n grupúsculo anarquista asesinó el 2 de enero de 1934 a un policía en Durango. Surgido 20 después de la constitución de la CNT el 1 de noviembre de 1910, el movimiento de la villa vizcaina había sido tan perseguido por este jefe de la Guardia Urbana que no dudaron en abatirlo. O, al menos, a ellos se les culpó de la muerte. El asesinado se llamaba Ignacio Rojo y era muy conocido como represor, obsesionado también con el movimiento nacionalista vasco en la villa.
A las 19.20 horas de esa jornada y tras escoltar el tradicionalista Rojo al alcalde del municipio, el jefe de los municipales fue esperado por varias personas en la calle Olmedal y recibió tres disparos que le provocaron la muerte a pesar de ser trasladado y atendido en la aún abierta hoy farmacia de Sanroma, en la calle Uribarri.
Los garantes de las siglas anarcosindicalistas en la población vizcaina eran, entre otros, los siguientes: Fermín Manteca, Simón Marco, José María Larrinaga, León Escalona, Balbino Morado, Esteban Nicolás Barreña, Antonio Lafuente, Carlos Bilbao, Mauricio Aizpurua o Epifanio Osoro.
Tras el asesinato de Ignacio Rojo, la Brigada Social de Bilbao envió un camión de guardias de asalto a la localidad. Detuvieron a Juan Ibarra, a Francisco Raposo y Balbino Morado. Buscaron, además, a Barreña y Aizpurua, que según datos facilitados por el investigador José Ángel Orobio-Urrutia, quien estudió en profundidad esta efeméride para el anuario Astola de Gerediaga Elkartea, “huyeron en tranvía. Los detuvieron días después”.
El coordinador de los anarquistas, José María Larrinaga, no participó en la operación. Estaba detenido y recuperándose en un hospital porque dos meses antes “se le disparó su arma”. Tampoco actuaron en la vendetta Osoro y Longarte, detenidos previamente por insultos a la autoridad.
Al funeral de Rojo, presidido por el gobernador civil y el alcalde de la villa, acudieron, entre otros, Marcelino Oreja y otros líderes tradicionalistas. El pleno acordó conceder una pensión vitalicia a Luciana Miguel, viuda del policía asesinado, y sus cuatro hijos. Como paradoja, tras la Guerra Civil se le retiró la ayuda a la viuda por “simpatías izquierdistas”. “Ignacio Rojo acusó, entre otros, a mi hermano mayor, pero tras la muerte sus familiares seguían siendo amigos nuestros”, según testimonio de Alberto Barreña, hermano del desaparecido durante la Guerra Civil Esteban Nicolás, miliciano del batallón cenetista Malatesta del Gobierno de Euskadi. A finales de 1935, Durango registraba cerca de 50 afiliados de las Juventudes Libertarias, CNT y Sindicato Único, así como un centenar de simpatizantes.
El movimiento hacía “proselitismo y adoctrinamiento” entre el proletariado y “acción directa violenta contra la iglesia, el gobierno y la patronal burguesa” que “somete a los trabajadores a unas inhumanas condiciones laborales de explotación”. Aquel mismo año de 1934, detuvieron a sindicalistas durangueses por destrozar cruces y por reparto de propaganda. Incluso el 2 de mayo se dio un enfrentamiento armado en Kuru-tziaga entre Larrinaga, Osoro y Raposo y tres guardia civiles.
Recordemos que corría el año de la Revolución de octubre. El levantamiento fue secundado por trabajadores de la villa con enfrentamientos armados contra la autoridad. Sin embargo, también cabe la pena recapitular que, durante la Guerra Civil, los anarquistas se posicionaron en el bloque en defensa de la República. En Durango actuaron junto a nacionalistas vascos y socialistas en la Junta de Defensa Local, en la Junta de Investigación de Bienes. Se sumaron a los batallones de la CNT Bakunin, Malatesta e Isaac Puente. “Los muertos en combate, los fusilamientos, la cárcel, el exilio y la represión franquista provocaron que el movimiento anarcosindicalista en Durango no volviera a desarrollarse hasta la muerte del dictador Franco”, ilustra Orobio-Urrutia.
Si regresamos a los albores del anarquismo en Bizkaia, es decir, a los años 20 del pasado siglo, los Sindicatos Únicos agrupados bajo la Confederación Regional del Trabajo del Norte llegaron a registrar hasta 4.000 afiliados. Orobio-Urrutia ha estudiado la impronta de la CNT en la villa vizcaina. La afiliación “escasa” se dio a conocer con asambleas y mítines.
El afamado tribuno anarquista bilbaino Galo Díez dio un discurso en la localidad en 1920. Poco después, Fermín Manteca, Simón Marco y cinco hombres más fueron apresados acusados de propaganda ilegal e incitación al desorden. El movimiento libertario de Durango tuvo como líder a Larrinaga. Eran jóvenes trabajadores, hijos de obreros y residentes, en su mayoría, en el casco viejo. En 1932 la Policía se incautó en Bilbao de 445 kilos de proclamas de carácter libertario y comunista. Según varios documentos, las divulgaciones recogían ataques “violentos a la masonería, a la República y a los políticos republicanos”.
En mayo de aquel 1932 detuvieron a Larrinaga y Escalona acusados de colocar pasquines que “excitaban a la violencia a los obreros”, aunque quedaron en libertad. El 15 de septiembre, el jefe de la Guardia Municipal, el tradicionalista Ignacio Rojo, informó al alcalde de que había detenido a Morado, Barreña, Lafuente, Larrinaga, Bilbao, Aizpurua y Osoro por reunión ilegal.
Al cachearlos descubrieron que portaban folletos anarcos. Rojo sufrió una “obsesión personal” por la “persecución de los elementos sindicalistas de la villa”. La Dirección General de Seguridad estableció una Inspección de Vigilancia encargada de la represión de nacionalistas vascos y anarquistas. Agentes de vigilancia denunciaron al alcalde que Rojo negaba información de “individuos extremistas”. Ante la presión del primer edil, el jefe local justificó que él se encargaba de la persecución. Aportó que Raposo, Bilbao y Barreña se fugaron de sus hogares familiares con destino a Zaragoza.
En enero de 1933, la CNT y la FAI denunciaron “penosas” condiciones de los trabajadores. Llamaron a la insurrección que, por “contagio revolucionario”, desembocó en revolución libertaria. La agitación llegó a Euskadi con “una represión feroz” donde se dio la gimnasia revolucionaria: intentos de revolución que “perfeccionaban la tendencia hacia la insurrección popular”.
Desde Catalunya se envió a Portugalete una remesa de 250 bombas de 180 kilos de peso. En la entrega, la policía detuvo al durangués José María Larrinaga. Por ello, Rojo, junto con la Guardia Civil, puso “a disposición” del Gobernador Civil a vecinos ácratas, como Echaburu, Emeterio y Francisco Raposo, Juan Ibarra, Barreña, Aizpurua, Osoro y Morado. Se los acusó de explotar dinamita en Bitaño. Aparecieron dos kilos de explosivo en un palomar anexo a la casa de Epifanio Osoro en Artekalea. Fueron encarcelados en la Prisión Provincial bilbaina, por lo que el 12 de junio la CNT organizó un acto de denuncia, que prohibió el gobernador civil, y al que acudieron sindicalistas de Bizkaia y Nafarroa. Policía y guardias de asalto impidieron, sin embargo, el mitin. Ante la cantidad de mujeres y niños asistentes, el acto se llevó a las campas del pueblo, bajo una fuerte vigilancia de las fuerzas de asalto. Meses después se vio la causa seguida contra Larrinaga y ocho compañeros, acusados de tenencia ilícita de explosivos. El veredicto, inculpabilidad. Pero Rojo informó al alcalde de la aparición de pasquines colocados sin permiso. Anunciaban un mitin cenetista en Bilbao.
Rojo denunció a Emeterio Raposo, Barreña y Larrinaga como autores. El continuo acoso tuvo fatales consecuencias. El día 2 de enero de 1934, el policía Ignacio Rojo fue herido de muerte, alojándose tres balas en su cuerpo.