asta ayer, cada 14 de abril era un sinónimo de celebración para la navarra Ángeles Minchinela, de 84 años y huérfana de la Guerra Civil, que no podrá homenajear a su padre como acostumbraba a hacer en la plaza de Unzaga de Eibar, la localidad guipuzcoana donde reside desde hace más de medio siglo. Precisamente fue en ese mismo lugar donde, durante la madrugada del 14 de abril de 1931 la gente se agolpó para ver cómo alzaban la bandera tricolor por primera vez en España y se proclamaba la Segunda República, un acto que rememoran cada año para la alegría de muchos como Minchinela, que ayer lo vivió con tristeza.
"De normal se oyen cohetes durante todo el día y hoy hay silencio absoluto y no puedo ni siquiera ir", relata a Efe Minchinela, que en años anteriores se juntaba con "cinco o seis mujeres de la misma calaña" para tomar un café y acudir al homenaje donde, entre otros, se leían poemas y cantaban canciones. De hecho, mientras realiza esta entrevista telefónica Minchinela se anima a entonar algunos versos de La Internacional y, además, asegura que con el puño izquierdo cerrado, porque para ella la República significa "mucho" y es un sinónimo de "liberación". Sin embargo, explica que ese sentimiento no lo alcanzó hasta hace unos meses, cuando sacó "todo lo que llevaba dentro" en la grabación de un documental sobre lo que había ocurrido en su pueblo natal, Buñuel, durante la Guerra Civil, cuando asesinaron a 52 personas del pueblo, entre ellos su padre.
Minchinela no llegó a conocerlo pero lo tiene presente "todos los momentos del día" y, aunque solo tenía cinco meses en el momento en el que se llevaron a su padre de casa, tiene grabado a fuego el recuerdo que le transmitieron su madre y su hermano mayor, Santiago, que observó esa fatídica noche desde la ventana. A través del cristal, la madrugada del 26 de agosto de 1936 vio como siete hombres, vecinos del pueblo, y entre los que se encontraba el sacerdote de la localidad, llamaron a la puerta de su casa buscando a su padre, Jesús Minchinela. Este les abrió acompañado de su mujer, Gregoria Blasco, que le puso una chaqueta sobre los hombros para que "no pasase frío", algo ante lo que aquellos hombres respondieron: "No se la pongas, que no la va a necesitar". Seguidamente lo subieron al camión en la que fue el último instante que vieron a su padre vivo.
Fernando Calvo, de 53 años, es hijo de Ángeles Minchilina. Aunque nacido en Eibar, Calvo ha pasado muchos veranos en Buñuel y tiene claro qué pasó en 1936: "Se cargaron en una noche a las 50 personas que tenían ideología propia y se atrevían a opinar", y añade que aquellos que sobrevivieron lo hicieron con "miedo" y no se atrevieron a transmitir qué fue lo que ocurrió a la siguiente generación. Este silencio, según Calvo, permitió instaurar la idea de que "en Buñuel no había pasado nada" y, por tanto, "una triste negación de la realidad", que volvió hace 11 años a dar voz a aquellos que habían callado durante la dictadura al encontrar en la localidad de Magallón (Zaragoza) una fosa común con los restos de los asesinados. Minchinela envió un par de pruebas de ADN al Instituto Anatómico Forense, donde estaban analizando los cuerpos de las víctimas encontradas, donde finalmente encontraron una coincidencia con varios de los restos, los cuales pudo recoger meses después. "Me dieron una cajita con el nombre de mi padre grabado en ella", narra. Por todo ello, cada 14 de abril le llena de ilusión poder rendir homenaje a su padre en el mismo sitio donde se proclamó por primera vez la Segunda República, aunque ayer confinada en su casa.