equeños pasos. O grandes, según se mire. La semana pasada pude visitar a mis padres en otro municipio. Sin abrazos ni besos, con la debida distancia y con mascarilla, pero paseamos. Esta semana me he sentado por vez primera en una terraza con mi hija a tomar un mosto, una cerveza y un pintxo. Con mi hijo he recogido un par de pizzas en el italiano del barrio que ha reabierto, en principio solo para pedidos. Las hemos comido en casa. Pequeños pasos. O grandes, según se mire.
He pasado por la librería de mi barrio. No puedo tocar los libros expuestos con el mimo sensual que el arte de visitar librerías requiere, pero mi librero me tenía preparados Introducción a Teresa de Jesús, de Cristina Morales, y Suite Italiana, del siempre joven viajero Javier Reverte. Pequeños pasos. O grandes, según se mire.
Suite Italiana me ha llevado a un par de libros sobre el renacimiento italiano que tenía desatendidos en casa. Así que entre pizzas y lecturas me he regalado esta semana un viaje por Italia. La pasión me ha llevado a la imprudencia de prometerles a mis hijos una escapada italiana real, pero lo cierto es que no sé cuándo podremos cumplir.
Este verano será de lugares más cercanos. Toca hacer turismo de proximidad, modesto y económico. Y a lo mejor se da la paradoja de que limitar distancias y presupuestos es una oportunidad de aprender a crear experiencias de mayor calidad. A lo mejor descubrimos que una iglesia, un paisaje, una cafetería, un museo local o un menú a 200 o 300 kilómetros de casa pueden resultar, bien saboreados, tan intensos como la experiencia turística más extrema.
Recuerdo el verano pasado. Una ciudad pequeña con mis hijos. Era ya cerca de medianoche. Nos sentamos sobre el suelo de una plaza empedrada, justo ante el pórtico de la Catedral, casi en su umbral. Nos recostamos los tres para mirar su única torre desde abajo, en un escorzo radical, total, mientras escuchábamos el murmullo de la ciudad al fondo y finalmente el silencio. Imaginamos las vidas y los sueños que por ahí pasaron. Nos contamos las historias posibles que la piedra, arenisca y rojiza, invitaba a inventar.
Mañana pasamos a la fase 2. Si el tiempo lo permite podremos dar el primer baño de mar de la temporada. Quizá caiga pronto la primera ruta senderista. Los datos hasta el día de hoy parecen indicar que, si las cosas no cambian, tendremos tres o cuatro meses razonablemente controlados. Si no hacemos tonterías podremos ir ensayando cosas, con prudencia, de manera distinta pero no necesariamente peor.
En unas semanas vendrá también una campaña diferente, más discreta, mesurada en medios y desearía que también en formas, aunque no soy ingenuo. Luego llegarán, si las circunstancias lo permiten, esas elecciones que algunos decían que ni usted ni yo queríamos, ni necesitábamos, ni entenderíamos. Si como parece se dan las condiciones, yo sí las quiero, tan pronto como se pueda. No porque me ilusione votar. Me ilusionan más otras cosas, como una comida familiar un día luminoso de julio tras un paseo matinal por el monte. Pero sí las quiero porque tocan, porque no me gusta que nadie hable por mí y decida lo que puedo o no puedo entender, porque creo en la democracia y porque creo en la participación ciudadana especialmente en los momentos difíciles. Cuando toca hablar, toca decir.
Esa nueva legislatura requerirá de cierta inteligencia colectiva, de cabeza y de corazón. Saber aprovechar lo bueno que tenemos al alcance. Saber acordar. Ayudarnos, solidarizarnos con justicia, colaborar con quien construye, ignorar a quien destruye, celebrar lo que se pueda, no hacernos daño innecesariamente. Pequeños pasos. O grandes, según se mire.