxa fue el que más saludos repartió en el BEC y la llegada del lehendakari retrasó unos minutos la entrada en el gimnasio de algunos usuarios