a peor camada política en décadas. El porcentaje más alto de irresponsables en la historia reciente del parlamentarismo español. El mayor índice de incapaces por escaño para sacar a su país de la catástrofe económica. Un ideario vacuo a golpe de tuit. El ramillete escogido de insoportables chulos de barrio. Las lenguas más hirientes de una generación aún sin canas. El frentismo y la histeria en estado puro. Una reconciliación imposible ni con 30.000 muertos sobre la mesa, millones de parados y el hambre acechando por demasiadas puertas. Un indignante despilfarro mensual de dinero público. Una indigesta pesadilla que ha venido desgraciadamente para quedarse mucho tiempo. Insufrible.
La España del virus se desangra política y económicamente. Aquellos entusiásticos cánticos a la solidaridad frente a la pandemia en las aciagas tardes del incipiente estado de alarma son ahora un patético espejismo. Rienda suelta al insulto más vejatorio, la bronca sin desmayo, el pulso por la mentira en las redes despiadadas, el espectáculo denigrante del Congreso, el pragmatismo descarado, la incitación al odio y, sobre todo, la tendenciosa maniobra del regate cortoplacista. Mientras tanto, creciente inestabilidad gubernamental, feroz atrincheramiento de la oposición, incertidumbre económica y, sobre todo, miedo, mucho miedo ciudadano a un futuro que asoma aterrador. Insensatez.
Es posible que se haya asistido a una de las semanas más execrables que recuerden los diarios de sesiones. Tampoco es descartable que vaya a ser superada en poco tiempo habida cuenta del desmedido voltaje que desprende tanta necedad expandida por las Cortes. Hay mucha bilis en el ambiente. Y demasiados pirómanos. El estado de guerrilla se ha instalado definitivamente entre dos bandos que parecen sentirse a gusto. Desde el monte, el frente derechista despliega toda su artillería, únicamente verbal, para ridiculizar la interminable sarta de errores de un gobierno demasiado agobiado por la cruda realidad. No le faltan motivos. Un día es el inhumano cambio en la contabilidad de los muertos por la covid-19. A la mañana siguiente, la sacudida de Marlaska en la Guardia Civil. Luego, los mordiscos entre la Abogacía del Estado y una juez de marcada epidermis benemérita. Y en el medio de la tormenta, ahí aparece Cayetana Álvarez de Toledo para dinamitar la estrategia de su teórico jefe, engangrenar la decencia y, sobre todo, oxigenar a Pedro Sánchez. El presidente apenas tiene que exhibir estos desmanes para que decenas de miles de votantes teman la llegada de este PP ultramontano al poder. Inconcebible.
La coalición de izquierdas va de charco en charco. Como si le superara el efecto demoledor del miedo escénico. Sus errores, además, se multiplican por una nefasta comunicación que parece impropia de una pléyade incontable de asesores y estrategas. Las esotéricas explicaciones del acosado ministro del Interior sobre el trascendente cese del general Pérez de los Cobos figurarán para siempre en el decálogo de los flagrantes errores que nunca debe cometer un portavoz que se precie. El proceloso episodio de una polémica posiblemente innecesaria, y que aún no ha dicho su penúltima palabra, abre un avispero siempre incómodo. Hay ruido en el cuartel. Una música de viento que nunca augura nada bueno. Y mucho menos con tanto altavoz alrededor. Preocupante.
Siempre quedará la favorable acogida social del Ingreso Vital Mínimo para rearmar la moral de la tropa. El auténtico reflejo de un compromiso ideológico que refuerza plenamente la identidad de un gobierno, sobre todo ante semejante coyuntura y que minimiza los perniciosos efectos del estrambótico acuerdo sobre la imposible derogación íntegra de la reforma laboral. Una carga de oxígeno para mitigar durante unas horas la desesperación de una economía que se hunde. El anunciado cierre de Nissan en Barcelona representa mucho más que un demoledor mazazo laboral. En su crudeza encierra un carrusel de mensajes que desnuda el comportamiento de instituciones y empresas en la localización de centros de trabajo, afea la ausencia de una política industrial definida, ensombrece un sector de enorme calado productivo y, a su vez, enrarece la estabilidad en el polvorín catalán. Un escenario caótico. Incluso, hasta temeroso al comprobar cómo un vicepresidente del gobierno y varios diputados malgastaban la supuesta búsqueda de soluciones económicas con un deleznable cruce de lenguaraces acusaciones sobre golpismo y comunismo. Inaguantable.
Aquellos entusiásticos cánticos a la solidaridad frente a la pandemia en las aciagas tardes del incipiente estado de alarma son ahora un espejismo