rde Madrid. Todo un frenesí de nervios, especulaciones, desavenencias, recelos, desengaños y puñaladas partidistas, alimentadas por el inevitable corifeo mediático. Un nauseabundo polvorín político que embarra el Congreso y la Puerta del Sol. Un espectáculo de baja estofa en medio de un angustioso clima social martilleado por las cifras imparables de muertos y víctimas de la covid-19, los millones al alza de manos paradas, el ruinoso panorama económico y un inquietante desenfreno callejero. La irresponsabilidad en su expresión más denostada como denominador común de una semana convulsionada por movimientos estratégicos y discursos que dejan huella.
Y en estas apareció Ciudadanos. Ya había amagado Inés Arrimadas rescatando del baúl los Pactos de la Moncloa. La propuesta, luego desvirtuada, entrañaba algo más que una muesca propia del enésimo balanceo de un partido desdibujado. La heroína constitucionalista había decidido remendar a su descubridor tendiendo la mano al PSOE. En el PP lo redujeron a un capricho más, posiblemente por la proverbial propensión al error analítico de Teodoro García Egea. Jamás imaginaron la reverberación de este movimiento pendular de apenas diez diputados. Los socialistas, sí. En realidad, lo llevan haciendo sin desmayo desde la espantada del fracasado Albert Rivera. En concreto, José Luis Ábalos, servicial a la causa donde los haya. Así se explica fácilmente que la angustia de Pedro Sánchez para revalidar la cuarta prórroga del estado de alarma apenas durara medio telediario. El tiempo suficiente para pasar el cáliz envenenado a un Pablo Casado cada vez más errático. Con su oportunista movimiento de cintura, el presidente minimizó hasta la nimiedad la apocalíptica oposición de un PP irreconocible para miles de empresarios españoles que siguen buscando en quién apoyarse. Además, logró resquebrajar también, siquiera puntualmente, la unidad parlamentaria de la derecha como evidenció el guerracivilista discurso del nuevo heterosexual Abascal.
Había reaparecido Sánchez en estado puro. El prestidigitador político. El superviviente ante el abismo. El rival que enzarza a sus enemigos. El candidato que abraza el diálogo independentista para ser presidente y desprecia a ERC cuando es menester. El jefe de un gobierno coaligado de izquierdas que evita su naufragio subido en el salvavidas del liberalismo derechista. El férreo mando único de hoy y la cogobernanza, al día siguiente. Sin enrojecerse y de victoria en victoria. Su nueva mayoría sin los votos soberanistas no alumbra ningún cambio político, pero no es baladí. Bastaría con repasar el verbo enojado de Gabriel Rufián, la advertencia de Oriol Junqueras y el destrozo de la caverna mediática al nuevo rumbo de Arrimadas para convenir que se ha roto más de un plato. Para conservar el resto de la vajilla reapareció la convaleciente Carmen Calvo -preocupante su abrigada imagen en el escaño- apaciguando la indignación republicana. Su voz ya no manda. A las pocas horas, la ministra de Hacienda admitió complacida que será un placer negociar los Presupuestos con Ciudadanos. Pablo Iglesias se está revolviendo todavía en el sillón.
La auténtica tormenta retruena en la Comunidad de Madrid. Aquí se está librando la batalla de mayor repercusión institucional. Los navajazos entre Isabel Díaz Ayuso y el vicepresidente Aguado pueden llevarse por delante el pacto más emblemático y trascendente. Por eso el PSOE no pierde ripio de las interminables batallas intestinas, aireadas sin remisión por cada bando. Las sonrojantes emboscadas entre los dos partidos coaligados para decidir el ritmo más conveniente en la desescalada de la crisis descalifican a sus autores; en el caso de la pizpireta presidenta, a quien se las propone. Más allá de la consecuente dimisión de la directora de Salud Pública, este gobierno autonómico es un carajal. Los empresarios multiplican sus presiones para la apertura de los negocios; las reuniones del consejo se paralizan porque la presidenta decide visitar una distribuidora farmacéutica; Ciudadanos cree que es un riesgo levantar el freno con registros de contagios y muertos tan elevados y el PP, lo contrario.
La tensión entre los dos partidos coaligados se ha desbordado desde el guiño de Arrimadas a Sánchez. Los populares acaban de ver al caballo de Troya. Temen ese día que Ángel Gabilondo deslice amablemente una oferta de colaboración con el gobierno de la nación por el bien del país y Aguado le diga que sí porque conserva los galones.