oviembre de 2011. Elecciones Generales, las de la mayoría absoluta de Mariano Rajoy. El candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, en unos comicios muy complicados para los socialistas, fue incapaz de movilizar a un electorado muy esquivo tras la autoenmienda de Zapatero ante la crisis. Aquella noche comenzó una penitencia de siete años para un PSOE que bordearía el traumatismo cranoencefálico en otoño de 2016, con su grave crisis interna.
Si algo dejó claro el primer triunfo de Rajoy es que el marco neoliberal tenía mucho predicamento hace una década, entre amplias dosis de ingenuidad y falta de perspectiva. La crisis financiera había hecho mella en la desequilibrada economía española, y sectores conservadores enarbolaron la bandera de los recortes sociales para enderezar una situación ya de por sí gripada. La lógica del bipartidismo y la alternancia también hizo acto de presencia. Si el PSOE no había podido con la crisis, multitud de votantes creyeron que siete años después, le volvía a tocar el turno al PP.
Lo cierto es que el neoliberalismo campaba descontrolado en 2011. El marco de que el PP iba a arreglar la economía tenía mucha pegada, y el de los recortes a cuchillo altavoces influyentes. El triunfo de Rajoy se anunciaba seguro, y al final lo fue por mayoría absoluta. El PP obtuvo 186 escaños por 110 el PSOE. Izquierda Unida, con Cayo Lara al frente, obtuvo 11 escaños, más o menos lo esperable dentro de un techo de cristal macizo que años más tarde Podemos se encargaría de volar por los aires. Lo que prácticamente nadie podía adivinar es que aquella legislatura a punto de comenzar fuese la de la abdicación de Juan Carlos I. Recién investido Rajoy, en la Nochebuena de 2011, el rey pidió en su discurso “sacrificios” económicos. Restaban unos meses para que estallara el accidente en Botsuana.
Rajoy dijo que gobernaría “sin sectarismos”, “procurando que nadie se sienta excluido”. Llegaba tras liderar el PP durante siete años en la oposición. Entre otros asuntos, se recordará a Rajoy por su carácter atípico, y su gestión de los tiempos desde un ralentí que rayaba en ocasiones la sensación de parsimonia. Puede que Casado no disponga de tal margen temporal para su asalto al poder, pues un calendario electoral endiablado le endosó en siete meses las mismas dos derrotas que había sufrido Rajoy con cuatro años de diferencia. Aquel rotundo triunfo de 2011 tuvo su prolongación mucho más dificultosa tras las elecciones de diciembre de 2015 y junio de 2016. Dos comicios en un semestre que acabarían por llevarse por delante a Sánchez, carbonizado con el fuego nada amigo de la vieja guardia socialista.
El hoy presidente se había hecho con la secretaría general del PSOE en 2014. Sánchez inició entonces su bienio de ascenso a los cielos y caída a los infiernos. Defenestrado en 2016 por el aparato, contra todo pronóstico recuperó el liderazgo en 2017, y cual Ave Fénix completó su vuelo en la primavera de 2018, cuando la sentencia de la Gürtel y la confluencia de fuerzas deseosas de castigar al PP le llevaron en volandas a la presidencia. Aquella moción de censura, con escenas dentro y fuera del Congreso inolvidables, fue el escenario de un augurio de Rajoy que el tiempo se encargó de desmentir: “Sánchez quiere ser presidente sin ir a las urnas, porque sabe que en las urnas no ganará nunca”. Una lectura totalmente errónea, porque gracias al apoyo de la mayoría parlamentaria, Sánchez hormigonó su presidencia en 2019 tras salir victorioso de dos elecciones Generales.