Vivimos tiempos postmodernos de interesada confusión y presididos por una política presa de la crono competencia; un mundo y una sociedad en la que todo transcurre a toda velocidad, sin tiempo apenas para la reflexión y para el análisis de un escenario político o social tan complejo como efímero. Buena parte de los problemas que aquejan a la política moderna y a sus protagonistas tiene que ver con una promoción de lo superfluo y de lo frívolo. Este universo mediático ha transformado la política en espectáculo, y la lógica del mercado ha hecho abandonar la reflexión en beneficio de la emoción y de la épica discursiva. Por todo ello ante cualquier debate complejo tendemos a dictar antes la conclusión que la explicación. Toda reivindicación parece necesitar de un relato y un buen titular (o una ocurrencia) para impactar en las redes y en los medios.
Pero dentro de este fenómeno falsamente simplificador de la complejidad que rodea a nuestra sociedad global actual no todo vale. Las falsas analogías son otra forma más de simplificar esa necesidad de explicación ante escenarios sociales convulsos. Todo ello invita a jugar una vez más al fácil maniqueísmo, a recurrir a la simplista opción entre los buenos y los malos. Y así, con trazo más que grueso podemos ver cómo por ejemplo se equipara la situación social y política de Hong Kong con la de Cataluña.
Sólo dentro del contexto antes descrito podemos llegar a ver conclusiones tan peculiares e inconsistentes como las que, demonizando a los ciudadanos de Hong Kong, vertía hace unos días Junius Ho, diputado pro China del parlamento regional de Hong Kong, al afirmar que “sería peligroso permitir que todo el mundo se presente a las elecciones”, para criticar así sin rubor alguno la justa reivindicación a favor del sufragio universal, impulsada por una buena parte de los hongkoneses, algo que, a su juicio, “es un objetivo a más largo plazo, y que Pekín nunca prometió que lo concedería”.
Tal afirmación no se ajusta a la realidad: las aspiraciones de independencia en Hong Kong siguen siendo minoritarias. Lo que sí hay en Hong Kong es un fuerte apego por los valores cívicos y democráticos (con valores como el de la libertad o el derecho de voto) lo cual no conlleva en la propia población de Hong Kong una resistencia ante el nacionalismo chino (en el sentido étnico del término). A día de hoy más una tercera parte de los habitantes de Hong Kong se sigue reconociendo en una identidad mixta (china y hongkonesa). Pero la represión y la ausencia de movimientos de apertura desde China está provocando una crisis identitaria y también social.
El antes citado diputado Junius Ho remata su retahíla argumental señalando que lo que él califica como la “Revolución” de Hong Kong no tendrá éxito, lo mismo que en Cataluña. “Allí también buscan la independencia, pero España nunca la otorgará. Veo muchas similitudes entre ambos casos”. Una afirmación para reflexionar sin duda, porque creo sinceramente que no hay analogía alguna entre ambas reivindicaciones. ¿Son comparables realmente ambos escenarios?
En realidad, la vía marcada en Hong Kong hace ya 35 años, en 1984, cuando Deng Xiaoping y Margaret Thatcher firmaron la retrocesión, el traspaso de soberanía, fue la caracterizada por “un país, dos sistemas”; es decir, conferir a este territorio el estatus de una región administrativa especial. China ha endurecido su postura, se niega ahora admitir el deseo de la ciudadanía de Hong Kong de elegir por sufragio universal un gobierno surgido de las urnas a través del voto directo de los ciudadanos, y sustituir así al criticable vigente sistema en que la última palabra siempre la tiene Pekín, que pretendió además, y sin éxito (la ley fue retirada tras las protestas ciudadanas) restar poderes e independencia a la justicia y a los tribunales locales de Hong Kong, confiriendo la competencia judicial a los tribunales chinos mediante una ley de extradición.
La pregunta es clara: ¿es democrático, como pretende China, aceptar la votación por parte de los hongkoneses solo bajo el cumplimiento de la condición de que sea China quien elija a los candidatos?; Pekín amenaza además con recurrir a la fuerza y reclama la no injerencia extranjera en lo que considera asuntos internos. En realidad el régimen chino no se siente amenazado por la agitación hongkonesa, pero en términos políticos Hong Kong sigue siendo un territorio estratégico.
China debe responder a las exigencias democráticas, la dimensión geopolítica que rodea todo lo relativo a Hong Kong no puede servir como excusa para justificar tales restricciones de derechos democráticos básicos. Y la pregunta final obligada es clara: ¿hay alguna analogía posible con Cataluña y el procés?