- Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) se ha inspirado en la célebre parábola evangélica para titular su libro. Los nuevos odres del nacionalismo español (Ediciones Trea), un ensayo de cuatrocientas páginas, en el que también aborda la evolución de la idea nacionalista española.
Escribe que su objetivo es inventariar los odres de la última década.
-Me centro en toda una serie de nuevos productos culturales, fundamentalmente de la cultura popular, y elementos de pedagogía y de propaganda de la idea nacionalista española, porque yo creo que en los últimos años ha habido un boom. De alguna manera en esta última década al nacionalismo le sale todo bien.
¿En qué sentido?
-Comercialmente, desde el tratado filosófico más complejo, hasta los elementos más sencillos, frases que vienen del fútbol afirmadoras de orgullo. Todo lo que produce el nacionalismo español tiene éxito, se vende, funciona.
Eso es que hay una demanda.
-Hay una sensibilidad proclive a que estas cosas funcionen. De alguna manera es aquello que decía Víctor Hugo de que no hay nada tan poderoso como una idea a la que le ha llegado su hora. Parece que al nacionalismo le ha llegado su hora, y hablo de odres nuevos pensando también en el vino viejo, odres que contienen algo muy viejo, un nacionalismo que tiene doscientos años de antigüedad o más. Con el pretexto de esa última década trato de contar la historia del nacionalismo español y cómo se ha ido construyendo a través del tiempo, comparándolo también con otros nacionalismos del mundo.
Y se fija como un punto desencadenante en la “inyección de autoestima provocada por las victorias de la selección española en el Mundial de fútbol de 2010 y en las Eurocopas de 2008 y 2012.
-El fútbol desde hace un siglo es un elemento de construcción de propaganda y pedagogía, con mucho interés para cualquier nacionalismo, que lo instrumentaliza con mucho éxito. Hobsbawm, el historiador marxista británico decía que la idea nacional es más comprensible si la reducimos a once tipos de los que nos sabemos los nombres, que provienen de todos los rincones del país y se unen en busca de una gesta de alcance universal. Eso evidentemente es muy interesante para cualquier construcción nacional. Y esa victoria se va a utilizar mucho en un momento en que España está pasando por un momento duro, de crisis, con tensiones económicas, sociales y territoriales, son los primeros coletazos del procés catalán. Hubo una cobertura periodística que dio por demostrado que España es más fuerte cuando se une, en un periodismo deportivo que igual que el de guerra no describe la realidad, sino que prescribe una realidad ideal, que incide en que España ha ganado porque está unida.
Escribe que “una nación es, ante todo, una narración”. Y aquí se generó un sentimiento.
-Hubo una euforia por una victoria deseada durante décadas y que nunca se producía. La portada de Marca el día de la victoria era un corazón saliéndose de un pecho enfundado a una camiseta de la selección, y el titular daba a entender que había tantas corazonadas como número de ciudadanos en el Reino de España, lo que era evidentemente una mentira, porque existían ciudadanos españoles que no deseaban aquella victoria, por diferentes motivos.
El imaginario de unicidad, de un todo.
-Sí, tomar la parte por el todo y transmitir un mensaje de unidad patriótica, todos unidos en pos de algo.
Ejemplo de nacionalismo banal, cuestiones que a priori no parecen sustanciales son penetrantes.
-Nacionalismo banal es un término que acuña en los años noventa Michael Billig, un sociólogo británico que renovó por completo los estudios sobre el nacionalismo. Se refería a cómo la construcción nacional, porque la nación es algo que se construye, no viene dado, no se sirve solo de los grandes mecanismos como históricamente han sido el servicio militar, la educación o los grandes desfiles, sino que también es recordada cotidianamente a sus habitantes de manera subliminal, cuando por ejemplo vemos una predicción metereológica en la televisión, con el mapa completo de la península Ibérica en el encuadre, pero solo se nos informa del tiempo que va a hacer en España. Y como ese ejemplo miles. Billig decía que esa cotidianidad de recordarnos la nación todo el rato, construye nación tanto o más que los grandes fastos nacionalistas. La nación es una idea, un catequismo, una fe, sobre la que se nos alecciona cada día de nuestra vida de manera que muchas veces no nos damos cuenta.
A su juicio la televisión sigue generando mediante series o anuncios una lluvia fina en torno a los sentimientos de identidad.
-Como pasó con el fútbol, las construcciones nacionales del mundo se fijaron desde muy temprano en la tremenda potencia de la televisión, y en particular en la potencia de la ficción televisiva. Y por supuesto en España también, desde los mismos albores de Televisión Española, la televisión se ha utilizado para vehicular mensajes interesantes en cada momento. Cito por ejemplo estudios sobre cómo Curro Jiménez, una de las grandes series de la Transición, vehiculaba un mensaje relacionado con el discurso de aquel momento, de unidad patriótica frente al divisionismo de los extremos y autoritarismos pasados, una liberalización de la vida y de la política, pero que no fuera demasiado lejos. Hoy Televisión Española sigue haciéndolo, con series que han tenido muchísimo éxito en los últimos años, como El Ministerio del Tiempo, Isabel, o Hispania. Y no solo TVE, sino televisiones y productoras privadas que también se han volcado a producir series históricas ambientadas en la historia de España. En este momento hay un interés enorme sobre el pasado de España, y en los grandes mitos, y a veces en revisitarlos e interpretarlos. En general, y de eso va el libro también, somos una sociedad saturada de pasado.
Quizás porque el pasado más reciente de la Transición entró en desgaste, y un sector de la sociedad ha portado la melancolía o la frustración del imperio perdido.
-El gran leitmotiv de la Transición, o uno de ellos, fue no miremos al pasado, miremos al futuro. Mirar al pasado es garantía de divisiones, discordias, y fratricidios. Eso en este momento no vale, porque somos una sociedad, no solo la española, sino la mundial, obsesionada con el pasado. El mensaje de El Ministerio del Tiempo de preservar el presente y mejor no tocar el pasado se puede trasladar a lo que pasa con la Constitución, que se nos dice de no tocarla que esto se viene abajo, frente a otros países que están reformándolas todo el rato.
El nacionalismo español apenas se nombra ni se reconoce su existencia. Quizás a veces cuando se habla de Vox, pero no de Ciudadanos o del PP, por ejemplo.
-Lo son, evidentemente, pero nacionalismo es una palabra connotada de forma negativa. El nacionalismo español dice que lo suyo no es nacionalismo, sino patriotismo, pero también los nacionalistas catalanes o vascos dicen que no son nacionalistas sino independentistas. Académicamente esto no se sostiene, por supuesto que es nacionalismo, y los estudiosos de la cuestión no comulgan con esta rueda de molino.
En 2011 ETA anunció el final de su violencia. ¿En qué medida ello movilizó algún resorte?
-Esto lo dice muy bien Pedro Vallín, cuando la definición de terrorismo ha ido creciendo y ampliando, con ETA ya desaparecida, es porque hay cierta necesidad en mantener vivo ese espantajo, porque ha sido útil para ciertos intereses en la historia reciente de España. En el libro hablo del anticomunismo sin comunismo y del antiterrorismo sin terrorismo.
Cuénteme.
-Apunto cómo en los años noventa hubo un desplazamiento por el cual hasta entonces el discurso de la democracia del 78 había presentado como su negativo al franquismo o a un genérico extremismo, pero de repente en los noventa pasa a ser ETA. Y eso desencadena una serie de cambios, y hace que puedan ser presentados como demócratas gentes que a lo mejor respecto al franquismo no se hubieran podido presentar como demócratas. Se modifica el sentido del discurso de la democracia del 78 sobre sí misma y penaliza a la izquierda. En última instancia, en las versiones más extremas todo es ETA y a través del espantajo de ETA se ha podido criminalizar a la izquierda en su conjunto.
Hace 10 años irrumpió el 15-M, y hace 9 años y medio se inició el desgaste acelerado de la figura del jefe del Estado.
-Pasaron cosas en esos años que tensionaron muchísimo al régimen del 78 y al atado y bien atado en los setenta. Efectivamente, ambos asuntos obligaron a una serie de cambios y a reforzar todos aquellos espantajos que habían permitido mantener el castillo de naipes en pie durante los años anteriores.
¿Considera que en el PSOE hay una variante de nacionalismo español?
-El PSOE es un partido muy grande, muy complejo, con muchas corrientes internas. No es fácil decir algo que valga para todo el partido, pero no cabe duda de que hay un ala derecha que ha participado de todo esto. El propio Pedro Sánchez ha tenido sus vaivenes. Hubo un momento en el que dio un mitin con una gigantesca bandera rojigualda detrás , un intento que después no tuvo recorrido de instrumentalización de un orgullo español, por los símbolos nacionales del país que el PSOE históricamente tampoco había tenido tanto. El PSOE ha cargado las tintas y ha hecho más énfasis en el europeísmo, que no ha ondeado o dejó de ondear hace mucho banderas tricolores republicanas, pero tampoco ondeaba con demasiadas ganas la rojigualda, había un discurso de nada de banderas.
Igual porque en los ochenta y noventa importaba más llevarse bien con las Fuerzas Armadas, cuerpos policiales, Zarzuela o incluso la Conferencia Episcopal, todos elementos identitarios del nacionalismo español.
-En el libro hablo de MasterChef, hay estudiosos que han escrito cómo el programa vehicula mensajes nacionalistas, muchas veces de defensa de esas instituciones, utilizando como platós distintos lugares de España, y se van a una base militar, por ejemplo, un general explica y defiende lo que hacen...
“ETA cambió el discurso de la democracia del 78 y eso hizo que se presentara como demócrata a gente dudosa”
“No cabe duda de que hay un ala derecha en el PSOE que ha participado del nacionalismo español”