- ¿Qué importancia tiene este estudio a nivel institucional y social?
—Está dentro de una serie de informes que se vienen pidiendo desde el Gobierno Vasco y todos tienen una vocación de tratar de indagar en un colectivo concreto y dar a la sociedad elementos de juicio para conocer realidades que, además de en forma de atentados mortales -lo más visible y traumático-, también se han dado en forma de persecución. Queremos ayudar a la sociedad a reflexionar sobre estos actos y a calificarlos como injustos y patológicos. En definitiva, es contribuir a construir una memoria colectiva para reparar las injusticias en la medida de lo posible y comprometernos con la no repetición de los hechos del pasado.
Si algo queda claro en este estudio es que hubo un olvido hacia estas víctimas, a nivel social e institucional.
—Sí, es una de las críticas más importantes que hace este colectivo y una de las peculiaridades que lo caracterizan con respecto a otros. Muchas de estas personas sufrieron atentados en las décadas de los 70, 80 y 90. Después se produjo un importante cambio de sensibilidad en favor de las víctimas, pero anteriormente las instituciones y la sociedad no prestaban atención a las necesidades materiales o emocionales de las víctimas. Estas personas sienten un desapego y no se sintieron amparados. En ese sentido, este informe sugiere a las instituciones que como sociedad nos debemos dar cuenta de que muchas veces hemos considerado la realidad de las Fuerzas y Cuerpos del Estado como inevitable, en la medida en que son cuerpos cuya función es la primera línea de la lucha contra el terrorismo. Es posible que considerásemos que su sufrimiento era algo normal, inevitable. Uno de los objetivos de este informe es que tenemos que calificar ese sufrimiento como patológico e injusto, y visibilizarlo. Es una deuda que tenemos como sociedad y que hay que satisfacer.
Otros de los olvidados son los que quedaron inválidos en atentados o los familiares que sufrieron heridas psicológicas.
—Es otra peculiaridad, sí. Hay muchas personas que sufrieron atentados donde no perdieron la vida pero que les causaron muchas heridas, físicas o en forma de estrés postraumático. Respecto a estas últimas, hemos visto cómo hay personas que han tenido que pelear o demostrar su condición de víctimas. En ocasiones ni había registros de todas las víctimas de los atentados. Una de las personas que entrevistamos nos decía que tuvo que utilizar la portada de un periódico para acreditar que estuvo el día del atentado en la casa cuartel.
¿Ha podido influir en la falta de reconocimiento de policías y guardias civiles que no sean apreciados por una parte de la sociedad vasca?
—Aquí hay un camino histórico que es el que es. Pero ahora, cuando hacemos el análisis en 2022, tenemos que ir a calificar la realidad de las circunstancias tratando de entender nuestro itinerario histórico sin caer en argumentos compensadores. En las conclusiones del informe proponemos intentar acercar a la sociedad y poner en valor las funciones de estos cuerpos; recordar que ha habido una lucha por preservar las libertades públicas y en esa lucha las fuerzas de seguridad han tenido su labor.
Puede ser complicado transmitir esa imagen de garantes de libertades públicas cuando hay personas que han sufrido torturas o malos tratos a manos de estos cuerpos policiales.
—Claro, es uno de los grandes retos que tenemos como sociedad. La memoria tiene que ser global y dar voz y visibilidad a todos los colectivos. La dificultad aquí es conseguir hacer una memoria visible y reparadora, tratando de entender dónde ha estado cada uno y tratando de tender puentes nuevos y de no hacer discursos compensadores. Lo que desde el Instituto de Derechos Humanos valoramos es que estos encargos del Gobierno Vasco están hechos en clave de memoria global y reparadora, tratando de conciliar la visibilización de todos los sufrimientos. Este es el gran salto adelante ético que como sociedad tenemos que dar. Y nadie nos garantiza que vayamos a tener éxito.
¿Cree que se está yendo por el buen camino?
—Uno de los indicadores de estos informes es que tenemos que ser conscientes del avance que estamos dando a nivel de sensibilidad y que hemos dado en las últimas décadas. Es un mensaje positivo y los procesos deben avanzar con mensajes positivos. Ahora bien, quedan cuentas pendientes. En el discurso público seguimos viendo mensajes compensatorios en distintos ámbitos. Y la polarización del debate tampoco ayuda. Pienso que ahí tenemos una cierta labor de encauzar discursos que nos ayuden como sociedad a tratar de entendernos de manera global en lo que somos. Estos procesos son como un espejo que nos devuelve una imagen de nosotros mismos como sociedad. La imagen que hemos tenido hasta ahora ha sido muy partida, pero este es el momento de tratar de hilar.
“La dificultad es conseguir hacer una memoria visible y reparadora, tratando de entender dónde ha estado cada uno y tender puentes”
“Estos procesos son un espejo que nos devuelve una imagen de nosotros como sociedad, y la imagen hasta ahora estaba partida”