a verdad es que da pereza, mucha pereza, centrar la atención en las viejas zozobras que en situación de normalidad nos ocupan a los opinadores la mayor parte del tiempo y el espacio. La magnitud del cataclismo que nos ha venido encima ha apagado casi por entero en la atención de la gente los debates habituales, los rifirrafes políticos del día a día, los calendarios de polémica a fecha fija, ese permanente entretenimiento para comentaristas hoy absolutamente superado por la congoja ante el coronavirus. Solamente queda esa bronca desesperante que amplifica la caverna mediática española con el único propósito de desestabilizar al Gobierno de Pedro Sánchez para el regreso al poder de la derecha extrema.
El problema es que, aun en estado de hibernación, quedan pendientes de resolver asuntos de mucha envergadura como la jornada electoral de la Comunidad Autónoma del País Vasco y en qué van a parar las próximas decisiones para un gran acuerdo de Estado, dadas las continuas fricciones que vienen produciéndose.
Arrolladas por la pandemia, las elecciones vascas no se celebraron el 5 de abril según estaba previsto, y a día de hoy no hay ninguna pista sobre la fecha en que vayan a tener lugar. Es imposible predecir cuándo podrá darse por solventada la peligrosidad epidémica de las aglomeraciones, si es que la asistencia a las urnas supone una concurrencia contraindicada según las cautelas que a día de hoy son norma de obligado cumplimiento. El precedente de las municipales francesas parece desaconsejar a corto plazo esos comicios. No obstante, y por más pereza que nos provoque, no es posible desentenderse del tema porque esas elecciones se van a tener que celebrar. El cuándo y el cómo, se supone será uno más de los quebraderos de cabeza del lehendakari Iñigo Urkullu, que fue quien las convocó. Como pura especulación de cuarentena, no parece que en la mente del lehendakari se barajen fechas anteriores a final de junio o principio de julio dadas las condiciones sanitarias y la evolución de la pandemia. Pasado ese plazo, con el pleno verano encima, parecería un periodo impropio para convocar a las urnas. Cabría también la posibilidad tentadora de celebrar las elecciones coincidiendo con el final de la legislatura, en octubre. Pero no hay ninguna certeza de que por esas fechas no vaya a ocurrir lo que menos desearíamos, un nuevo retorno del covid-19, maldito virus que parece revivir con el otoño. Y si eso sucediera, la convocatoria sería de nuevo suspendida con consecuencias imprevisibles. En cualquier caso, todo esto no es más que pura especulación y, lo que es peor, en este momento no parece que esté entre las más acuciantes preocupaciones del personal. Dejémoslo, por tanto, en asignatura pendiente.
Aunque se está hablando, y mucho, del acuerdo de Estado para afrontar las ruinas que van a quedar tras la pandemia, otro de los asuntos adormecidos por la losa del coronavirus y que en otra situación estaría copando titulares y tertulias, es la complicada relación entre los gobiernos de Madrid y Gasteiz a cuenta del mando único dispuesto por Pedro Sánchez para controlar la epidemia. En Nafarroa, al menos por el momento, el Gobierno de María Chivite va capeando las fricciones sin demasiado ruido. Pero desde el punto de vista del Gobierno Vasco y del PNV, no cabe duda de que ese omnímodo poder se le ha ido de las manos a Pedro Sánchez, que ha entrado como elefante en cacharrería avasallando competencias, tomando decisiones sin previo aviso ni comentario, ignorando reiteradamente consensos previos, dando nuestras de recentralización… Tanto el lehendakari como su partido continúan reiterando su voluntad de apoyar al bipartito, pero permanece la incógnita de hasta cuándo podrá Sánchez seguir anunciando decisiones en rueda de prensa sin consulta previa a nadie, hasta cuándo impondrá la tesis de para todos café, hasta cuándo seguirá reclamando lealtad mientras avasalla a quienes le apoyaron y le apoyan.
Cierto, da mucha pereza volver a pisar suelo cuando aún permanecemos en plena pesadilla. Pero es lo que hay.