Dos meses después de las elecciones generales y con la investidura patas arriba el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el líder de Unidas Podemos (UP), Pablo Iglesias, están inmersos en un juego de presiones que ganará el que consiga aguantar más. Si parecía que al inicio estaban llamados a entenderse, la desconfianza y la tensión han truncado de momento toda posibilidad de un Gobierno de izquierdas.

La primera vez que Pablo Iglesias acudió a La Moncloa fue diez días después de las generales del 28-A, el 7 de mayo. En la formación morada no sentó bien que el presidente convocase antes a los líderes del PP y de Ciudadanos, pero aún así la reunión transcurrió en buen clima y en ella se gestó el pacto para conformar una Mesa del Congreso de mayoría progresista. Fue una reunión de dos horas de la que ambos salieron satisfechos porque mostraron su voluntad de colaborar, sin concretar cómo. “Si en algo nos hemos puesto de acuerdo es en que vamos a trabajar para ponernos de acuerdo”, resumió ese día Iglesias.

Por entonces miembros de la ejecutiva del PSOE no descartaban un Gobierno de coalición con UP, aunque ya apuntaban que Sánchez intentaría evitarlo. Fuentes de la formación morada aseguran a Efe que éste se mostró abierto a integrarlos en el Ejecutivo, un objetivo que Iglesias le había revelado ya durante la negociación de los Presupuestos Generales. En esa clima, los contactos entre las delegaciones socialistas y de Podemos propiciaron en plena campaña de las autonómicas y municipales un acuerdo para la formación de una Mesa del Congreso progresista, con tres puestos para el PSOE -entre ellos la Presidencia- y dos para Podemos, que ostenta la Vicepresidencia Primera.

Pero después de las elecciones autonómicas, municipales y europeas del 26 de mayo todo cambió y la segunda reunión oficial entre los dos -el 11 de junio- certificó el distanciamiento. “Vamos a septiembre”, anticiparon ese mismo día fuentes del PSOE, mientras que Iglesias y la portavoz parlamentaria del PSOE, Adriana Lastra, reflejaban en sus ruedas de prensa el distanciamiento. Los socialistas se mostraban satisfechos porque Iglesias hubiera accedido a hablar de un “Gobierno de cooperación” y no de coalición, mientras que éste aceptaba el término, pero no el fondo del asunto: quedarse fuera del Consejo de Ministros.

Sánchez se resistía así a dar entrada en el Gobierno a miembros de Unidas Podemos y prefería que profesionales independientes del entorno de esa formación fueran los que formasen parte del ejecutivo o, como mucho, que los morados ocupasen alguna secretaría de Estado.

Comienza el juego Pero Iglesias optó por no moverse de su posición y el bloqueo que evidenció un nuevo encuentro en la mañana del 17 de junio, en ese caso secreto y filtrado con posterioridad, condujo a un juego de presiones que ha ido en escalada esta semana. Mientras el PSOE denunciaba la ambición desproporcionada de Iglesias y le instaba a ceder, éste respondía que Sánchez no puede tener “gratis” sus 42 votos y advertía de que por mucha presión que ejerciese no iba a ceder en sus pretensiones. La advertencia dio paso a un fin de semana en el que solo Sánchez dio muestras de impaciencia, al asegurar a través del PSOE que seguía a la espera de una respuesta.

Fue entonces -el 24 de junio- cuando llamó a La Moncloa al presidente del PP, Pablo Casado, y al de C’s, Albert Rivera -que se negó a ir- y un día después, el 25 de junio, le dio a Iglesias una nueva oportunidad. Bastó una hora para constatar el desencuentro: Pedro Sánchez no solo anunciaba que iría a la investidura en julio aunque no tuviera su apoyo, sino que también difundía que Iglesias no había descartado votar en contra. Un golpe inesperado en el mentón de Iglesias que sirvió a los socialistas para reeditar la imagen de éste frustrando en 2016 un Gobierno de izquierdas por su ambición de sillones.

Repartir presión Sin dar tiempo a Iglesias a reaccionar, el PSOE anunció muy temprano al día siguiente que el 2 de julio se reunirá con la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, para poner fecha a la investidura. Lejos de amilanarse Iglesias le contestó casi de inmediato que aguantará el pulso hasta septiembre y que entonces Sánchez cederá al gobierno de coalición, mientras que su número dos, Irene Montero, se desquitaba poniendo en boca del presidente que éste lo que prefiere es el apoyo de la derecha, lo cual fue rápidamente negado por la dirección del PSOE y posteriormente por el Gobierno.

El pico de tensión esta semana lo alcanzó la ministra María Jesús Montero, cuando hace solo dos días contestó a Iglesias que “no habrá segunda vuelta” en septiembre, es decir, o investidura en julio o elecciones. Mensaje reiterado ayer por Sánchez en Osaka: España “necesita un Gobierno en el mes de julio, no en agosto ni en septiembre ni octubre”.

Al PSOE sacar a relucir el fantasma de la repetición electoral le sirve no solo para presionar a UP, sino también a C’s, donde dicen sentirse utilizados en este juego de las presiones. Está por ver si el juego termina con uno o más asaltos y quién resulta vencedor.

En Podemos creen que tarde o temprano Sánchez será el que ceda porque “es el presidente el que más tiene que perder”, dicen, y puestos a presionar Iglesias está dispuesto a convocar una consulta a la militancia para que refrende su posición. Desde Moncloa reconocen que “está en disputa una partida muy compleja” y aspiran a que los participantes empiecen a pensar en un win win.