“Una vez más, decimos no a la Gran Coalición entre el PP y el PSOE. Y en el caso de que Rajoy fracase y no forme gobierno, diremos sí a una gran coalición de fuerzas progresistas que una todas aquellas fracturas que ha provocado el PP”. Sánchez protagonizó en enero de 2016 un viaje simbólico a Portugal. Quería ganar protagonismo. Con Unidas Podemos y Cs por encima de los 40 diputados cada uno -y los dos partidos mayoritarios por debajo de los 125-, los acuerdos exigían otras aritméticas. Sánchez quería presentar su fórmula, la que una moción de censura a mediados de 2015 había arrancado con éxito en Portugal. Desquitarse así de cualquier presión para no obstaculizar a Mariano Rajoy.

En enero de 2016 el PP acababa de perder su mayoría absoluta al ganar los comicios con 123 diputados las generales de diciembre de 2015. Sánchez, con el peor resultado del PSOE hasta entonces, se vio legitimado a intentarlo con sus 90 diputados. Así lo dijo horas después de las elecciones. Aquellas declaraciones llevaron a Rajoy a esperar: incluso en el caso de sumar los 40 escaños de C’s, el PP aún se quedaba a más de diez diputados de la mayoría absoluta.

El PSOE, a su vez, necesitaba a Podemos y sus confluencias. Las que aspiraban a sorpassar al viejo PSOE. Un total de 69 diputados que con los socialistas sumaban 159. La pugna por el liderazgo de la izquierda está abierta desde entonces y la única izquierda que ha gobernado la Moncloa desde 1977 es la socialista. Mes y medio después de reivindicar el gobierno a la portuguesa en Lisboa, Sánchez selló en febrero de 2016 un acuerdo de gobierno con Ciudadanos. El PP y Podemos lo tumbaron en la primera sesión de investidura de Sánchez.

Pablo Iglesias, en la misma sesión en la que dijo que Felipe González tenía “el pasado manchado de cal viva”, emplazó al aspirante socialista a que “después de ese fracaso negocie con nosotros desde la fraternidad y en interés de las gentes y pueblos de España un programa y un gobierno de cambio real”.

Nada hubo. Mientras la Moncloa se le alejaba con ese intento fallido, Sánchez bosquejaba su manual de resistencia. Las presiones que les esperan en unas semanas y para las que ya se preparan Pablo Casado y Albert Rivera al fortalecer sus guardias pretorianas, abrasaron al líder socialista. El líder del no es no. A mediados de octubre era el ex secretario general de un PSOE al borde de la ruptura.

La situación de Sánchez ha cambiado tres años después, pero cualquier paso erróneo le puede llevar a la senda que saca de la Moncloa, lugar en el que a diferencia de 2016, vive. La bifurcación es clara: amarrar un acuerdo con Unidas Podemos -que si el PSOE es incapaz de sacar los presupuestos de 2020 puede derivar en otro adelanto electoral en pocos meses- o dejar que la convocatoria electoral sea el 10 de noviembre. El giro de guion es que el PP o C’s viraran 180 grados su posición. A eso apela el PSOE. O una parte.

Sánchez ante Sánchez

Hasta la fecha, los socialistas habían advertido que solo habría un intento: julio. Al fracasar este, Sánchez ya ha abierto la puerta a volver a intentarlo, a buscar de nuevo la vía portuguesa. “Un país hermano y un gobierno hermano”, dijo en julio de 2018. Otro viaje simbólico de Sánchez a Portugal: al mes siguiente de ser designado presidente tras prosperar la moción de censura contra Rajoy.

En la capital lusa estrechó la mano de la que consideró la manera portuguesa de hacer política. “Tiene mucho que ver con el diálogo, con la capacidad de negociar y de liderar consensos”. Doce meses después de aquellas declaraciones, Sánchez se plantó en su segundo intento de investidura con un solo acuerdo: el diputado regionalista cántabro.

El intento con Unidas Podemos, pasados tres meses desde las elecciones, duró días. Unas conversaciones más que negociaciones narradas e intoxicadas en tiempo real a las que solo les ha faltado una cámara de televisión en la sala de reuniones. Como forzó Beppe Grillo en la Italia de 2013.

La investidura fue una opción cercana entre el 28 de abril y el 26 de mayo. El PSOE y Unidas Podemos, coinciden los relatos, se emplazaron a solventar la gobernabilidad tras las municipales, autonómicas y europeas. El 27 de mayo, al día siguiente de los comicios que terminaron de revitalizar al PSOE, Sánchez cenó con el presidente francés, Emmanuel Macron, el exministro socialista cuyo triunfo liquidó -como quien liquida una empresa en proceso concursal- la socialdemocracia gala.

Esa noche pudo parecer en París -no en Lisboa- que el sur empezaba a hacerse con el poder de la Unión Europea. El poder de Sánchez, que ya no tenía prisa para su investidura mientras no se solventara el futuro de algunas comunidades autónomas, aumentaba.

Agosto decidirá

Ese crecimiento duró las semanas que Macron tardó en repartirse los cargos comunitarios con Angela Merkel y Sánchez, que era el negociador jefe de la familia socialista europea para configurar la nueva arquitectura de la UE, solo pudo salvar los muebles con el nombramiento de Josep Borrell al frente de la diplomacia europea.

Su proyección internacional ya brilla menos. Y si no resuelve su propio futuro, la esperanza blanca de la socialdemocracia europea en la que se había convertido menguará. Ahora gana tiempo mientras se elaboran las encuestas que arrojarán la fotografía tras el intento fallido de investidura. Salvo que el PSOE encuentre un socio sólido, fiable y duradero, el futuro será incierto. Sánchez, incluso con investidura, puede durar lo que le cueste sacar unos presupuestos: pocos meses. Su defensa del gobierno a la portuguesa ya tiene límites: termina donde empieza la apelación a la responsabilidad de PP y Ciudadanos para que le faciliten lo que no acuerda con Unidas Podemos.