stos días hay quien aboga por el confinamiento total y por suprimir todas las actividades no esenciales. A mi juicio plantear este asunto como un dilema plano entre dos bienes en conflicto, salud pública versus actividad económica, es falso e inútil. Así planteado todos nos inclinamos por el valor de salud y la vida. Fin de la discusión. Primum vivere et deinde lo que sea.
Pero el dilema real ante el que nos encontramos es mucho más complejo. Se trata de cómo garantizar el máximo de salud pública, presente y futura, al tiempo que mantenemos en lo posible una actividad económica compatible con esa prioridad salvaguardando la seguridad en cada puesto concreto de trabajo. Este dilema no se puede resolver con un eslogan simple. Mucho menos con insultos.
En Euskadi se han presentado estos días más de 15.000 expedientes de regulación de empleo que afectan a más de 110.000 personas. La actividad de las empresas podría haber caído un 50%. Si aumentamos esas cifras, si nos arriesgamos a perder más empresas y empleos, si nos empobrecemos más, ¿quién va a pagar la sanidad pública y las prestaciones a desempleados, dependientes y mayores del futuro? Hay quienes en una frase piden suprimir los empleos no esenciales y en la siguiente, con idéntico aplomo, exigen el aumento de la sanidad pública, las prestaciones sociales y el mantenimiento del empleo público. Pero mantener la máxima actividad posible es un requisito necesario para proteger el gasto público social, incluida la salud pública, del presente y del futuro.
Por supuesto que la salud pública es la prioridad, eso lo sabemos todos. Pero estamos ante un dilema de complejidad endiablada y no ante un concurso de frases efectistas. Es un dilema que hay que resolver día a día, según la información nueva nos obliga a adaptar o rectificar nuestras decisiones previas, a reforzar esta media concreta y aflojar aquella otra tras específico estudio. A algunos les gustaría que la realidad fuera lineal como una ecuación de secundaria, pero la realidad compleja se nos resiste a la simplificación. Recuerden la frase de Innerarity que se ha hecho famosa estos días: “El gran enemigo de nuestras democracias es la simplificación”. Nunca se vio tan claro.
¿Tenemos que paralizar totalmente la economía? No tengo la respuesta. Cada día, según el caso, la empresa, el sector, el puesto concreto, la evolución de la pandemia, el comportamiento social general, las condiciones más diversas y las variables más impredecibles, internas y externas, habrá que ir tomando decisiones distintas, acompasadas con nuestros vecinos, que a su vez ir revisando cada cierto tiempo.
Esto requiere inteligencia colectiva entre múltiples actores para crear una orquesta social más o menos armónica, sin divos que quieran cantar su solo a destiempo y busquen el aplauso fácil tras los gorgoritos en falsete.
No tenemos ni idea cómo evolucionará la cosa. No parece que estemos aún aplanando la curva, pero tal vez haya algunos datos que permiten lectura esperanzadora. Tal vez, no lo sé, sea el momento de parafrasear a Churchill y decir que esto no el fin, ni siquiera el principio del fin, pero quizá sí el fin del principio de la lucha contra el coronavirus en Euskadi.
Yo camino por el pasillo y doy vueltas a la mesa como buey en película de egipcios, pero este verano confío en poder correr dos o tres medias maratones. A la economía vasca le tocará muy pronto correr muchas maratones enteras, o incluso dobles o triples, si queremos mantener el empleo y no recortar demasiado la sanidad pública y las prestaciones sociales. Sólo lo podremos hacer si acertamos cada día, en cada empresa, en cada decisión, a encarar ese dilema con visión de futuro y con conciencia de complejidad, responsabilidad, disciplina y lealtad.