banderados por Francesc Macià, un grupo de dirigentes de la Federació Democràtica Nacionalista fundó hace 99 años el Estat Català, que luego se convertiría en el primer partido independentista de la historia de Catalunya que lucharía por la secesión de los Països Catalans y el catalán como única lengua oficial. Aglutinó un movimiento formado hasta entonces por grupúsculos inconexos y se erigió en una opción política no solo con presencia en las instituciones sino también en la dirección del país. El próximo julio se conmemorará su centenario pero, para entonces, resulta harto complejo adivinar, más allá de intuiciones, cómo andará la argamasa del bloque soberanista que lidera el actual Govern de la Generalitat. Las disensiones partidistas que separan a las respectivas formaciones y la geometría variable a la que ha recurrido Esquerra para sus diferentes objetivos han ahondado en la sima que les ha caracterizado durante el procés. A su favor juega la pertinaz conducta de los poderes del Estado que, con sus decisiones, contribuyen a la cohesión del movimiento rupturista en sus distintas vertientes, la última de ellas procedente de la Justicia con su ataque a la inmersión lingüística.
La sentencia firme del Tribunal Supremo que obliga a los centros educativos catalanes a impartir, como mínimo, el 25% de las horas escolares en castellano llegó apenas 24 horas después de que Pere Aragonès alcanzara un acuerdo con los comunes para sacar adelante los Presupuestos ante la imposibilidad de tejer un pacto con la CUP, la tercera pata que sostiene el gabinete de ERC y Junts. El partido de Carles Puigdemont torció el morro aunque pasó de puntillas y eludió poner veto alguno porque atribuye la confección de las Cuentas a su conseller Jaume Giró, pero desde antes de los comicios del 14-F posconvergentes y morados se comportan como enemigos irreconciliables. Para JxCat la inclusión de la filial podemita en las tareas de gobierno no es ensanchar las bases en busca del objetivo del referéndum, estrategia republicana que ve colocar su primera piedra, sino que lo entiende como una muesca en la implementación del mandato de las urnas y del 52% de voto soberanista. O lo que es lo mismo, desnaturaliza las metas.
Lo aireó desde la tribuna del Parlament, para sonoro enfado del president y su núcleo más cercano, el diputado de Junts Joan Canadell, uno de los perfiles -junto al de la presidenta de la Cámara, Laura Borràs- más duros de su partido, donde no todos pero sí muchos comparten su reflexión: “La vía amplia es autonomismo y el preludio de un nuevo tripartito (de izquierdas). El acuerdo con los comunes aleja cada vez más el embate. Si ERC quiere girar hacia eso, no nos encontrará. Nosotros somos los del mandato del 1-O, los de la confrontación con el Estado”. No es el primer rifirrafe entre las dos fuerzas por antonomasia del soberanismo pero sí un peldaño más en su espiral de disensos pese al abrazo de investidura por el cual iban a someter a un examen interno, sin publicitarlo, cualquier disonancia entre ellos. Ya ocurrió con el asunto del aeropuerto de El Prat y, sobre todo, con la designación de miembros de la delegación que acudiría a la mesa bilateral de diálogo con el Gobierno español, y de la que Junts quedó expulsada, o se autoexpulsó, según la versión.
De hecho, la alianza con los comunes y que la CUP no se haya subido al barco presupuestario, algo de lo que JxCat responsabiliza directamente a Aragonès, ha causado mayor revuelo en las filas posconvergentes que en las propias huestes anticapitalistas, donde dicen seguir con la mano tendida, y dispuestos a revertir su posición de aquí al 23 de diciembre, jornada en la que se votarán los Presupuestos, siempre y cuando el Govern reconduzca su horizonte programático apostando por mayores políticas sociales y por una verdadera hoja de ruta hacia el referéndum. “No hay más transformación democrática que un referéndum y la retirada de las acusaciones contra activistas. Basta de hacer el trabajo sucio del Estado, los especuladores y los fondos buitres”, asevera su diputada Eulàlia Reguant.
Para colmo, que ERC haya ofrecido a los comunes como contrapartida no poner trabas a las Cuentas de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona soliviantó a las dos muletas de los republicanos. “La ciudad no se merece ser moneda de cambio”, afearon. Incluso molestó al propio líder de Esquerra en el Consistorio, Ernest Maragall, quien, pese a tirar de disciplina, avisó a los morados: “Tomamos nota”. Más aún cuando le dejaron sin el bastón de regidor apoyándose en el constitucionalista Barcelona pel Canvi que comandó Manuel Valls.
No son pocos en ERC los que piensan que “la política de bloques se ha acabado”, con independencia de lo que haga la CUP, en tanto que quien representa su mayor “incordio” es Junts. Es la vía del pragmatismo del partido de Oriol Junqueras facilitando la aprobación de tres presupuestos: en Barcelona, donde Colau gobierna con el socialista Jaume Collboni; en la Generalitat, poniendo “los intereses de país” por encima de la mayoría independentista; y en el Gobierno del Estado, avalando las Cuentas de PSOE y Unidas Podemos con la promesa de que el catalán tendrá un 6?% en las plataformas audiovisuales. Hay quien sostiene que responde al peso de los llamados federalistas que cohabitan en el seno republicano, gentes que procedieron de ICV y de la implosión del PSC, a quien, por ahora, sí apartan de toda formulación para sumar mayorías en el Parlament. Entre las intenciones de Esquerra está fulminar a los secesionistas de Junts, los puigdemontistas, a quienes constantemente identifican con la antigua Convergència, pese a que los verdaderos convergentes compartan en la actualidad diagnóstico y vías de actuación con ERC. La unidad de acción es inexistente porque ni unos ni otros afinan su manera de interpretar qué hay que hacer tras el 1-O y les es imposible aislar al Govern de las tensiones.
También podría afirmarse que cuanto menos independentista se muestra la formación de Aragonès, no solo regala votos a Junts, si es que ésta supiera ofrece una propuesta sólida y sin contradicciones internas, sino que engorda al PSC, ya que consolidar a Pedro Sánchez en La Moncloa supondrá previsiblemente reforzar la recuperación del partido de Salvador Illa y Alícia Romero, hasta hace menos de un lustro menguada por la eclosión efímera de Ciudadanos. Es decir, quién sabe si esta nueva aventura de Esquerra no vaya a culminar en un tripartito, sí, pero con un sorpasso y sin ellos al frente. Puede que sea éste el principal motivo por el que la tropa de Aragonès no se atreva con todo su arrojo a cambiar de carril y dejar definitivamente atrás la compañía de JxCat.
Sostiene Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC, que “una parte del movimiento independentista ha desconectado”, que es ya consciente de que lo del divorcio amistoso va para (muy) largo, más allá de las coordenadas mentales en las que funciona la ciudadanía, que hasta ahora ha seguido avalando este sueño en las urnas. El mejor pegamento llega de los combates contra la inmersión y de soflamas de la derecha española agitando de nuevo el fantasma del artículo 155 de la Constitución, esta vez en la parcela educativa, no escarmentados de las derivadas que supuso su anterior aplicación contra la autonomía catalana recogida en el laminado Estatut. Nadie en el independentismo quiere aparecer como el traidor de las esencias del 52%, pero no es solo uno quien contribuye a diluirlas. El soberanismo confía, con todo, en que no suceda que “entre todas la mataron y ella sola se murió”. Lo que se ensanchan, más que las bases, son las grietas.
Joan Canadell, su ‘transmisor’. Europa ha vuelto a ratificar el pasado viernes que Carles Puigdemont goza de libertad de movimiento por la Unión Europea y que las euroórdenes del juez Pablo Llarena se encuentran en suspenso. En esa batalla anda el líder de Junts, que muestra un perfil más bajo ante los acontecimientos que se suceden en el Parlament, aunque hay quienes sitúan su objetivo en ejercer de líder máximo del independentismo. Joan Canadell, tras sus reproches a Esquerra, se erige como su correa de transmisión y miembro del sector duro entre los posconvergentes. Quien sí habla es el expresident Quim Torra, que estalló contra Pere Aragonès por el intercambio con Ada Colau: “Yo no acepté nunca nada así”.
El pacto con los comunes para salvar las Cuentas abre otra grieta con Junts, que alerta de un tripartito aunque el PSC sigue fuera de la ecuación
ERC dice ensanchar las bases acordando en la Cámara y en Barcelona con los morados, y además vuelve a apuntalar los Presupuestos españoles
La conducta de los poderes del Estado, con el reciente ataque a la inmersión, se erige en el mejor pegamento para coser al independentismo