Alfonso Alonso fue designado candidato a lehendakari justo cuando se cumplía un año de la foto de Colón, aquella estampa en gris por la España unida con los ultras de Vox estigmatizando una imagen en la que nadie se movió por no salir demasiado desenfocado en el endiablado ciclo electoral que se avecinaba.

No ha sido un año fácil para Alonso con la descapitalización de su electorado: ha perdido en cuatro años, desde las últimas autonómicas, 44.000 votantes gracias a esa atomización de la derecha donde el nuevo PP de Casado y Alvarez de Toledo quiso perder el centro y con él gran parte de los votantes del País Vasco.

Alonso se entregó a la ofensa de Génova que no acabó de confirmarle como candidato a lehendakari hasta el último día, días después de ofrecerle cargos tentadores en la administración de Díaz Ayuso y horas después de la convocatoria oficial, como si no quedara ni más tiempo ni más remedio. Días antes Alonso, descompuesto y bajo el murmullo de la confluencia de Ciudadanos y el baile de nombres de la trasnochada "Basta ya" se dibujaba en el más difícil de los liderazgos, el que no existe.

La situación no era nueva para Alonso, acostumbrado a mandar desde que aglutinara al potente aparato alavés de los Maroto, Oyarzabal o De Andrés para lanzar en 2015 el órdago a la ex presidenta Quiroga y mandarla a directamente a su casa. Alonso estaba demasiado acostumbrado a la vitola de "peso pesado" y además era ministro de Sanidad, pero el cortocircuito de su poder llegaría cinco años después y desde la propia Génova, el origen de sus más altas cotas políticas y a la vez, artífice del dedazo pero esta vez en su contra.

En los dos comicios a Cortes en 2019, Alonso contenía el aliento tras la imposición de nombres en las listas vascas, Casado le asignó a Bea Fajul y a Iñigo Arkauz, dos desconocidos del gusto de la dirección nacional mientras las facciones más reaccionarias acusaba a la delegación vasca de ser "tibia" con el nacionalismo. Borja Sémper,Borja Sémper uno de sus grandes valores y voces más destacadas pidió la cuenta tras 25 años haciendo política en el PP de Euskadi y abonarse al descontento por las trincheras confeccionadas desde la propia Génova.

Meses antes, en las elecciones generales de abril de 2019 la formación cosechó 94.000 votos, perdiendo el único escaño vasco en Madrid, recuperado a la segunda oportunidad el 10N y con cierto repunte para un PP vasco que jamás había sufrido el ninguneo del mando a distancia con tanta impudicia.

En la delantera de 'sorayos'

Alonso (Gasteiz, 1967) imperecedero presidenciable del PP vasco, fue alcalde de su ciudad natal por dos mandatos y ministro de Sanidad con Rajoy, cuando integró la delantera de 'sorayos' y mandaba en el PP vasco desde los escaños del Congreso de los diputados. Siempre se dijo de él que era un animal político fraguado por su ambición y el deseo de abrirse camino, lo mismo a codazos que serpenteando, tras el abandono paterno de la casa familiar y la licencia vital de aquellos que siempre acaban forjándose a sí mismos.

Demostró su tronío tras descabalgar a Quiroga pero poco o nada le hacía presagiar que el golpe le vendría de vuelta en 2019 con Rajoy en su plaza de registrador de la propiedad, la poderosa Sáez de Santamaría, madrina en la Corte, fuera de la esfera pública y un nuevo PP en franca competición por los votantes más extremos de la derecha.

La moción de censura a Rajoy impuso el veto a los apoyos al PNV en Euskadi y Alonso se orilló en la influencia vasca, el líder empezaba a deconstruirse intramuros del escenario político de Euskadi mientras en Madrid el ala más dura de su partido le desdibujaba el mismo día de la convocatoria electoral, como un exprés beso de Judas y con una desgana que acusó el propio candidato por pura fatiga de tanto votante huérfano y de la confección ajena de listas. Lo peor de toda esta travesía de la deconstrucción es que Alonso la ha transitado enterándose de todo y haciéndose la rubia, con el mismo cuarto y mitad de silencio que de tripas, con Cayetana presente en la distancia y Borja ausente en casa.

La confluencia con Ciudadanos se plantea como la fórmula de crecimiento en territorios como Alava o Bizkaia pero Alonso ya no podrá ni siquiera desear recuperar el centro político y con él a los votantes que se le fueron no solo al constitucionalismo del PSE, también a ese PNV, visto por los populares como la formación que ha forjado en décadas un régimen político capaz, extraordinariamente, de robarle a sus propios votantes. Ahora, con la vuelta a las esencias encarnada por Iturgaiz, está por ver si el recambio, extemporáneo, suma o directamente impulsa la fuga de votos hacia sus adversarios políticos.