Sí se puede cantaban alborozados dentro y fuera del Congreso diputados, futuros ministros, secretarios de Estado y asesores de Unidas Podemos para celebrar una angustiosa investidura por la mínima de Pedro Sánchez, que garantizaba el futuro inmediato de este grupo mediante la entrada en un inédito gobierno de coalición. Tan sorprendente resolución después de asistir a recientes batallas descarnadas en la izquierda, y propiciada por el fracaso personal el 10-N del líder socialista, viene a marcar un camino hacia lo desconocido de la política institucional. En este peregrinaje, el imprescindible debate sobre la estructura territorial marcará la suerte de una legislatura que arranca contaminada por un “clima tóxico”, como admitió el elegido presidente, alentado por dos mundos ahora mismo irreconciliables. Una puerta abierta al calvario de la inestabilidad y la zozobra parlamentaria de baja estofa. Consciente del riesgo que se avecina, aunque tampoco sin olvidarse del “matonismo” de la oposición -la persecución a Teruel Existe rebosa el límite de la dignidad-, Adriana Lastra instó a empezar “cuanto antes” un trabajo que el PNV entiende “como la única salida posible” y que, por ello, “merece la pena intentarlo”.

Por encima del ruido, ya nada va a ser igual en la vida política española. Quizá las alusiones a que se asiste a un cambio de régimen suenen demasiado rimbombantes justo ahora que en el establishment todavía tratan de digerir el disgusto, pero tampoco es una idea descabellada. La Corte deberá acostumbrarse a este nuevo lenguaje. Se va a empezar a hablar con soltura de bilateralidad entre Estado y autonomías, de remover el marco constitucional, o de la tercera transformación y esto es algo tan inusual como desafiante. Por eso no es descartable que una presión inducida, tan fácil de armar en Madrid, aminore las pretensiones de este reto. Sin duda, un escenario así causa pavor y por eso, en previsión de las avalanchas, Iglesias pidió ayer a su futuro presidente “el mejor tono” y “firmeza democrática” para dar una respuesta ejemplar. A modo de botón de muestra de la presión que se espera, Casado le auguró rotundo a Sánchez: “O rompe España o se va a la calle”. Y así será hasta el último día, aunque las embestidas pillarán esta vez más fuerte a la izquierda. Esa sorprendente imagen de los diputados socialistas puestos en pie para aplaudir al líder de Podemos transmite un gesto de hondo significado, largo tiempo anhelada por amplios sectores, ajenos, eso sí, al felipismo.

La derecha, en cambio, sigue arrastrando el handicap de sus mutuos recelos, más allá de compartir un encendido patriotismo y una constante utilización de las víctimas del terrorismo, demasiado proclives al histerismo. Incluso, deberían valorar el consejo curiosamente compartido por Aitor Esteban e Iglesias para que no pongan en riesgo la imagen constitucionalmente neutral de Felipe VI cuando reiteran esas ardientes defensas de su figura, como compartieron PP y Vox en desagravio a las críticas de Bildu.

Es cierto que el volantazo político en dos meses de Sánchez sobre Catalunya ha cargado el argumentario crítico de cuantos dudan de su voluntad real. Ocurre dentro y fuera de su partido hasta unos límites suficientes para complicar la acción del gobierno.

En el independentismo catalán no saben todavía a qué carta quedarse por la experiencia acumulada. En sectores muy identificados del PSOE, no saben hasta dónde llegará la mesa bilateral y el diálogo. En la oposición, en cambio, tienen muy claro que el presidente se ha entregado al independentismo para garantizarse el poder porque, como le dijo el líder del PP, “su única patria es usted” en alusión directa a su ambición. Se lo dijo mucho antes de escuchar cómo el dolor de Montserrat Bassa por el encarcelamiento de su hermana durante el procés echaba leña al fuego al exclamar, en medio de una comprensible perplejidad: “me importa un comino la gobernabilidad de España”. Nadie de ERC aminoró más tarde este golpe de rabia y desconfianza.