la derecha ultramontana miente a sabiendas. Lo viene haciendo con proverbial insolencia desde la moción de censura que purgó una parte de la corrupción del PP en la persona de Mariano Rajoy. Fue entonces cuando inventó la prevalencia de un pacto PSOE-ERC-PNV que jamás existió. Pero lo hizo viral sin avergonzarse en compañía de esa pléyade de periodistas agradecidos que no se esfuerzan ya por separar la paja del trigo porque la necesidad obliga. Compusieron con inusitado descaro el alarmante discurso de que España quedaba despedazada por un acuerdo barriobajero con el independentismo, los populistas y filoetarras. Nadie volteó semejante patraña en las redes sociales ni en las tertulias hasta que llegaron las urnas y en un mes pusieron a cada uno en su sitio, aunque a la vista de los resultados finales parece flor de un día.
Como la mentira no les ha dado tan mal resultado tras la recomposición del mapa autonómico y el fracaso de la izquierda en la reciente investidura, han elegido ahora apresuradamente el filón navarro para alargar la batalla dialéctica contra Pedro Sánchez. Les vale pulpo como animal de compañía para escenificar ante la galería que la unidad de la patria se ha puesto en manos de la izquierda abertzale. Ningún medio acreditado en Madrid será capaz de desmontar el engaño empleando simplemente una pizca de objetividad. En el PP hay decenas de dirigentes, sobre todo residentes en Euskadi, capacitados desde su honradez interior para demostrar fehacientemente que Cayetana Álvarez de Toledo profana la verdad desde su histérico discurso. Incluso que Pablo Casado desconoce la realidad histórica de Navarra, el euskera y su régimen foral. Debería ser, entonces, el turno de Javier Maroto para que comparezca valientemente en la plaza pública y explique con claridad que no ha existido pacto alguno entre EH Bildu y PSN para hacer presidenta navarra a María Chivite. Es, sin duda, la ocasión propicia para que el nuevo senador castellanoleonés detalle en Génova cuántas veces pactó con esa malvada izquierda abertzale para que le sacaran las castañas del fuego durante su mandato en la alcaldía gasteiztarra. Si no se atreviera, que sus compañeros del PP guipuzcoano den un paso al frente para recordar cómo apoyaron a Bildu en la comisión de investigación de Bidegi contra el PNV. También valdría que Javier Esparza comentara, incluso en los medios afines, que en su día el bloqueo al candidato socialista por parte de la misma coalición soberanista entonces recién avenida a la democracia le permitió gobernar. ¿Pactó entonces UPN con los malvados hijos políticos de ETA para que le salieran las cuentas sin tener mayoría absoluta? La hemeroteca es devastadora.
La ultraderecha ha mordido con tanto ahínco y eco mediático el hueso de la elección del nuevo Gobierno navarro que no lo soltará mientras dure la legislatura. Su juguete preferido. El sapo de la defenestración resulta imposible de digerir para ese conglomerado de partidos que jamás imaginó este fatídico desenlace después de su victoria. Mucho menos su frustrado candidato, convencido desde una cierta ingenuidad de que el constitucionalismo y el chantaje de sus dos votos en el Congreso servirían para acongojar al nuevo socialismo navarro que quiere recuperar la senda perdida después de tantas vergüenzas acumuladas. Ha bastado el espinoso peregrinar hasta la elección de la nueva presidenta para comprender que la verdad no tiene especial cabida en la política de tuits y de tertulias gritonas carentes de reflexión. En realidad, la ignominia es práctica habitual. Cuando gobernaba Rodríguez Zapatero, el propio Rajoy y el foralista Miguel Sanz compartieron pancarta sin recato en Pamplona para denunciar que el Gobierno socialista estaba entregando la patria a los terroristas, aunque para entonces la banda estaba como un queso gruyère y la sociedad le había vuelto la espalda para siempre. Los convocantes sabían que era puro oportunismo, pero siguieron adelante. Ahora, tantos años después, les vale prácticamente el mismo argumento en su pataleo sin fin.
Más estiércol, en definitiva, para enfangar esta insufrible parálisis institucional, entregada a la especulación. Mientras el CIS proclama que solo hay un César y el resto aparece como tierra conquistada, la derecha aprovecha para repartirse el poder autonómico allí donde no se avergüenza de sus renuncias. Sobre todo el PP que, sin hacer tanto ruido como antes, parece resurgir de sus cenizas.